En este mundo de locura liberal.. todo lo que sea degradación.. decadencia..degeneración o envilecimiento en el hombre esta permitido y es fomentado...pero el verdadero pensamiento independiente que se salga de lo que dicta el sistema.. es severamente penado por todas las cortes del mundo...el "delito de opinión" es el peor crimen que se puede cometer en este mundo de pensamiento totalitario...Oder

sábado, 26 de julio de 2014

RAZA, PUEBLO, NACIÓN, ESTADO por FRANCIS PARKER YOCKEY (IMPERIUM)


En el siglo XIX, los conceptos de raza, pueblo, nación y Estado son exclusivamente de origen Racionalista Romántico. Son el resultado de la imposición de un método meditado, adaptado desde los problemas materiales hasta los seres vivos y, en consecuencia, son materialistas. Materialista significa superficialidad cuando lo referimos a seres vivos, pues el espíritu es lo principal en toda Vida y lo material es mero vehículo de expresión espiritual. Dado que estos conceptos del siglo XIX eran racionalistas, basicamente no se fundamentaban en hechos, ya que la Vida es irracional, insumisa a la lógica y la sistematización inorgánica. La Epoca en que estamos entrando, y de la que este libro es una formulación, es una Epoca de Política y por tanto una época de hechos.


La cuestión más importante es la adaptación, salud y patología de las Culturas Superiores. Su relación con todo tipo de agrupamiento humano es un requisito previo para examinar los últimos problemas del Vitalismo Cultural. Por lo tanto se considerará la naturaleza de estos agrupamientos sin ideas preconcebidas, con vistas a alcanzar sus más profundos significados, origen, vida, e interrelaciones.


Los objetos de material inanimado conservan su identidad a través de los años, y así el tipo de pensamiento adecuado para ocuparse de las cosas materiales supuso que los grupos humanos políticos y de otro tipo, existentes en 1800, representaban algo a priori, algo muy esencial de la realidad permanente. Se consideraba todo como una creación de esas "gentes". Esto se aplicaba a las artes plásticas, literatura, Estado y a toda Cultura en general. Esta visión no concuerda con los hechos históricos.


Por de pronto, el primer concepto es la Raza. El pensamiento racial materialista del siglo XIX tuvo especialmente graves consecuencias para Europa al unirse a uno de los movimientos del Resurgimiento de la Autoridad de principios del siglo XX.


Cualquier excrecencia de tipo teórico en un movimiento político supone un lujo, y la Europa de 1933-2000 no puede permitirse tal cosa. Europa ha pagado cara esta preocupación Romántica con teorías raciales pasadas de moda que deben ser destruídas.






- II -


La palabra Raza posee dos significados que tomaremos por orden y de los que mostraremos su relativa importancia en una Epoca de Política Absoluta. El primer significado es objetivo, el segundo subjetivo.


La sucesión de generaciones humanas relacionadas por la sangre tiene una clara tendencia a permanecer fija en un paraje. Las tribus nómadas vagan entre límites más amplios, pero igualmente definidos. Dentro de este paisaje, las formas vegetales y la vida animal muestran características locales, diferentes de los trasplantes de las mismas familias y estrirpes a otros parajes. Los estudios antropológicos del siglo XIX dejaron patente un hecho matemáticamente explicable que proporciona un buen punto de partida para mostrar la influencia del suelo. Se descubrió que, en cualquier zona habitada del mundo, existía un exponente cefálico medio de la población. Más importante aun, se aprendió, mediante mediciones realizadas a inmigrantes de América provenientes de todos los rincones de Europa y sus hijos nacidos ya en América, que su índice cefálico se adhiere a la tierra, y se hace inmediatamente manifiesto en la nueva generación. Así, los judíos sicilianos de cabeza grande, y los alemanes de cabeza pequeña, produjeron descendientes con, por regla general, la misma media de cabeza, la específicamente americana. El tamaño del cuerpo y la duración de su desarrollo constituían otras dos características encontradas en todos los tipos humanos con el mismo promedio, ya fueran de procedencia americana, india, negra o blanca, sin importar el tamaño y duración del desarrollo de las naciones o estrirpes de las que ellos procedían. En el caso de los niños irlandeses inmigrantes, procedientes de un país con un período muy largo de duración del crecimiento, la respuesta a la influencia local fue inmediata.


Basándonos en estos y en otros hechos, relativamente nuevos y a la vez de antigua observancia, está claro que el paisaje ejerce una influencia sobre la estirpe humana ubicada dentro de sus límites, así como sobre la vida vegetal y animal. La técnica de esta influencia es incomprensible para nosotros. Conocemos su origen. Es la unidad cósmica de la totalidad de las cosas, una unidad que se muestra a si misma en el movimiento rítmico y cíclico de la Naturaleza. El hombre no se halla fuera de esta unidad, sino que esta sumergido en ella. Su dualidad de alma humana y Animal de presa, también constituye una unidad. Lo separamos de este modo para comprenderlo, pero ello no puede alterar su unidad. Tampoco podemos destruirla separando en nuestra mente los aspectos de la Naturaleza. El ciclo lunar se halla en relación con muchos fenómenos humanos de los que sólo podemos conocer el qué, pero nunca el cómo. Cualquier movimiento de la Naturaleza es rítmico: el movimiento de los arroyos y de las olas, de los vientos y de las corrientes, de la aparición y desaparición de los seres vivientes, de las especies, de la vida en si misma.


El hombre participa en estos ritmos. Su particular estructura proporciona a estos ritmos su peculiar forma humana. La Raza es la parte de su Naturaleza que muestra esta relación. En el hombre, la Raza es la esfera de su ser que se halla en relación con la vida vegetal y animal, y por encima de ellos, con los ritmos macrocósmicos. Constituye por así decirlo, la parte del hombre que queda generalizada, absorbida dentro del Todo, más que su alma, que define su especie, y la contrapone a todas las demás formas de existencia.


La Vida se manifiesta a si misma en sus cuatro formas: vegetal, animal, Humana y Cultura Superior. Aunque cada una de ellas difiere de las demás, se hallan todas relacionadas entre sí. Los animales, sujetos como están al suelo, conservan de este modo en su ser un plano de existencia similar al de las plantas. La Raza constituye en el Hombre la expresión de su similitud con las plantas y animales. La Cultura Superior se fija en cuanto a su duración en un espacio físico, por lo que también mantiene relación con el mundo vegetal sin importar el desafío y la libertad de movimientos de sus orgullosas creaciones. Su alta política y grandes guerras son la expresión en su naturaleza de lo animal y de lo humano.


De entre el conjunto de características humanas, algunas vienen determinadas por la tierra y otras por el linaje. La pigmentación forma parte de esta última y sobrevive al trasplante en nuevas zonas. Es imposible realizar, siguiendo un tal esquema, una lista de, incluso, todas las características físicas, pues no se han reunido aún los datos. Pero aún así, no influiría en nuestro propósito, ya que el elemento más importante, hasta para el significado objetivo de la palabra raza, es el espiritual.


Indudablemente, algunas estirpes humanas se hallan mucho más dotadas que otras en ciertas directrices espirituales. Las cualidades espirituales son tan diversas como las cualidades físicas. No sólo varía el promedio de altura del cuerpo sino también el promedio de "altura" del alma. No sólo la forma del cráneo y la estatura vienen determinados por el suelo, lo mismo debe ocurrir con algunas posesiones espirituales. Es imposible creer que una influencia cósmica, que deja una señal en el cuerpo humano, pase de largo por su esencia, el alma. Pero los linajes humanos se han visto tan completamente mezclados o tan repetidamente examinados superficialmente por la Historia, que nunca conoceremos las cualidades que originalmente cada paisaje imprimía en el alma. Con relación a las cualidades raciales de una determinada población, nunca podemos saber cuáles se deben a los límites de la tierra en que habitaban y cuales se han producido por fusión de estirpes a través de las sucesivas generaciones. Para un siglo práctico como el actual y el próximo, los orígenes y explicaciones poseen menor importancia que los hechos y las posibilidades. Por lo tanto nuestra próxima tarea debe partir de la raza como realidad práctica antes que de sus metafísicas.


¿A que raza pertenece el hombre? A primera vista lo sabemos, pero lo que no puede explicarse materialmente es qué signos nos lo indican exactamente. Es únicamente accesible a los sentimientos, a los instintos, y no se somete a si misma a la escala y la balanza de la ciencia física.


Hemos visto que la raza se relaciona con el paisaje y con la estirpe. Su manifestación externa la constituyen una cierta expresión típica, un juego de rasgos, la forma del rostro. No existen rígidos indicios físicos de esta expresión, pero esto no afecta a su existencia, sino solamente al método de comprenderla. Dentro de un amplio margen, una población primitiva en un determinado paraje posee un aspecto similar. Pero un detallado escrutinio mostrará refinamientos locales, y éstos a su vez se ramificarán en tribus, clanes, familias y, por último, individuos. La Raza, en sentido objetivo, es la comunidad espíritu-biológica de un grupo.


Por ello no se puede clasificar a las razas más que de una manera arbitraria. El materialismo del siglo XIX produjo varias clasificaciones de este tipo arbitrario. Las únicas características que se utilizaron fueron, claro está, puramente materiales. Así, la forma del cráneo, constituyó la base de una, el cabello y el tipo de lenguaje la de otra, la forma de la nariz y la pigmentación la de otra. Esto era como máximo un tipo de anatomía, pero no se acercaba ni con mucho a la raza.


Los seres humanos que viven en contacto entre sí, se influencian mutuamente y por lo tanto se aproximan también mutuamente. Esto se refiere a los individuos, en los que se ha notado con el paso de los años — por ejemplo, en el hecho de que en un anciano matrimonio, cada uno de los cónyuges llega a parecerse al otro fisicamente — pero también se refiere a los grupos. Lo que se ha dado en llamar la "asimilación" de un grupo por otro, no es en absoluto simplemente el resultado de la mezcla de germen-plasma como pensó el materialismo.


Es, principalmente, el resultado de la influencia espiritual del grupo asimilador sobre los recién llegados, que, si no existen fuertes barreras entre los grupos, es natural y completo. La falta de barreras conduce a la desaparición de la frontera racial y a partir de aquí tenemos ya una nueva raza, la amalgama de las dos anteriores. La más fuerte se ve normalmente influenciada, aunque en forma débil, pero existen aquí varias posibilidades, y un examen de estas últimas corresponde a un lugar posterior.






- III -


Hemos visto que la palabra raza, objetivamente utilizada, describe una relación entre un pueblo y un paisaje y es esencialmente una expresión del ritmo cósmico. Su principal manifestación visible es la apariencia, pero su realidad invisible se expresa de otros modos. Para los chinos, por ejemplo, el olfato constituye marca de contraste de la raza. Las cosas audibles, habla, canto, risa, tienen también, desde luego, una significación racial. La susceptibilidad ante ciertas enfermedades constituye otro fenómeno racialmente diferenciador. Los japoneses, americanos y negros poseen tres grados de resistencia a la tuberculosis. Las estadísticas médicas americanas muestran que los judíos son más propensos a las enfermedades nerviosas y a la diabetes y menos a la tuberculosis que los americanos que, en realidad, la frecuencia de cualquier enfermedad muestra, en el caso de los judíos, una cifra diferente. El ademán, el modo de andar y vestirse no carecen de significación racial.


Pero el rostro es el mayor signo visible de la raza. Desconocemos que es lo que transmite la raza en la fisonomía, y los intentos de llegar a ello mediante estadísticas y mediciones deben fracasar. Este hecho ha motivado que los Liberales y otros materialistas nieguen la existencia de la raza. Esta increíble doctrina tuvo su origen en América que es, verdaderamente, un laboratorio racial a gran escala. En realidad, esta doctrina equivale solamente a una confesión de total incapacidad por parte del Racionalismo y del método científico para comprender qué es la Raza o someterla a un orden del tipo de las ciencias físicas; y esta incapacidad la conocieron primero aquéllos que han permanecido fieles a los hechos y rechazaron las teorías contrarias a basarse en hechos. Supongamos que un hombre debiera familiarizarse a fondo con las medidas — longitud de la nariz, cejas, barbilla, anchura de la frente, mandíbula, boca, etc — de cada raza que conoce hasta que pueda decir bastante bien al ver un nuevo rostro, cuáles deberían ser sus medidas. Si se le diese entonces una serie de medidas anotadas sencillamente como tales, ¿cree alguien que incluso una persona especialmente preparada podría formarse una idea en su mente de la expresión racial del rostro del que tomaron esas medidas? Naturalmente que no, y esto es aplicable a cualquier otra expresión de la raza.


Otro importante aspecto objetivo de la raza encuentra cierta analogía en la moda de la fisonomía femenina que va y viene en una tardía civilización urbana. Cuándo a un tipo dado de mujer se la presenta como a un ideal, es un hecho que la clase de mujer sensible a él desarrolla rápidamente la expresión facial de ese tipo dado. En el dominio de la raza existe un fenómeno similar. Dada una raza dotada de un cierto, inconfundible, ritmo cósmico, sus miembros desarrollan automáticamente un instinto de belleza racial que afecta la elección del compañero y que también trabaja en el alma de cada individuo desde su interior, por lo que este doble ímpetu forma el tipo racial apuntando a un cierto ideal. Este instinto de belleza racial, es innecesario decir que no guarda relación alguna con los decadentes cultos eróticos del tipo Hollywood. Tales ideales son puramente individual-intelectuales y no tienen relación alguna con la Raza. La Raza, al ser una expresión de lo cósmico, participa completamente de la urgencia de la continuidad y siempre se imagina a la mujer racialmente ideal, bastante inconscientemente, como la madre en potencia de fuertes criaturas. El Hombre racialmente ideal es el señor que enriquecerá la vida de la mujer que le señale como padre de sus hijos. El erotismo degenerado tipo Hollywood es antiracial: su idea fundamental no es la continuidad de la Vida, sino el placer, con la mujer como objeto de este placer y el hombre como esclavo de este objeto.


Este afán de la Raza por conseguir su propio tipo físico contituye un o de los grandes hechos que uno no puede tratar de estropear intentando sustituirlos con los ideales de la amalgamación con tipos completamente extraños, como el Liberalismo y el Comunismo trataron de hacer durante el predominio del Racionalismo.


No se puede comprender la Raza si interiormente se la asocia a fenómenos de otros planos de la Vida, tales como la Nacionalidad, política, Estado, Cultura. Mientras que la historia, a medida que progresa, puede producir durante unos pocos siglos una fuerte relación entre raza y nación , eso no quiere decir que un tipo racial precedente forme siempre una unidad política posterior. Sí esto fuera así, ninguna de las anteriores naciones de Europa se habrían formado en la línea en que lo hicieron. Por ejemplo, piénsese en la diferencia racial entre calabreses y lombardos. ¿Qué importaba a la Historia de tiempos de Garibaldi?.


Esto nos conduce a la fase más importante del significado objetivo de la Raza en esta época: la Historia estrecha o ensancha los límites de la determinación racial. La manera cómo se consigue esto es a través del elemento espiritual de la Raza. Así, un grupo dotado de una comunidad espiritual e histórica tiende a adquirir asimismo un aspecto racial. La comunidad de la que su naturaleza superior forma parte se transmite en sentido descendente hasta la parte cósmica inferior de la naturaleza humana. Así, en la historia occidental, la primitiva nobleza tendía a constituir ella misma una raza que complementase su unidad en su parte espiritual. La medida en que logró esto, se manifiesta todavía dondequiera que la continuidad histórica de la primitiva nobleza se ha mantenido hasta la fecha actual. Un importante ejemplo de ello es la creación de la raza judía de la que ahora tenemos noticias de su existencia milenaria en Europa en forma de ghettos. Dejando de lado por el momento la diferente actitud mundial y cultura del judío, este compartir de un grupo cualquiera que sea la base de su formación original como tal, un destino común durante siglos lo convertirá obligatoriamente en una raza al mismo tiempo que en una unidad histórico-espiritual.


La sangre influye en la historia al suministrarle su material, sus tesoros de sangre, honor y duros instintos. A su vez la Historia influye en la Raza al imprimir en unidades de la historia superior un sello racial al mismo tiempo que uno espiritual. La Raza se halla en un plano inferior de la existencia, en sentido de que se encuentra más cerca de lo cósmico, más en contacto con los primitivos anhelos y necesidades de la vida en general. La historia constituye el plano superior de la existencia donde lo específicamente humano, y sobre todo la Cultura Superior, representa la diferenciación de las formas de Vida.


El método de realización de una unidad histórica, como fueron racializadas las noblezas occidentales, es a través del inevitable nacimiento cósmico en tal grupo de un tipo físico ideal, y del instinto de la belleza racial, que actúan juntos a través del germen-plasma e interiormente en cada alma para dar a cada grupo su propia apariencia que le individualiza en la corriente de la historia. Una vez que esta comunidad de destinos desaparece a través de las visicitudes de la Historia, la Raza también se desvanece y nunca más vuelve a reaparecer.






- IV -


Desde este punto de vista, aparece claro y visible el error fundamental de la interpretación materialista de la raza del siglo XIX:


La Raza no es una anatomía de grupo;


La Raza no es independiente del suelo;


La Raza no es independiente del Espíritu y de la historia;


La Raza no es clasificable, excepto en relación a una base arbitraria;


La Raza no es una caracterización rígida, permanente y colectiva de seres humanos, que permanece siempre inmutable a través de la historia.


El punto de vista del siglo XX, que se basa en hechos y no en ideas preconcebidas de física y técnica, es ver a la Raza como algo fluido, que se desliza juntamente con la historia por encima de la forma esquelética fija determinada por el suelo. Del mismo modo que la historia viene y se va, lo mismo ocurre con la Raza a su lado, encerrada en una simbiosis de acontecimientos. Los campesinos que ahora cultivan la tierra cerca de Persépolis pertenecen a la misma Raza que aquellos que sembraron o vagaron por allí mil años antes de Darío, sin importar como se les llamaba entonces o como se les llama ahora y, en el tiempo que ha mediado, en esta zona una Cultura Superior se realizó a sí misma, creando razas que ahora han desaparecido para siempre.


Este último error — el confundir nombres con unidades de la historia o de la Raza — fue uno de los más destructivos del siglo XIX. Los nombres pertenecen a la superficie de la historia, no a su parte rítmica, cósmica. Si los actuales habitantes de Grecia poseen el mismo nombre colectivo que tenía la población de esa zona en tiempos de Aristóteles, ¿se engaña alguien pensando que existe continuidad histórica? ¿o continuidad racial? Los nombres, como las lenguas, poseen sus propios destinos, y estos destinos son independientes entre sí. Así, del lenguaje normal no debería deducirse que los habitantes de Haití y los de Quebec poseen un origen común, pero este resultado aparecería necesariamente si se aplicasen a la actualidad los métodos del siglo XIX que conocemos, así como la interpretación del pasado con lo que queda de sus nombres y lenguas. Los habitantes del Yucatán son hoy racialmente iguales que 100 años A. C., aunque ahora hablan español y entonces hablaban una lengua hoy totalmente desaparecida, aunque su nombre actual sea distinto del de entonces. Entre tanto tuvo lugar la aparición, realización y destrucción de una Cultura Superior, pero, tras su paso, la Raza volvió a convertirse en la primitiva y sencilla relación entre estirpe y paisaje. No existía ninguna historia superior que la influenciase o viceversa.


En tiempos de la Cultura Egipcia, un pueblo denominado "los libios" dio su nombre a una zona. ¿Significa eso que quienquiera que la habite desde entonces posee alguna afinidad con ellos? Los prusianos eran, en el año 1000 A.C. un pueblo extra-europeo. En 1700, el nombre "Prusia" describía una Nación al estilo occidental. Los conquistadores occidentales adquirieron simplemente el nombre de las tribus que hacían desplazar. Todos aquellos que aparecieron bajo los diversos nombres de Ostrogodos, Visigodos, Jutos, Varangios, Sajones, Vándalos, Escandinavos, Daneses, procedían del mismo tronco racial, pero sus nombres no lo demostraban. A veces, algún grupo daba su nombre a su zona para que, después de ser desplazado el antiguo nombre pasase al grupo conquistador; tal es el caso de Prusia y Gran Bretaña. A veces, un grupo toma su nombre de una zona, como los americanos.


En lo que a la Historia de la Raza concierne, los nombres son accidentales. Por si mismos, no indican ninguna clase de continuidad interior. Lo mismo ocurre con el lenguaje.


Una vez que se comprende la idea de que lo que nosotros llamamos historia significa realmente Historia Superior, que esta es la Historia de las Culturas Superiores, y que estas Culturas Superiores son unidades orgánicas que expresan sus posibilidades más profundas mediante las profusas formas del pensamiento y del acontecimiento que descansan ante nosotros, se logra un más profundo entendimiento del modo en que la historia utiliza para su realización cualquier material humano que se halla al alcance de su mano. Estampa su sello en este material creando unidades históricas a partir de grupos hasta entonces a menudo muy variados biológicamente. La unidad histórica, en armonía con los ritmos cósmicos que gobiernan toda vida desde la planta hasta la Cultura, adquiere su propia unidad racial. Una nueva unidad racial, separada de la anterior — que no era sino primitiva y sencilla relación entre estirpe y suelo — por su contenido histórico-espiritual. Pero con la partida de la Historia Superior, la realización de la Cultura, el contenido histórico-espiritual, también se retira para siempre y la primitiva armonía reasume su posición dominante.


La anterior historia biológica de los grupos que una Cultura Superior se apropió no juega ningún papel en este proceso. Los nombres anteriores de tribus indígenas, los antiguos nómadas, el material lingüístico, nada de esto significa nada para la Historia Superior, una vez que decide su curso. Empieza, por así decirlo, desde el principio. Pero también permanece de este modo, dada su capacidad de aceptar todos los elementos que penetran en su espíritu. Los nuevos elementos no pueden, sin embargo, aportar nada a la Cultura, ya que se trata de una individualidad superior, y como tal posee su propia unidad, que no puede sufrir otra influencia más que la superficial por parte de un organismo de rango equivalente, y que no puede ser cambiada en lo más mínimo en su Naturaleza interna a fortiori por ningún grupo humano. Por todo ello, cualquier grupo se halla dentro del espíritu de la Cultura o fuera de él; no existe una tercera alternativa.


Las alternativas orgánicas son siempre solamente dos: Vida o Muerte, enfermedad o salud, progresivo desarrollo o distorsión. En el momento en que, mediante influencias externas, se aparta al organismo de su verdadero camino, es seguro que traerá por resultado la crisis; crisis que afectará a toda la vida de la Cultura, y que a menudo acarreará confusión y catástrofe en el destino de millones de seres. Pero nos estamos anticipando.


El significado objetivo de la raza posee otros aspectos importantes en una perspectiva del siglo XX. Hemos visto que las razas — entendiendo aquí grupos primitivos, simples relaciones entre suelo y estirpe humana — poseen distintos talentos para los propósitos históricos. Hemos visto que la Raza ejerce una influencia sobre la historia y viceversa. Llegamos a la jerarquía de las razas.






- V -


Naturalmente, los materialistas no pudieron triunfar en sus intentos de realizar una clasificación anatómica de las razas. Pero a las razas se las ha clasificado de acuerdo con sus capacidades funcionales, partiendo de cualquier función dada. Así, se podría basar una jerarquía de razas en la fuerza física, y existen pocas dudase que el Negro se situaría en la cima de esta jerarquía. Sin embargo, tal jerarquía no nos sería de ninguna utilidad, pues la fuerza física no es lo esencial de la Naturaleza Humana en general, y menos todavía de la cultura en particular.


El impulso fundamental de la naturaleza humana — por encima de los instintos de conservación y sexualidad, que el hombre comparte con otras formas de la Vida — es el deseo de poder. Muy raramente se encuentra una lucha por la existencia entre los hombres. Las luchas que a menudo ocurren son casi siempre para obtener el control; el poder. Estas últimas tienen lugar entre parejas, familias, clanes, tribus, y entre pueblos, naciones, Estados. Por lo tanto, el basar la jerarquía de las razas en la intensidad del deseo de poder guarda relación con las realidades históricas.


Tal jerarquía no puede poseer, naturalmente, validez eterna. Por eso, la escuela de Gobineau, Chamberlain, Osbom y Grant se encontró en la misma tangente que los materialistas que proclamaban que el tipo racial no existía en absoluto porque ellos no podían detectarlo mediante sus métodos. El error del primero fue suponer la inalterabilidad — hacia atrás y hacia adelante — de las razas que existían en su tiempo. Trataba a las razas como si fuesen bloques de construcción; como material original, ignorando las relaciones existentes entre Raza e Historia, Raza y Espíritu, Raza y Destino. Pero, por lo menos, reconocieron las realidades raciales existentes en su época. Su único error consistió en contemplar estas realidades como algo rígido, existentes más que transformables. Existía asimismo, en su modo de enfocar la cuestión, un residuo de pensamiento genealógico, pero este tipo de pensamiento es intelectual y no histórico, pues la Historia utiliza el material humano que tiene más a mano sin preguntar sobre sus antecedentes y durante el proceso de utilización se coloca este material humano en relación con la vasta, mística, fuerza del Destino. Este resto de pensamiento genealógico tendió a crear divisiones en el pensar de pueblos cultos que, en realidad, no corresponden a ninguna división. En relación con la raza humana, la posterior tendencia materialista desarrolló al máximo el principio de la herencia que Mendel había desarrollado para ciertas plantas. Tal tendencia se vio condenada a no producir fruto alguno. Después de casi un siglo de resultados estériles debió ser abandonada en favor del punto de vista del siglo XX que aproxima a la Historia y sus efectos al espíritu histórico y no al espíritu científico de la mecánica o la geología.


Sin embargo, la escuela de Gobineau parte por lo menos de un hecho, y esto la coloca mucho más cerca de la Realidad que a los doctos imbéciles que, al amparo de sus reglas y gráficos, anuncian el fin de la raza.


Este hecho fue la jerarquía de la raza con fines Culturales. En su día, se utilizó la palabra "Cultura" para designar a la literatura y a las bellas artes y diferenciarlas así de las materias ingratas o "brutas" tales como la economía, la técnica, la guerra y la política. De aquí que el centro de gravedad de estas teorías se hallase del lado del intelecto más que del alma. Con el advenimiento del siglo XX y el esclarecimiento de todas las teorías Romántico-Materialistas, se percibió la unidad de la Cultura a través de todas sus diversas manifestaciones de arte, filosofía, religión, ciencia, técnica, política, formas estatales, formas raciales y guerra. Por lo tanto, la jerarquía de las razas en este siglo es una jerarquización basada en los grados de deseo de poder.


Desde el punto de vista intelectual esta clasificación de las razas es también arbitraria; en la misma medida en que lo fue aquella otra basada en la fuerza física. Sin embargo, es la única apropiada para nosotros en esta época.


Tampoco es rígida, pues las visicitudes de la Historia son mucho más importantes en este campo que los caracteres de transmisión hereditaria. Hoy en día, no existe ninguna raza hindú, aunque alguna vez la haya habido. Este nombre es el producto de una historia y acabada y no corresponde a ningún grupo racial. Tampoco existe ninguna raza vasca, ni bretona, ni hessiana, ni andaluza, ni bávara, ni austríaca. De forma similar, las razas que existen actualmente en nuestra Civilización Occidental desaparecerán también cuando la historia pase sobre ellas.


La Historia es la fuente de la jerarquía de las razas por la fuerza de los acontecimientos. Así, cuando vemos a un pueblo europeo dotado de sus propias características raciales, como los ingleses, oprimir con solo un puñado de sus propias tropas a una población de cientos de millones de asiáticos durante dos siglos, tal como hicieron en la India, a eso lo llamamos una raza con un elevado deseo de poder. Durante el siglo XIX, Inglaterra contaba con una diminuta guarnición de 65.000 soldados blancos en medio de 300.000.000 de asiáticos.


Estas simple cifras nos llevarían a conclusiones erróneas si desconociésemos que Inglaterra era la Nación al servicio de la Cultura Superior y que la India era un mero paraje poblado por muchos millones de seres primitivos, un lugar que, en otra época había sido asimismo sede de una Cultura Superior como la nuestra, pero que hacía mucho que había regresado a su primitivismo pre-cultural, entre las ruinas y monumentos del pasado. Sabiendo ésto, sabemos también que el origen de este duro deseo de poder se halla, por lo menos parcialmente, en la fuerza del Destino de la Cultura del que Inglaterra era una expresión.


Cuando vemos a una raza como la española enviar dos grupos como los de Cortés y Pizarro y leemos sus logros, sabemos que nos hallamos ante una raza con elevado deseo de poder. Con solo cien hombres, Pizarro se las arregló para vencer a un Imperio de millones. El proyecto de Cortés fue de similar audacia. Y ambos alcanzaron el éxito militar. Tales cosas no las puede realizar una raza esclava. Los aztecas y los incas no eran poblaciones carentes de raza, pero fueron vehículo de otra Cultura Superior, hecho que hace parecer casi increíbles estas hazañas.


La raza francesa en tiempos de las Guerras Revolucionarias se hallaba al servicio de una idea Cultural, tenía la misión de cambiar toda la dirección desde Cultura hasta Civilización, de abrir la Era del Racionalismo. La enorme fuerza que esta idea vital transmitió a los ejércitos franceses aparece en los veinte años de sucesivas victorias militares sobre todos los ejércitos que las repetidas coaliciones de Europa pudieron lanzar contra ella. Bajo el mando del propio Napoleón, lograron la victoria en más de 145 combates, de un total de 150. Una raza con fuerzas para tal proeza debía tener un elevado deseo de poder.


En cada uno de estos casos, la raza es una creación de la Historia. En tal unidad, la palabra raza contiene los dos elementos: la relación estirpe-paisaje y la comunidad espiritual de historia e Idea Cultural. Se hallan, por así decirlo estratificados: debajo se encuentra el fuerte, primitivo compás del ritmo cósmico en un linaje particular; por encima tenemos el moldeador, creador, impulsor destino de un linaje particular; y por encima tenemos el moldeador, creador, impulsor Destino de una Cultura Superior.


Cuando Carlos de Anjou decapitó a Conrado, el último Emperador de los Hohenstaufen, en 1267, Alemania desapareció durante 500 años de la historia occidental como unidad con significado político, reapareciendo en el siglo XVIII en la doble forma de Austria y Prusia. Durante esos siglos, otros poderes escribieron, en su mayoría con su propia sangre, la historia superior de Europa. Esto significa que — en comparación con el gran derrame de sangre sobre las generaciones de los otros — Alemania estaba de más.


Para comprender la importancia de este hecho, debemos volver al origen puramente biológico de las razas de Europa.






- VI -


Las primitivas corrientes de pueblos procedentes del Norte de la zona euroasiática desde el año 2000 AJC hasta el año 1000 DJC — e incluso más tarde — pertenecían probablemente a una estirpe afín. Los bárbaros denominados casitas conquistaron los restos de la Cultura Babilónica hacia el año 1700 AJC. Durante el siglo siguiente, unos bárbaros del Norte a quienes los egipcios llamaban Hyksos, se echaron sobre las ruinas de la Civilización Egipcia y la sometieron a su yugo. En la India, los Arios, igualmente una horda bárbara nórdica, conquistaron la Cultura India. Los pueblos que aparecieron en Europa durante el milenio y medio que acabó en el año 1000 DJC, bajo los diversos nombres de Francos, Anglos, Godos, Sajones, Celtas, Visigodos, Ostrogodos, Lombardos, Belgas, Daneses, Escandinavos, Vikingos, Varangios, Germánicos, Alemanes; Teutones — y otros más — pertenecían todos a un linaje similar. Es muy probable que los conquistadores de las antiguas Civilizaciones orientales perteneciesen a una estirpe parecida a la de los bárbaros occidentales que amenazaron Roma durante siglos y que finalmente la saquearon. El rasgo más importante de esta estirpe era su color rubio. Donde hoy en día se encuentran rasgos rubios, significan que en algún momento del pasado algunos elementos nórdicos de esta estirpe se asentaren allí. Estos bárbaros nórdicos conquistaron las poblaciones indígenas de toda Europa, constituyéndose ellos mismos en estrato superior, proporcionando su liderazgo, guerreros y reyes por dondequiera que pasasen. De este modo, representaron el estrato gobernante en los territorios que ahora conocemos bajo el nombre de España, Francia, Alemania, Inglaterra. Su proporción numérica era mayor en unos lugares que en otros, y fue en la fuerte voluntad de este primitivo estrato, donde fue tomado forma la idea primigenia de la Cultura Occidental, hacia el año 1000 DJC. Después de haber conquistado Civilizaciones ya consumadas, esta estirpe había sido seleccionada para realizar, a su vez, el Destino de una Cultura Superior.


Lo que distingue a esta corriente de pueblos biológicamente primitivos es su fuerte voluntad. Es asimismo esta fuerte voluntad — y no solamente la Idea profunda de la Cultura en si misma — la que sirve para aumentar en la historia occidental la grandiosa energía de sus manifestaciones en todas las direcciones del pensamiento y la acción. ¡Pensemos en los vikingos, llegando desde Europa a América en sus diminutos barcos en el gris amanecer de nuestra historia! Este es le tipo de material humano que incrementa la sangre de las razas, pueblos y naciones occidentales. Es a este tesoro del ser al que Occidente debe su valor en el campo de batalla, y este hecho es reconocido en todo el mundo, tanto si teóricamente se lo rechaza como si no. Pregúntese a cualquier general, de cualquier ejército, si prefiere tener bajo su mando a una división de soldados reclutados en Pomerania o a una división de negros.


Desgraciadamente para Occidente, la población rusa contiene también una fuerte cantidad de este nórdico linaje bárbaro. No se halla al servicio de una Cultura Superior, pero se encuentra ante nosotros como lo hicieron los Galos ante la Roma Republicana e Imperial. La raza es el material de los acontecimientos y se halla a la disposición de la voluntad de aniquilar, tan libremente como a disposición de la voluntad de crear. El bárbaro linaje nórdico de Rusia sigue siendo bárbaro y su misión negativa le ha estampado su propio sello racial. La Historia ha creado una raza rusa que va ensanchando uniformemente sus fronteras raciales al absorber y grabar con su histórica misión de destrucción las distintas corrientes de pueblos de su enorme territorio.


En la jerarquía de las razas basadas en el deseo de poder, la nueva raza rusa ocupa un lugar importante. Esta raza no necesita de ningún tipo de propaganda moralista para excitar a sus militantes. Sus instintos bárbaros se encuentran allí, y sus líderes pueden confiar en ellos.


Debido a la fluida, naturaleza de la Raza, ni siquiera la jerarquía de las razas basada en el deseo de poder puede conseguir ordenar todas las razas existentes en la actualidad. Por ejemplo, ¿se hallarían los Silchs por encima de los Canghaleses o por debajo suyo; los negros americanos por encima o por debajo de los Indios Aymará? Pero el propósito en conjunto de comprender los diversos grados de deseo de poder en las distintas razas es de tipo práctico y se aplica en primer lugar a nuestra Civilización Occidental. ¿Puede hacerse uso de este conocimiento? La respuesta es que no sólo se puede, sino que se debe, para que Occidente viva independiente su periodo vital y no se convierta en esclava de las aniquiladoras hordas asiáticas bajo el liderazgo de Rusia, Japón o cualquier otra raza militante.


Antes de que esta información pueda aplicarse a toda idea y sin peligro de antiguas equivocaciones, debemos examinar el significado subjetivo de la Raza, además de las ideas connotadas con los términos de Pueblo, Nación y Estado.






SIGNIFICADO SUBJETIVO DE LA RAZA




La Raza, según hemos visto, no es una unidad de existencia, sino un aspecto de la misma. Especificamente, es el aspecto de la existencia en donde se revela la relación entre el ser humano y los grandes ritmos cósmicos. Es, por ello, el aspecto no-individual de la Vida, tanto si se trata de la vida de un vegetal, como de la de un animal o un ser humano.


La planta no muestra — al menos no nos lo parece a nosotros — ninguna conciencia, esto es: ninguna tensión con su entorno. Por ello, la planta sólo es poseedora de una raza, por decirlo así, por hallarse totalmente sumergida en la corriente cósmica. El animal muestra tensión, conciencia, individualidad. El hombre posee además conciencia propia y la capacidad y necesidad de vivir una vida superior en el reino de los símbolos. Todos los hombres poseen esto, pero el grado de diferencia al respecto entre un hombre primitivo y uno culto es tan enorme que casi parece una diferencia en cuanto al tipo en sí.


Es el ritmo racial, que informa a los impulsos primitivos, el que comunica generalmente la acción. A él se opone la parte luminosa de la mente, la razón desarraigada, el intelecto. Cuanto más ligado se halla esto al plano racial, mayor es el sello intelectual que la existencia lleva en lugar del racial.


Cada individuo, al igual que cada unidad orgánica superior, posee estos dos aspectos. La Raza impulsa a la propia conservación, a la continuiad del ciclo generacional, al incremento de poder. El intelecto decide el significado de la Vida y su meta, y con ello puede, por varias razones, rechazar uno o todos los impulsos fundamentales. El celibato del sacerdote y la esterialidad del libertino provienen por igual del intelecto, pero uno de ellos es expresión de una Cultura Superior y el otro es la negación de la Cultura en una expresión de la degeneración completa. El intelecto debe estar, pues, al servicio de la Cultura o en oposición a ella.


La Raza es, en primer lugar — en su sentido subjetivo — lo que un hombre siente. Ello influye, tanto inmediata como eventualmente, en lo que hace. Un hombre de raza no ha nacido para ser esclavo. Si su intelecto le aconseja someterse temporalmente, en vez de morir heroicamente en la esperanza de un mejor futuro, ello es un simple aplazamiento de su evasión. El hombre que carece de raza se someterá permanentemente a cualquier humillación, a cualquier insulto, a cualquier deshonra, en tanto se le permita vivir. Para el hombre carente de raza, la continuidad de la respiración y la digestión, contituyen la Vida. Para el hombre de raza la vida sola carece de valor, y sólo tiene ese valor cuando se halla en las condiciones justas, cuando es una vida afirmativa, rica, expresiva y creciente.


Cualquier parte del alma puede motivar el heroísmo: el mártir muere por la verdad que conoce, el guerrero que perece con el arma en las manos antes que rendirse a sus enemigos, muere por el honor que siente. Pero el hombre que muere por algo superior demuestra que posee raza, sin que cuenten sus motivos intelectualizados. Pues la Raza representa la facultad de permanecer fiel a uno mismo. Es la colocación de un valor superior en la propia alma individual. En este sentido subjetivo, la raza no es la manera en que uno habla, mira, gesticula, camina, no es una cuestión de estirpe, color, anatomía, estructura del esqueleto o cualquier otra cosa objetiva. Los hombres de Raza se hallan dispersos por todas las poblaciones del mundo, por todas las razas, pueblos, naciones. En cada unidad contituyen los guerreros, los líderes de acción, los creadores en la esfera de la política y de la guerra.


Así, en el sentido subjetivo, existe asimismo una jerarquía de la raza. Por arriba, los hombres de raza; por debajo, los que carecen de ella. Los primeros son arrastrados hacia la acción y los acontecimientos por el gran ritmo cósmico del movimiento; los otros son pasados por alto por la Historia. Los primeros constituyen el material de la Historia Superior; los segundos han sobrevivido a toda Cultura, y cuando la tranquilidad reanuda su dominio sobre la tierra después del torbellino de los acontecimientos, forman la gran masa. Las madres chinas aconsejan a sus niños con la antigua advertencia: "Empequeñece tu corazón". Esta es la sabiduría del hombre sin raza, y de la raza sin voluntad. Los hombres de raza pasan por los pueblos que se encuentran dentro del curso del movimiento de la Cultura superior casi sin rozarlos, y este proceso continúa a través de las generaciones de la Historia en las cumbres. El resto es "fellaheen" [38].


La raza en su sentido subjetivo pasa a ser así una cuestión de instinto. El hombre dotado de instintos poderosos posee raza, el hombre con malos o débiles instintos, no la posee. La fuerza intelectual no tiene nada que ver con la existencia de la raza. Puede, simplemente, en algunos casos, tales como el del hombre que realiza el celibato, influir en la expresión de una parte de la raza. El vigor intelectual y los fuertes instintos pueden coexistir — pensemos en los Obispos de época Gótica que condujeron a sus feligreses a la guerra — pero son simplemente las direcciones opuestas del pensamiento y la acción. Aun así, son los instintos los que suministran la fuerza impulsora a los grandes logros intelectuales. El centro de gravedad de la vida elevada es, por parte del instinto, la voluntad, la raza, la sangre. La vida que coloca los ideales racionalistas de "individualismo", "felicidad", "libertad", antes que la perpetuación y el incremento del poder, es decadente. Decadente significa tendencia hacia su propia extinción; extinción sobre todo de la vida superior, pero también, finalmente, de la vida de toda la raza. El intelectual de las grandes ciudades es el tipo de hombre que carece de raza. En cada Civilización ha sido el aliado interno de los bárbaros del exterior. 


Esta cualidad de poseer raza no guarda obviamente ninguna relación con lo que la propia raza siente por la comunidad. La Raza en sentido objetivo es una creación de la historia. El propio destino debe expresarse dentro de un cierto marco: el marco del Destino.


Así, un hombre de raza nacido en Kirghizia pertenece por su Destino al mundo bárbaro de Asia con su misión histórica de destrucción de la Civilización Occidental. Algunas excepciones son, naturalmente, posibles, pues la Vida no se somete por entero a una generalización. Algunos polacos, ucranianos, o incluso rusos, pueden verse impulsados por sus almas a compartir el espíritu de Occidente. De ser así, pertenecen a la raza occidental, y toda raza sana y ascendente acepta los reclutas que se unen a ella en estas condiciones y que poseen el adecuado sentimiento. Del mismo modo, existen en Occidente numerosos intelectuales que se sienten unidos a la idea exterior del Nihilismo Asiático. Cuán numeroso son, lo demuestran los periódicos, las novelas y las obras de teatro que producen y que les permiten vivir de ello. Pero lo contrario no sería válido para los hombres carentes de raza, que no son siquiera aceptables para el enemigo. No poseen nada con que contribuir a un grupo orgánico; constituyen los granos de arena humanos, los átomos del intelecto, sin cohesión ascendente o descendente.


Cada raza, sin importar lo transitoriamente que pueda ser contemplada desde el punto de vista de la Historia, expresa una cierta idea, un cierto plano de la existencia por su vida, y su idea debe resultar atractiva a ciertos individuos que se hallen fuera de ella. Así, en la vida occidental, no estamos desfamiliarizados con el hombre que, después de asociarse con los judíos, leyendo su literatura y adoptando su punto de vista, se convierte de hecho en un judío en el sentido completo de la palabra. No es necesario que posea "sangre judía". También sabemos de lo contrarío: muchos judíos han adoptado los sentimientos y ritmos occidentales y han adquirido por tanto la raza occidental. Este proceso — denominado desdeñosamente "asimilación" por los líderes judíos — amenazó durante el siglo XIX la misma existencia de la raza judía, por la absorción definitiva de todo su cuerpo racial por parte de las razas occidentales. Para detener esto, los líderes judíos desarrollaron el programa del Sionismo, que era solamente un recurso para mantener la unidad de la raza judía y perpetuar su existencia continuada como tal. Por esta razón, reconocieron también el valor del antisemitismo de tipo social. Servía al mismo propósito de preservar la unidad racial de los judíos.


- II -


La extinción de los instintos raciales significa lo mismo para un individuo que para una raza, pueblo, nación, Estado o Cultura: infructuosidad, carencia de voluntad de poder, falta de capacidad para creer en grandes metas o perseguirlas, carencia de disciplina interior, deseo de una vida de comodidad y placer.


Los síntomas de esta decadencia racial en varios puntos de la Civilización Occidental son múltiples. Tenemos en primer lugar la horrible deformación de la vida sexual, resultante de la total separación del amor sexual de la reproducción. El gran símbolo de ello en la Civilización Occidental es cualquier cosa que sugiera el nombre de "Hollywood". El mensaje de Hollywood es la total significación del amor sexual como un fin en sí mismo; es lo erótico sin consecuencias. El amor sexual de dos granos de arena, de dos individuos desarraigados, no el primitivo amor sexual que busca la continuidad de la vida, la familia de muchos hijos. Se acepta un niño, como un juguete más complicado que un perro — a veces hasta dos, un niño y una niña — pero la familia de muchos hijos ya es tema de burla para esta actitud decadente.


El instinto de la decadencia toma diversas formas en este campo: disolución del Matrimonio mediante las leyes del divorcio; intentos de rechazar, mediante revocación o incumplimiento, las leyes contra el aborto; predicando en forma de novela, drama o periódico, la identificación de la "felicidad" con el amor sexual, mostrándolo como el gran valor, ante el cual todo honor, deber, patriotismo, consagración de la Vida a un fin superior, deben ceder. Una eroticomanía extraña inunda nuestra civilización por completo. No ciertamente como la obsesión sexual del siglo XVIII — que por lo menos era racialmente positiva, en el sentido de aumentar la población Occidental — sino siempre con un erotismo sin consecuencias, puramente desarraigado. Esta enfermedad espiritual constituye el suicidio de la raza.


El debilitamiento de la voluntad — Nietzsche lo llama la "parálisis de la voluntad" — es otro síntoma de la extinción de los instintos raciales. Conduce a un total deterioro de la vida pública de las razas afectadas. Los jefes de Gobierno no se atreven a ofrecer un programa severo a sus masas de granos de arena de seres humanos: ceden pero permanecen en sus cargos como particulares. Con ello, deja de existir el Gobierno. Las únicas funciones que realiza son las que siempre se han desarrollado por sí solas; nada de nuevos objetivos; nada de sacrificios. Conservar el viejo estado de cosas; ¡No se pongan a crear! ¡No se esfuercen! Eso sería demasiado pesado. Hay que mantener el estado de placer, el panem et circenses. No importan las necesidades de la vida. Estamos dispuestos a renunciar a ellas mientras tengamos sus placeres.


Este debilitamiento de la voluntad conduce al voluntario abandono de imperios conquistados con la sangre de millones durante diez generaciones. Conduce al profundo odio hacia quien quiera y hacia lo que quiera representar austeridad, creación, Futuro. Uno de sus productos es el Pacifismo, y el único modo en que una población que está disolviéndose racialmente puede ser conducida a la guerra es a través del servicio militar obligatorio acoplado a una propaganda pacifista; "Esta es la última guerra. De hecho, es una guerra contra la guerra". Solamente un intelectual se podría dejar engañar por una Irrealidad tan completa. La débil voluntad de la sociedad se manifiesta en el Bolchevismo de las clases superiores, la solidaridad con los enemigos de la sociedad. Realmente se declara enemigo a cualquiera que posea una voluntad intacta. Incluso se odia el razonamiento lógico, tan poco es lo que piden los ideales.


La mediocridad se eleva en el horizonte de una raza que se extingue como su último gran ideal, una completa mediocridad, una renunciación total a toda grandeza y a cualquier distinción de cualquier tipo. Lo mismo ocurre con la mediocridad de la corriente sanguínea racial. Ahora cualquiera puede entrar en ella, no sólo en nuestras condiciones, pues ya no nos quedan condiciones y no existen diferencias raciales; todo es una sola cosa, apagada, carente de acontecimientos, mediocre.


El debilitamiento de la voluntad no es difícil, a condición de encontrar una ideología que lo racionalice como "progreso", como todo lo deseable, como meta de toda la historia precedente. El complejo democracia-liberalismo se encuentra a mano y adquiere en esos momentos el significado de Muerte de la raza, la nación y la Cultura. No existen las diferencias humanas; todo el mundo es igual, los hombres son mujeres, las mujeres son hombres, "el individuo" lo es todo, la Vida son unas largas vacaciones cuyo principal problema consiste en idear nuevos y más estúpidos placeres. No existe un Dios, ni el Estado. ¡Que se corte la cabeza a aquél que se atreva a decir que tenemos una misión, o que desee resucitar la Autoridad!


Encontraremos presentes estos síntomas, u otros similares, en el fallecimiento de todo estrato superior cuya voluntad se debilita. Así, Tocqueville nos describe como el estrato superior francés de 1789 carecía de toda sospecha sobre la inminente Revolución; cómo la nobleza se entusiasmó con la "bondad natural de la Humanidad", el "virtuoso pueblo", la "inocencia del Hombre", en tanto que el terror de 1793 ya se encontraba a la vuelta de la esquina. Spectacle terrible et ridicule [39]. ¿No se comportó de igual manera la nobleza Petrínica de Rusia hasta 1917? El Zar se resistió a las súplicas de marcharse cuando aún era tiempo con "Mi pueblo no me hará daño''. Su idea del campesino ruso era la de un muzhik feliz y sencillo, fundamentalmente bueno. Del mismo modo, el debilitamiento de la voluntad occidental en algunos países se ha demostrado con el diluvio de propaganda pro-rusa que se ha realizado, a veces con la aprobación oficial en esos países, desde 1920 hasta 1950.