En este mundo de locura liberal.. todo lo que sea degradación.. decadencia..degeneración o envilecimiento en el hombre esta permitido y es fomentado...pero el verdadero pensamiento independiente que se salga de lo que dicta el sistema.. es severamente penado por todas las cortes del mundo...el "delito de opinión" es el peor crimen que se puede cometer en este mundo de pensamiento totalitario...Oder

martes, 30 de agosto de 2016

La sangre ..Spengler

La sangre es para nosotros el símbolo de la vida. Circula sin cesar por el cuerpo, desde la concepción hasta la muerte; pasa del cuerpo de la madre al del niño; bate las arterias en la vigilia como en el sueño; nunca interrumpe su curso. La sangre de los antepasados fluye a través de las generaciones, uniéndolas en un ingente conjunto, sometido al sino, al ritmo, al tiempo.


sábado, 27 de agosto de 2016

Poema de Rudyard Kipling



NO DESISTAS

Cuando vayan mal las cosas

como a veces suelen ir,

cuando ofrezca tu camino

solo cuestas que subir,

cuando tengas poco haber

pero mucho que pagar,

y precises sonreír

aun teniendo que llorar,

cuando ya el dolor te agobie

y no puedas ya sufrir,

descansar acaso debes

¡pero nunca desistir!

Tras las sombras de la duda

ya plateadas, ya sombrías,

pude bien surgir el triunfo

no el fracaso que temías,

y no es dable a tu ignorancia

figúrate cuan cercano,

pueda estar el bien que anhelas

y que juzgas tan lejano.

Lucha, pues por mas que tengas

en la brega que sufrir,

cuando todo esté peor,

más debemos insistir.

miércoles, 17 de agosto de 2016

Propiedad Privada..



El capitalismo de estado no es menos perverso. En una sociedad comunista los ciudadanos no trabajan por su nación, sino por el sistema comunista, es decir, por el estado y no por la nación. En un sistema comunista no son los trabajadores y ciudadanos los que administran los medios de producción, sino ellos mismos son el medio por el cual el estado produce: el hombre reducido a una mera "tuerca" o "tornillo" de la trituradora comunista, atomizando también como en el capitalismo liberal, aunque no en miles de partes individuales, sino reduciendo todo a lo mismo: no existe el individuo, sino la masa.


En el capitalismo liberal tu posición social lo marca tu nivel económico, en el capitalismo de estado no existen clases sociales, pues son todos iguales, una masa. En el primero hay una sociedad de niveles adquisitivos y en la segunda la lucha de clases parece superada. 

Y debe ser superada, pero no de esa forma, una sociedad debe regirse por un principio aristocrático como el de la jerarquía, una jerarquía instituida en los valores y no en principios materialistas: la lucha de clases debe superarse en el sentido de que tu posición no la va a regir tu posición económica ni nadie será más que nadie por poseer más cosas: la dignidad se mide de otra forma. Combatiendo el liberalismo combatimos igualmente el problema que de él se deriva, "la lucha de clases" hoy no sería de clases, sino de niveles económicos. Así, luchar contra el capital es luchar contra el liberalismo y contra el comunismo a partes iguales.


En el liberalismo la propiedad privada aspira a conseguir el poder, en el segundo la propiedad privada se circunscribe al estado: todo es propiedad del estado, incluso las personas. Sin embargo hablamos de que las posesiones del estado son "públicas", cuando nada es público en realidad, nadie tiene nada propio, todo lo tiene el estado. 

En el primero el sistema de valores propugna la libertad individual como máximo exponente e ideal, que no es otra cosa que promover el egoísmo y la destrucción del grupo, de la sociedad cohesionada. En el segundo no existe libertad individual, eres propiedad del estado y el totalitarismo se muestra de forma evidente, no como en el liberalismo, sibilino y disimulado.


Sin embargo podemos hablar de que en Occidente, a pesar de prevalecer una mentalidad liberal, y de hecho así es, pueda llevarnos a confusión las empresas públicas. Esas empresas son simplemente eso, públicas porque se nutren del dinero procedente de impuestos y los beneficios van al estado si los hubiera, pero participan de la misma mentalidad liberal: el estado es una empresa, el ciudadano un cliente timado por todos los lados. 

En el mundo del libre mercado, el estado es simplemente una empresa más en competencia con las demás y que a su vez, desde el ejecutivo, suele propugnar medidas para favorecer al capital y el libre comercio: abaratamiento de despidos, entrada masiva de inmigrantes, etc. 

Mientras tanto, el contribuyente español no participa de los beneficios de la empresa pública, empresas que suelen ser generalmente deficitarias.

Así que como veis la propiedad pública no existe en sí misma, sino solamente la privada. En el liberalismo las personas pueden tener acceso a la propiedad, y a eso le llamamos respeto por la propiedad privada, y en el capitalismo de estado el propietario de todo es el estado y nadie tiene propiedad, ese todo es su propiedad privada, propiedad a la cual el súbdito o ciudadano podrá acceder si el estado quiere. En el primero, en definitiva, la propiedad puede estar en manos de mucha gente, en la otra en manos de una única entidad. El capitalismo de estado es el monopolio total, la propiedad en manos de una sola entidad, y para el estado eso es su propiedad privada.


martes, 16 de agosto de 2016

Michel Foucault..Soy un nietzscheano




Foucault es conocido principalmente por sus estudios críticos de las instituciones sociales, en especial la psiquiatría, la medicina, las ciencias humanas, el sistema de prisiones. Sus análisis sobre el poder y las relaciones entre poder. 



Influenciado profundamente por la filosofía alemana, en especial por la obra de Friedrich Nietzsche. Precisamente, su genealogía del conocimiento es una alusión directa a la idea nietzscheana de la genealogía de la moral. 



En una de sus últimas entrevistas afirmaría: Soy un nietzscheano. Reconocería también una deuda con el pensamiento de Martin Heidegger y sus críticas a occidental: Heidegger ha sido un filósofo esencial para mi, declararía en junio de 1984, aunque criticaría varias veces posiciones esenciales de Heidegger tales como su interpretación de la historia de la verdad en occidente como un olvido del ser.




Su padre fue Paul Foucault, un eminente cirujano que esperaba que su hijo se le uniera en la profesión. Su educación primaria fue una mezcla de éxitos y mediocridades hasta que asistió al colegio jesuita Saint-Stanislaus donde se destacó por su rendimiento. Durante este periodo, Poitiers era parte de la Francia de Vichy que posteriormente sería ocupada por Alemania. Foucault aprendió filosofía con Louis Girard.



Es importante acuñar una noción de poder que no haga exclusiva referencia al gubernativo, sino que contenga la multiplicidad de poderes que se ejercen en la esfera social, los cuales se pueden definir como poder social. 

En La verdad y las formas jurídicas, Foucault es más claro que en otros textos en su definición del poder; habla del subpoder, de "una trama de poder microscópico, capilar", que no es el poder político ni los aparatos de Estado ni el de una clase privilegiada, sino el conjunto de pequeños poderes e instituciones situadas en un nivel más bajo. 

No existe un poder; en la sociedad se dan múltiples relaciones de autoridad situadas en distintos niveles, apoyándose mutuamente y manifestándose de manera sutil. Uno de los grandes problemas que se deben afrontar cuando se produzca una revolución es el que no persistan las actuales relaciones de poder. El llamado de atención de Foucault va en sentido de analizarlas a niveles microscópicos.

Para el autor de La microfísica del poder, el análisis de este fenómeno sólo se ha efectuado a partir de dos relaciones:
Contrato - opresión, de tipo jurídico, con fundamento en la legitimidad o ilegitimidad del poder, y
Dominación - represión, presentada en términos de lucha - sumisión.

El problema del poder no se puede reducir al de la soberanía, ya que entre hombre y mujer, alumno y maestro y al interior de una familia existen relaciones de autoridad que no son proyección directa del poder soberano, sino más bien condicionantes que posibilitan el funcionamiento de ese poder, son el sustrato sobre el cual se afianza. 


El hombre no es el representante del Estado para la mujer. Para que el Estado funcione como funciona es necesario que haya del hombre a la mujer o del adulto al niño relaciones de dominación bien específicas que tienen su configuración propia y su relativa autonomía.




El poder se construye y funciona a partir de otros poderes, de los efectos de éstos, independientes del proceso económico. Las relaciones de poder se encuentran estrechamente ligadas a las familiares, sexuales, productivas; íntimamente enlazadas y desempeñando un papel de condicionante y condicionado. 

En el análisis del fenómeno del poder no se debe partir del centro y descender, sino más bien realizar un análisis ascendente, a partir de los "mecanismos infinitesimales", que poseen su propia historia, técnica y táctica, y observar cómo estos procedimientos han sido colonizados, utilizados, transformados, doblegados por formas de dominación global y mecanismos más generales.

En Los intelectuales y el poder, Foucault argumenta que después de mayo de 1968, los intelectuales han descubierto que las masas no tienen necesidad de ellos para conocer —saben mucho más—, pero existe un sistema de dominación que obstaculiza, prohíbe, invalida ese discurso y el conocimiento. 

Poder que no sólo se encuentra en las instancias superiores de censura sino en toda la sociedad. La idea de que los intelectuales son los agentes de la "conciencia" y del discurso forma parte de ese sistema de poder. El papel del intelectual no residiría en situarse adelante de las masas, sino en luchar en contra de las formas de poder allí, donde realiza su labor, en el terreno del "saber", de la "verdad", de la "conciencia", del "discurso"; el papel del intelectual consistiría así en elaborar el mapa y las acotaciones sobre el terreno donde se va a desarrollar la batalla, y no en decir cómo se llevaría a cabo. 

En La microfísica del poder indica que "el poder no es un fenómeno de dominación masiva y homogénea de un individuo sobre los otros, de un grupo sobre otros, de una clase sobre otras; el poder contemplado desde cerca no es algo dividido entre quienes lo poseen y los que no lo tienen y lo soportan. El poder tiene que ser analizado como algo que no funciona sino en cadena. No está nunca localizado aquí o allá, no está nunca en manos de algunos. 

El poder funciona, se ejercita a través de una organización reticular. Y en sus redes circulan los individuos quienes están siempre en situaciones de sufrir o ejercitar ese poder, no son nunca el blanco inerte o consistente del poder ni son siempre los elementos de conexión. 

El poder transita transversalmente, no está quieto en los individuos". Aunque este párrafo pudiera hacer pensar que Foucault disuelve, desintegra el principal tipo de poder, el estatal, o que no lo reconoce, en otro apartado habla del concepto de subpoder, de los pequeños poderes integrados a uno global. Reconoce al poder estatal como el más importante, pero su meta es tratar de elaborar una noción global que contenga tanto al estatal como aquellos poderes marginados y olvidados en el análisis.







Antes de su muerte, Foucault destruyó parte de sus manuscritos, y en su testamento prohibió la publicación de lo que pudo haber pasado por alto.

domingo, 14 de agosto de 2016

La agonía de los pueblos y las culturas,



Con un siglo de adelanto, Friedrich Nietzsche había previsto todos, o casi todos, los fenómenos que caracterizan nuestra época.

La verificación de las profecías nietzscheanas debería despertar a los espíritus, invitarlos a la reflexión. No ha sido así, lo cual es fatal. Cuando Nietzsche establecía para las sociedades occidentales un diagnóstico de decadencia, no hacía más que prever el desarrollo normal de la enfermedad. 

Ahora bien, lo característico de esta enfermedad, la decadencia, es la ceguera que afecta al enfermo acerca de su propio estado. Cuanto más enfermo está, más sano cree estar. Una sociedad decadente es así tanto más progresista cuanto más avanza hacia el desenlace fatal de su enfermedad.

Echemos un vistazo a nuestro alrededor. Todos, desde el liberal más o menos avanzado al comunista más o menos atrasado, creen visceralmente en el Progreso, están íntimamente convencidos de vivir una Era de progreso e, incluso, del progreso definitivo. Se ven toda clase de fenómenos sociales que, a través de la Historia, han caracterizado siempre la agonía de los pueblos y las culturas, desde el feminismo al fulgurante ascenso social de los histriones y de la gente del espectáculo, desde la disgregación de las células sociales tradicionales para nosotros, la familia, a las tentativas efímeras, siempre repetidas, de remplazarlas por no se sabe qué colectivos, desde el universalismo masoquista a la demolición de toda norma social obligatoria para el individuo. 

Se ha llegado a la más absoluta incapacidad para aprender las lecciones de la Historia, lo que a veces lleva a pensar que la Historia carece de sentido.


Otro trazo característico de la decadencia avanzada es la mediocridad de los sentimientos. Se discute con saña, pero se tolera. Todavía se hace la guerra, fría si es posible, pero en nombre del amor, para liberar al otro. 

Es obligatorio odiar, pero se odia a la abstracción del Otro, nunca al otro en su realidad. Se odia, según el campo en que uno se encuentre, al terrible capitalismo occidental o al horrible régimen comunista, pero se ama al pueblo. 

Las sociedades decadentes ya no saben amar ni odiar, las ha invadido la tibieza, porque la vida las está abandonando, y su fuerza vital casi ha desaparecido.


Esa fuerza vital que da la vida a las sociedades, las organiza y las lanza al peligroso camino de la Historia, y puede recibir muchos nombres. Dostoïevski la llamaba "Dios" y decía que cuando un pueblo ha perdido su dios sólo puede agonizar y morir. Friedrich Nietzsche anunció a las sociedades occidentales que su dios había muerto y que ellas también iban a morir. Paul Valery, a su manera, ha sentido la misma verdad. Para mí, "Dios" es una definición demasiado estrecha, demasiado "occidental", de lo que es la fuerza vital de una sociedad. Lo divino sólo es un elemento, un aspecto de esta fuerza vital que, más bien yo llamaría, en toda su complejidad, MITO.


Lo característico del Mito, tal como yo lo entiendo, es el entrar en la Historia creándose a sí mismo, es decir, creando y organizando sus propios elementos. El Mito es esa fuerza histórica que da vida a una comunidad, la organiza, la lanza hacia su destino. El Mito es, ante todo, un sentimiento del mundo, un sentimiento del mundo compartido y, en cuanto tal, él es y él crea objetivamente el lazo social y, al mismo tiempo, la norma comunitaria. Estructura la comunidad, le da su estilo de vida, y estructura también las personalidades individuales. 

Ese sentimiento del mundo es, por otra parte, el origen de una visión del mundo, de las expresiones coherentes del pensamiento. La Historia nos enseña que cada pueblo, cada civilización, ha tenido su Mito. En la perspectiva abierta por nuestro presente social, se tiene la impresión de que los Mitos se ligan siempre a una fase primordial y superada del devenir humano. Que el Mito sea, por así decirlo, la manifestación propia de la infancia de la Humanidad, es un lugar común de la reflexión histórica moderna. Es el punto de vista, inevitable, de un pensamiento que es el reflejo de la vejez de una civilización.

El Eterno Retorno



Para Nietzsche, en efecto, el hombre no es más que un puente entre el mono y el Superhombre, lo que significa que el hombre y la Historia no tienen sentido más que en la medida en que tienden a una superación y, para hacer eso, no dudan en aceptar su desaparición. El Superhombre corresponde a un fin, a un fin dado en cada momento y que quizás es imposible alcanzar; mejor, un fin que, en el instante mismo en que se alcanza, se vuelve a proponer un nuevo horizonte. En tal perspectiva, la Historia se presenta, por tanto, como una perpetua superación del hombre por parte del hombre.

Sin embargo, en la visión de Nietzsche, hay un último elemento que parece, a primera vista, contradictorio con respecto al mitema del Superhombre: el delEterno Retorno. Nietzsche afirma, en efecto, que el Eterno Retorno de lo Idénticodomina el devenir histórico, lo que, a primera vista, parece indicar que nada nuevo puede producirse, y que toda superación queda excluída. El hecho es, por lo demás, que este tema del Eterno Retorno ha sido a menudo interpretado en el sentido de una concepción cíclica de la Historia, concepción que recuerda mucho la de la Antigüedad pagana. 

Se trata, desde nuestro punto de vista, de un serio error contra el que el propio Nietzsche nos puso en guardia. Cuando, bajo el Pórtico que lleva el nombre de Instante, Zaratustra interroga al Espíritu de la Pesadez sobre el significado de dos caminos eternos que, viniendo de direcciones opuestas, se reúnen en aquel punto preciso, el Espíritu de la Pesadez responde:Todo lo recto miente, la verdad es curva, también el tiempo es un círculo. Entonces, Zaratustra replica con violencia: Espíritu de la Pesadez, no tomes tan a la ligera la cosa.


En la visión nietzscheana de la Historia, contrariamente al caso de la Antigüedad pagana, los instantes no son vistos, por tanto, como puntos que se suceden sobre una línea, sea ésta recta o circular. Para comprender sobre qué se apoya la concepción nietzscheana del tiempo histórico, más bien, hay que poner ésta en paralelo con la concepción relativista del universo físico tetradimensional. 

Como se sabe, el universo einsteniano no puede ser representado sensiblemente, ya que nuestra sensibilidad, siendo de orden biológico, no puede tener más que representaciones tridimensionales. Al mismo tiempo, en el universo histórico nietzscheano el devenir del hombre se concibe como un conjunto de momentos de los que cada uno forma una esfera en el interior de una hiperesfera tetradimensional, en que cada momento puede, por consiguiente, ocupar el centro con respecto a los otros.


Desde esta perspectiva, la actualidad de todo momento no se llama ya "presente". Al contrario, presente, pasado y porvenir coexisten en todo momento: son las tres dimensiones de todo momento histórico. ¿Acaso no cantan los animales de Zaratustra a su Maestro: "En cada instante comienza el ser; en torno a todo aquí gira la esfera allá. El centro está en todas partes. Curvo es el sendero de la eternidad"?.

jueves, 4 de agosto de 2016

Invocando a la bestia interior

¿Qué es bueno? Todo lo que eleva el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo en el hombre.
¿Qué es malo? Todo cuanto procede de la debilidad.
¿Qué es felicidad? El sentimiento de que el poder crece, de que una resistencia queda superada.



En todos los lugares donde encontré seres vivos, encontré voluntad de poder, e incluso en la voluntad del que sirve encontré voluntad de ser señor. Y este misterio me ha confiado la vida misma: "Mira, dijo, yo soy lo que tiene que superarse siempre a sí mismo.
En verdad, vosotros llamáis a esto voluntad de engendrar o instinto de finalidad, de algo alto, más lejano, más vario: pero todo esto es una única cosa y un único misterio.
En verdad, yo os digo: ¡Un bien y un mal que fuesen imperecederos no existen! Por sí mismos deben una y otra vez superarse a sí mismos.
Y quien tiene que ser un creador en el bien y en el mal: en verdad ése tiene que ser antes un aniquilador y quebrantador de valores.
Por eso el mal sumo forma parte de la bondad suma: mas ésta es la bondad creadora.
¡Hay muchas cosas que construir todavía!


¡lo superior no debe degradarse a ser el instrumento de lo inferior, El derecho de los sanos a existir, la prioridad de la campana dotada de plena resonancia sobre la campana rota, de sonido cascado, es, en efecto, un derecho y una prioridad mil veces mayor: sólo ellos son las arras del futuro, sólo ellos están comprometidos para el porvenir del hombre. 

Lo que ellos pueden hacer, lo que ellos deben hacer jamás debieran poder ni deber hacerlo los enfermos: mas para que los sanos puedan hacer lo que sólo ellos deben hacer, ¿cómo les estaría permitido actuar de médicos, de consoladores, de «salvadores» de los enfermos?... Y por ello, ¡aire puro!, ¡aire puro! 

Y, en todo caso, ¡lejos de la proximidad de todos los manicomios y hospitales de la cultura! Y, por ello, ¡buena compañía, la compañía de nosotros!, ¡o soledad, si es necesario! Pero, en todo caso, ¡lejos de las perniciosas miasmas de la putrefacción interior y de la oculta carcoma de los enfermos!... 

Para defendernos así a nosotros mismos, amigos míos, al menos por algún tiempo todavía, de los dos peores contagios que pueden estarnos reservados cabalmente a nosotros, ¡de la gran náusea respecto al hombre!, ¡de la gran compasión por el hombre!...


¡Quiero acabar con toda mi humanidad!, ¡Siiiii!, ¡sea este mi grito de guerra! ¡quiero superar todo lo humano y mi mortalidad!, ¡quiero ir más allá de lo que me hace ser igual que toda una especie biológica y más que aquello que me hace ser como ente individual absoluto! ¡Quiero alcanzar al máximo mi voluntad de poder!, ¡quiero destruir muchos valores y crear algunos nuevos, también recuperar algunos olvidados! ¿Por fin se acabaron los tiempos de la piedad y de la compasión, vuelven los seres de conciencia imperturbable? 

No lo sé, ¡pero aquí estoy yo! ¡El malvado para los crucificados, el bueno para los fuertes y puros, para los de la moral primigenia, para los de la moral anterior al charlatán de la plaza! Quiero ser el superhombre, ¡os digo!, superhombre no como hombre, sino como superación de todo lo anterior. 

Quiero ser un Dios, un ser que transcienda de su propia naturaleza y alcance una mayor. 

Quiero poder, quiero poder disponer de las vidas de los hombres y alcanzar ideales que nos lleven a la gloria, a ellos y a mí, para dignificarles y hacerles sentir triunfantes en una nueva vía mucho más noble y más pura, más natural y más auténtica, donde la realidad se siente en carne viva: la guerra será nuestra honra y la lucha nuestro oficio, ¡nuestro orgullo! 

No es la razón la que nos llevará a la paz, ni el derecho-humanismo, sino nuestra sangre, nuestro sudor, nuestro plomo y nuestro acero, sólo esto ha salvado a los hombres. 

Quiero hombres obedientes, hombres educados en el deber y en el sufrimiento, quiero hombres que desprecien las comodidades y la banalidad, que sonrían ante la muerte y que ante la vida gocen como niños pequeños jugando a la guerra. 

Quiero hombres de grandes miras y que sean soberanos en la medida que se comprometen y luchan por propia voluntad, es decir, que obedecen a voluntad y saben ver cuando la causa es una bella causa y un líder un gran líder, el LÍDER. 

Que silben las balas, yo quiero luchar, yo quiero devastar, yo quiero ser esa bestia que llevo tanto tiempo manteniendo quieta y ascender en mi vía espiritual. 

Quiero purificar mi tierra, ¡y la sangre!, quiero dar hijos al mundo y que éstos den prolongación a mis actos, y que me superen, y defiendan todo lo bello y noble que nos hace ser lo que somos. Quiero morir en el campo de batalla y que los hombres canten mis hazañas, quiero ser paradigma, 

Dios y gloria para los hombres, quiero ser la meta de todos aquellos que quieren alcanzar el superhombre.

Humano, demasiado human Nietzsche



El único remedio contra el socialismo que queda en nuestras manos es el siguiente: no provocarlo, es decir, vivir nosotros mismos moderada y sobriamente, eludir en lo posible la ostentación de cualquier suntuosidad y venir en auxilio del Estado cuando grave con onerosos impuestos todo lo superfluo y lujoso. ¿No os gusta este remedio? 

Entonces, ricos burgueses que os llamáis «liberales», confesaos que no es sino la actitud de vuestro propio corazón lo que encontráis tan terrible y amenazador en los socialistas, pero en vosotros mismos lo aceptáis como inevitable, como si ahí fuese algo distinto. Si, tal como sois, no tuvieseis vuestra fortuna ni la preocupación por su conservación, esta actitud vuestra os haría socialistas: sólo la posesión os diferencia de ellos. 

A vosotros tenéis que derrotaros si queréis derrotar de cualquier forma a los contrarios a vuestra prosperidad. ¡Y si esa prosperidad fuese al menos bienestar real! No sería entonces tan exterior ni provocaría tanta envidia; sería más comunicativa, más benévola, más equitativa, más solícita. 

Pero lo inauténtico e histriónico de vuestros goces de la vida, que están más en el sentimiento de contraste de que otros no los tienen y os lo envidian que en el sentimiento de plenitud y acrecentamiento de la fuerza vuestros alojamientos, ropas, carruajes, vitrinas, exigencias del paladar y en la mesa, vuestro bullicioso entusiasmo por la ópera y la música, finalmente vuestras mujeres, formadas o cultas pero de vil metal, doradas pero sin el sonido del oro, elegidas por vosotros como piezas de alarde, que se ofrecen a sí mismas como piezas de alarde: estos son los ponzoñosos difusores de esa epidemia que como sarna socialista del corazón se va ahora propagando cada vez más rápidamente por entre las masas, pero que tiene su primer asiento y foco de incubación en vosotros. ¿Y quién detendría ahora esta peste?


El lobo estepario como arquetipo

El lobo estepario. Hermann Hesse. Alianza, Madrid, 2004, págs. 54-55.

Toda especie humana tiene sus caracteres, sus sellos; cada una tiene sus virtudes y sus vicios, cada una su pecado mortal. A los caracteres del lobo estepario pertenecía el que era un hombre nocturno. 

La mañana era para él una mala parte del día, que le asustaba y que nunca le trajo nada agradable. Nunca estuvo verdaderamente contento en una mañana cualquiera de su vida, nunca hizo nada bueno en las horas antes del mediodía, nunca tuvo buenas ocurrencias ni pudo proporcionarse a sí mismo ni a los demás alegrías en esas horas. 

Sólo en el transcurso de la tarde se iba entonando y animando, y únicamente hacia la noche se mostraba, en sus buenos días, fecundo, activo y a veces fogoso y alegre. Nunca ha tenido hombre alguno una necesidad más profunda y apasionada de independencia que él. En su juventud, siendo todavía pobre y costándole trabajo ganarse el pan, prefería pasar hambre y andar con los vestidos rotos, si así salvaba un poco de independencia. 

No se vendió nunca por dinero ni por comodidades, nunca a mujeres ni a poderosos; más de cien veces tiró y apartó de sí lo que a los ojos de todo el mundo constituía sus excelencias y ventajas, para conservar en cambio su libertad. Ninguna idea le era más odiosa y horrible que la de tener que ejercer un cargo, someterse a una distribución del tiempo, obedecer a otros. 

Una oficina, una cancillería, un negociado eran cosas para él tan execrables como la muerte, y lo más terrible que pudo vivir en sueños fue la reclusión en un cuartel. A todas estas situaciones supo sustraerse, a veces mediante grandes sacrificios. En esto estaba su fortaleza y su virtud, aquí era inflexible e incorruptible, aquí era su carácter firme y rectilíneo. Pero a esta virtud estaban íntimamente ligados su sufrimiento y su destino.

martes, 2 de agosto de 2016

Los escritos de Pierre-Joseph Proudhon





Casi absolutamente incomprendido y despreciado por muchos de sus contemporáneos, se hace imposible entender la historia de las ideas políticas sin las obras de Pierre-Joseph Proudhon, quien llegó a ser encarcelado por su encarnizada y sincera defensa de la libertad y el federalismo

Los escritos de Pierre-Joseph Proudhon encierran una insultante actualidad: su fundamentación del federalismo y su anarquismo personalista esconden todo un conjunto de respuestas que pueden ayudar a entender nuestro mundo actual.


No necesitaría de grandes razonamientos para demostrar que el derecho de quitar al hombre el pensamiento, la voluntad, la personalidad, es un derecho de vida y muerte, y que hacer esclavo a un hombre es asesinarlo.


Cuando reflexionamos sobre el desarrollo del pensamiento político y económico de los siglos XVIII y XIX inmediatamente nos vienen a la cabeza nombres como Karl Marx, David Ricardo, Montesquieu, Mijaíl Bakunin, Jean-Jacques Rousseau o Piotr Kropotkin… Sin embargo, a la sombra de estas luces que siempre brillan incandescentes, perviven en la memoria latente de la historia otros personajes que, por diversas circunstancias, han quedado, si no injustamente olvidados, sí al menos peligrosamente desplazados.

Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865) constituye uno de estos últimos ejemplos, a pesar de que sus trabajos son considerados como una de las principales aportaciones teóricas al federalismo del siglo XIX, y sus obras supusieron el punto de partida de la reflexión política de gigantes como Karl Marx.

El marcado socialismo de Proudhon alcanzó gran éxito antes de la Revolución de 1848, pero su carácter polémico y la en ocasiones escasa concisión y claridad de sus afirmaciones le condujeron a una incomprensión de la que él mismo fue consciente. En una carta de 1861 explicaba sobre su libro La guerra y la paz (obra condenada incluso por sus amigos y seguidores, por cuanto en ella defendía el derecho de la fuerza): “He escrito y reescrito esta obra cuatro veces al menos, no me ha importado repetirme una y otra vez, y a pesar de todo nadie me entiende. ¿Soy yo, que soy ininteligible, yo que no me entiendo, que, creyendo haber encontrado una idea, no he encontrado sino desconcierto y confusión?”.


El aguijón de la pobreza

En la trayectoria de Proudhon se unen inextricablemente la evolución de su pensamiento y las vicisitudes existenciales a las que se vio expuesto. Como él mismo confesó en una misiva de 1863, se consideraba un “vulgar campesino”. Y lo cierto es que los orígenes de este prolífico autor (sus obras completas alcanzan los veinticinco volúmenes) fueron más que difíciles. Las circunstancias económicas de su familia apenas le permitieron estudiar durante su infancia y juventud. Años más tarde escribía: “me faltaban habitualmente los libros más necesarios; hice todos mis estudios de latín sin diccionario”.


Como muy bien apunta Jorge Cagiao y Conde en la introducción de los Escritos federalistas de Proudhon, gran parte de la obra de nuestro protagonista “se explica por la condición y medio social en los que nace y se desenvuelve”. Como el mismo Proudhon nos cuenta, la primera lección de “filosofía práctica” le fue impartida por la pobreza, que si algo consigue es hacer parecer “ridículo” a quien la padece. A diferencia de otros teóricos socialistas de su época, que tuvieron la suerte de nacer bajo el amparo de una posición económicamente solvente, Proudhon se vio obligado a afrontar desde su más tierna infancia los horrores de esa pobreza que tanto le enseñó pero que, a la vez, tantas ilusiones le robó.

Por su importancia, debemos citar las palabras que nuestro autor dejó escritas en uno de sus cuadernos (Cahier XII): “¿Qué he necesitado para buscar las leyes y las fórmulas? El aguijón de la pobreza, el sentimiento continuo de injusticia, la contemplación de un egoísmo por el que yo sufría y que, si hubiera sido mío, me habría impedido como a cualquier otro hombre entender… ¡La felicidad! Es hermana de la pereza, del sueño, del entumecimiento”. Finalmente, Proudhon se pregunta: “¿Qué hombre verdaderamente feliz ha hecho grandes cosas, contribuido al progreso de las ciencias, poseído una vasta razón, un espíritu fuerte y poderoso? El hombre feliz se vuelve pronto cobarde, débil, inerte, indolente, poco curioso, estúpido”.

Contra la propiedad

Aunque la primera obra que publicó Proudhon (Essai de grammaire generale) fue de corte filológico y académico, debido al influjo de su mentor y amigo Gustave Fallot (eminente filólogo que aseguró a su pupilo que llegaría a convertirse en una de las “luces del siglo”), la fama llegaría con la aparición en 1840 de uno de los textos más importantes del socialismo decimonónico: ¿Qué es la propiedad?


Antigua y elegante edición española de “¿Qué es la propiedad?”

Proudhon ataca sin miramientos el concepto de propiedad privada, lo que no solo le sirvió para obtener la atención de los teóricos políticos del momento, sino también para levantar la sospecha sobre una supuesta “peligrosa radicalidad”. Proudhon se muestra tajante:


El hombre todo lo ha creado, menos la materia misma. Y respecto a esta materia sostengo que no puede tenerse más que la posesión y el uso, con la condición permanente del trabajo, por el cual únicamente se adquiere la propiedad de los frutos.

Como indica el profesor Carlos Díaz, en esta primera obra quedan apuntados los senderos que más tarde transitará Proudhon: “su dedicación a la clase más numerosa y más pobre, y su oposición a cualquier forma de Estado”. La idea de Pierre-Joseph queda expresada de manera sentenciosa: “Nuestra idea del anarquismo es doble: ¡No al gobierno, tras decir no a la propiedad!”.

A pesar de este fugaz éxito, que mantiene su nombre en el candelero, Proudhon no consigue deshacerse de la precaria situación económica que le acompañaba desde el nacimiento. Obligado a buscarse la vida, en sus primeros años de juventud ejerció como corrector de pruebas y tipógrafo: “al salir del colegio -relata Proudhon- mi suerte fue encontrarme en la necesidad de trabajar para vivir y conquistar la independencia aprendiendo un oficio”. Sin embargo, cuando apenas cuenta veintiséis años de edad, adquiere una pequeña imprenta, un negocio que termina por fracasar fatalmente y le conduce a un pozo de deudas del que difícilmente podrá salir en los años venideros.

Pensar entre rejas

Tras algunos desencuentros con Karl Marx, suceden algunos importantes acontecimientos en la vida de Proudhon: sus padres mueren en años seguidos y consolida su relación con la que se convertirá en su mujer y madre de sus hijos, Eufrasie Piégard. Funda entonces una serie de publicaciones periódicas que tendrán muy buena acogida en los entornos revolucionarios, aunque, a su vez, la funesta máquina de la censura comienza a hacer estragos.

A pesar de lo que pudiera parecer, la primera estancia de Proudhon en la cárcel (1849-1852, a causa de dos instigadores artículos contra Luis Bonaparte) no fue todo lo desagradable que pudiera esperarse, pues, como asegura Jorge Cagiao y Conde, esta eventualidad se convierte en una “experiencia particularmente favorable y provechosa”, un período en el que no debe preocuparse de su manutención y puede dedicarse con total dedicación a sus estudios e investigaciones. Proudhon describiría esta etapa de su vida en los siguientes términos: “Aunque mis ideas sobre la Providencia no sean las del vulgo, a veces me parece que fui encerrado directamente en Sainte-Pélagie por una fuerza desconocida, por un hado, para trabajar por la revolución por medio de la ciencia y las ideas”.

Por otro lado, esta incursión en presidio convenció a nuestro protagonista de que la completa eliminación de la autoridad es una condición más que necesaria para alcanzar la independencia y la autonomía, tanto individual como social. En términos absolutos, pensaba Proudhon, la dependencia supone la más pura presencia del mal. El Estado, ente artificial, es un peso con el que el individuo carga y del que hay que desembarazarse para reconquistar la libertad.


Hegel, siempre Hegel

Fue Marx -o eso quiere mostrarnos el autor de El Capital- quien enseñó a Proudhon el camino hegeliano que debería marcar las líneas maestras del pensamiento socialista del francés. Sin embargo, aunque patente, la relación de Proudhon con Hegel fue siempre problemática, pues si bien tomará del egregio alemán el mecanismo dialéctico para explicar el desarrollo histórico y político, tal despliegue dialéctico no encontrará el mismo desenlace en ambos autores.

El pensamiento que en este sentido va a desarrollar Proudhon tomará el nombre de “dialéctica serial”, el cual derivará, a fin de cuentas, en un equilibrio de las fuerzas en liza. El objetivo de nuestro autor es “encontrar un estado de igualdad social que no sea ni comunismo, ni despotismo, ni división, ni anarquía, sino libertad en el orden e independencia en la unidad”. Si tenemos presente que cualquier idea o cosa en el mundo tiene, a su vez, su contrario, observaremos cómo la tan anhelada paz consiste básicamente en una puesta común de cada par en conflicto (o “antinómico”), de manera que, finalmente, se llegue a un equilibrio en el que la tensión no desaparece nunca. En palabras de Proudhon, “el orden implica necesariamente división, distinción, diferencia. Algo indiviso, indistinto, no diferenciado no puede ser considerado ordenado, nociones ambas excluyentes”. O también: “la serie es al mismo tiempo unidad y multiplicidad, particular y general, verdaderos polos de la percepción y que no pueden existir el uno sin el otro”.

Así, mientras Hegel concebía la dialéctica como un movimiento anacrónico de tesis-antítesis y síntesis integradora, para Proudhon, por el contrario, la síntesis no contendrá más que una tensión de fuerzas e intereses opuestos, que no pueden sino convivir… En ocasiones, con las armas en la mano. Como leemos en la introducción de sus Escritos federalistas, “se trata de encontrar el equilibrio u orden (justicia) que reclama el pluralismo inmanente de lo social y que crea una relación pacificada del hombre consigo mismo, con sus otros yos y con la sociedad de la que es parte”.

Sin ningún tipo de reparo, y sin que le temblara el pulso (lo que Marx le recriminará más tarde), Proudhon da carpetazo al asunto con una de sus agudas sentencias en Teoría de la propiedad: “La antinomia [la oposición de contrarios] no se resuelve: ese es el vicio de toda la filosofía hegeliana. Los dos términos de que se compone se equilibran, ya sea entre sí, ya con otros términos antinómicos”.

Tender a la utopía… sin alcanzarla

Esta “dialéctica serial”, como cabe esperar, no conduce a fórmulas mágicas que hagan aparecen ante nosotros la sociedad o el gobierno perfectos. Sin embargo, y en contra de los pensadores netamente utopistas -tan en boga en el siglo XIX-, Proudhon asegura que, precisamente, cuando se ha creído alcanzar la perfección del Estado, es cuando este ha llegado a su más funesta degeneración.

Para que la sociedad avance es necesario un continuo y perpetuo movimiento de negación de lo que pensamos como adecuado. Eso sí, siempre posibilitado por la libertad. De ahí la importancia que cobrará la idea federalista en Proudhon, que siempre recogerá su preferencia por una unidad en la diferencia y la diversidad, porque, a fin de cuentas, no existiría una federación si, por separado, no se dieran independientemente sociedades que deciden libremente federarse. Pues “para expresar el porvenir, para realizar promesas -escribe Proudhon en Del principio federativo– hacen falta principios, un derecho, una ciencia y una política”.

Marx y Proudhon: amistades peligrosas

A pesar de que el más joven Karl Marx reconoció en Proudhon el más límpido ideal del socialismo, la relación entre ambos acabó debilitándose después de varios desencuentros conceptuales y personales.

Sin duda, Marx quedó admirado tras la lectura de la primera obra proudhoniana, ¿Qué es la propiedad?, que le llevó a considerarle como el verdadero y único “autor del manifiesto científico del proletariado francés”. Pero el conflicto entre ambos no tarda en aparecer. Es en 1846 cuando la ruptura parece certificarse, tan solo dos años después del primer encuentro entre Marx y Proudhon en París. “En 1844, Marx es todavía un joven desconocido, mientras que a Proudhon le precede ya la celebridad y gloria obtenidas por sus escritos sobre la propiedad”, explica Jorge Cagiao y Conde.

El propio Marx describe, casi literariamente, que en aquellos encuentros parisinos se daban “largas discusiones, a menudo prolongadas durante toda la noche, en las que le infecté, con gran prejuicio suyo, de hegelianismo, el cual, por no saber alemán, no pudo entender a fondo”.


Tras la publicación de Filosofía de la miseria, una de las obras más importantes de Proudhon, este le envía un ejemplar a Marx acompañado de una nota: “espero tu palmetazo crítico”. Y Marx continúa su ácida crónica de los hechos: “Bien pronto cayó el palmetazo sobre él, en mi libro Miseria de la filosofía, de modo que rompió para siempre nuestra amistad”.

Ni Proudhon perdonaría nunca la altivez de Marx, ni este permitiría sentirse aleccionado por quien solo había comenzado a estudiar “tras la publicación de su primer libro”. Aunque aquel primero sí intentaría rebajar la dimensión de tamaña contienda intelectual a través de una carta dirigida a Marx, que este no aceptaría por el carácter moralizante del documento. En él, Proudhon aconsejaba a Karl en los siguientes términos: “hagamos una polémica buena y leal; demos al mundo el ejemplo de una polémica sabia y previsora, pero, precisamente porque estamos a la cabeza del movimiento, no nos hagamos los jefes de una nueva intolerancia, no seamos los apóstoles de una nueva religión, aunque sea la religión de la lógica, la religión de la razón”.

El asunto termina francamente mal. Recién fallecido Proudhon, en 1865, un dolido y orgulloso Marx se referiría (en una carta dirigida a J. B. Schweitzer) al que otrora fuera su inspirador como un “pequeñoburgués” dispuesto a hacer “juegos malabares con sus contradicciones y elaborarlas según las circunstancias en paradojas sorprendentes, ruidosas, mitad escandalosas, mitad brillantes”. Por su parte, en las anotaciones marginales de sus cuadernos, Proudhon dejó escrito: “El verdadero sentido de la obra de Marx es que, por desgracia para él, he pensado como él, y antes que él. Marx está celoso”.

En síntesis: las ideas de Proudhon

“La propiedad es el robo”. Proudhon se convirtió en toda una celebridad del pensamiento político gracias a su primer escrito sobre la propiedad privada, referida siempre a lo que no se deriva del trabajo propio, o lo que es lo mismo, a la propiedad de los medios de producción. Estos deben ser comunes, aunque lo que resulte de su uso sí pueda constituir, en rigor, propiedad. Tal manera de pensar distanció definitivamente a Proudhon de la ortodoxia comunista y del más férreo socialismo, lo que le procuró no pocos enemigos. Cualquier propiedad que no derive del trabajo propio debe ser eliminada. La autonomía e independencia solo pueden alcanzarse en libertad, una libertad que conduce a la eliminación del Estado, y por tanto, al anarquismo.


Anarquismo y el “no” rotundo al Estado. Cuando oímos la palabra “anarquismo” enseguida pensamos en un sistema político y social en el que reina el más absoluto caos. Sin embargo, Proudhon no lo ve de igual manera: su anarquía, lejos de resultar un sueño utópico inalcanzable, se nutre de la necesidad de que el Estado responda a las necesidades de la sociedad, y que no sea esta la que sirva a aquel. Que la autoridad desaparezca es la condición necesaria para que exista la independencia. En palabras de Ferrater Mora, “la base de esta organización es la idea mutualista, que no solo sustituye a todo orden autoritario, sino también todo individualismo caótico. La asociación según la mutualidad es un sistema de fuerzas libres donde hay derechos iguales, obligaciones iguales, ventajas iguales y servicios iguales”.

Federalismo. Como Proudhon explicaba, el sistema federativo que siempre defendió “es el opuesto a la jerarquía o centralización administrativa y gubernamental […]. Su ley fundamental es esta: en la federación los atributos de la autoridad central se especializan y restringen, disminuyen de número, de inmediatez y de intensidad, a medida que la confederación se desarrolla por el acceso a nuevos Estados”. Es decir, y a juicio de Proudhon, cualquier tipo de Estado o Gobierno, incluso cualquier constitución, debe ser destruido por pecar de centralismo, lo que, a sus ojos, da al traste con cualquier atisbo de feliz convivencia entre autonomías individuales. Y es que, opina Proudhon, “el primer efecto del centralismo es hacer que desaparezca en las diversas localidades de un país toda especie de carácter indígena”. O en otro lado: “La Autoridad encargada de ejecutar las decisiones de la federación no puede en ningún momento prevalecer sobre los que la han creado”.

Derecho a la fuerza: este concepto, que facilitó la aparición de auténticas hordas de detractores que despotricaban contra Proudhon, ha sido tradicionalmente mal entendido. La idea de Proudhon es que podremos emplear la fuerza, precisamente, para luchar por la libertad robada por el Estado, a cuyo imperio nos vemos sometidos bajo la más vil de las máscaras: la apariencia de la justicia. Como nos explica Cagiao y Conde, en opinión de Proudhon “todo aquel que deja de luchar deja, en definitiva, de ser hombre, pierde su dignidad de persona para convertirse en individuo, mónada o cosa”. El hombre real, de carne y hueso, es aquel en el que todo es lucha.

Proudhon en sus citas

El carácter en ocasiones sentencioso de la prosa de Proudhon permite entresacar de sus obras algunas citas que cobran sentido por sí mismas, aun desgajadas de su contexto original.




“Para transformar la posesión en propiedad es necesario algo más que el trabajo”.

“Quien dice libertad, dice federación o nada; quien dice socialismo, dice federalismo o nada”.

“Yo no quiero ser gobernante ni gobernado. Yo no quiero cuentas con el Gobierno”.

“Si fuera interrogado para responder a la pregunta ¿qué es la esclavitud?, yo respondería con una sola palabra: ¡crimen!”.

“La conciencia democrática está vacía: se trata de un globo deshinchado que algunas sectas, algunos intrigantes políticos se arrojan unos a otros, pero que nadie puede devolver a su tersura prístina. Nada de ideas: en su lugar, fantasías novelescas, mitos, ídolos”.

“Me considero como la más completa expresión de la Revolución”.

“¡Escribir, escribir y mil veces escribir! Esa es mi miseria. ¿Quién me librará de este infierno?”

“¡Ah, si todos fuéramos millonarios!, las cosas nos irían mucho mejor; seríamos santos y ángeles. Pero hay que vivir”.

“En el sistema de libertad pura no hay realmente sociedad”.

“El trabajo no tiene por sí mismo, sobre las cosas de la Naturaleza, ninguna facultad de apropiación”.

“Seamos nosotros mismos si queremos ser algo; formemos, si ha lugar, con nuestros adversarios y nuestros rivales, federaciones”.

“Esa unidad del Estado por la que sienten tan vivo entusiasmo tantos supuestos amigos del pueblo y del progreso no es más que un negocio, un gran negocio, mitad dinástico y mitad bancocrático, barnizado de liberalismo, salpicado de conspiración”.