En este mundo de locura liberal.. todo lo que sea degradación.. decadencia..degeneración o envilecimiento en el hombre esta permitido y es fomentado...pero el verdadero pensamiento independiente que se salga de lo que dicta el sistema.. es severamente penado por todas las cortes del mundo...el "delito de opinión" es el peor crimen que se puede cometer en este mundo de pensamiento totalitario...Oder

martes, 2 de agosto de 2016

Los escritos de Pierre-Joseph Proudhon





Casi absolutamente incomprendido y despreciado por muchos de sus contemporáneos, se hace imposible entender la historia de las ideas políticas sin las obras de Pierre-Joseph Proudhon, quien llegó a ser encarcelado por su encarnizada y sincera defensa de la libertad y el federalismo

Los escritos de Pierre-Joseph Proudhon encierran una insultante actualidad: su fundamentación del federalismo y su anarquismo personalista esconden todo un conjunto de respuestas que pueden ayudar a entender nuestro mundo actual.


No necesitaría de grandes razonamientos para demostrar que el derecho de quitar al hombre el pensamiento, la voluntad, la personalidad, es un derecho de vida y muerte, y que hacer esclavo a un hombre es asesinarlo.


Cuando reflexionamos sobre el desarrollo del pensamiento político y económico de los siglos XVIII y XIX inmediatamente nos vienen a la cabeza nombres como Karl Marx, David Ricardo, Montesquieu, Mijaíl Bakunin, Jean-Jacques Rousseau o Piotr Kropotkin… Sin embargo, a la sombra de estas luces que siempre brillan incandescentes, perviven en la memoria latente de la historia otros personajes que, por diversas circunstancias, han quedado, si no injustamente olvidados, sí al menos peligrosamente desplazados.

Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865) constituye uno de estos últimos ejemplos, a pesar de que sus trabajos son considerados como una de las principales aportaciones teóricas al federalismo del siglo XIX, y sus obras supusieron el punto de partida de la reflexión política de gigantes como Karl Marx.

El marcado socialismo de Proudhon alcanzó gran éxito antes de la Revolución de 1848, pero su carácter polémico y la en ocasiones escasa concisión y claridad de sus afirmaciones le condujeron a una incomprensión de la que él mismo fue consciente. En una carta de 1861 explicaba sobre su libro La guerra y la paz (obra condenada incluso por sus amigos y seguidores, por cuanto en ella defendía el derecho de la fuerza): “He escrito y reescrito esta obra cuatro veces al menos, no me ha importado repetirme una y otra vez, y a pesar de todo nadie me entiende. ¿Soy yo, que soy ininteligible, yo que no me entiendo, que, creyendo haber encontrado una idea, no he encontrado sino desconcierto y confusión?”.


El aguijón de la pobreza

En la trayectoria de Proudhon se unen inextricablemente la evolución de su pensamiento y las vicisitudes existenciales a las que se vio expuesto. Como él mismo confesó en una misiva de 1863, se consideraba un “vulgar campesino”. Y lo cierto es que los orígenes de este prolífico autor (sus obras completas alcanzan los veinticinco volúmenes) fueron más que difíciles. Las circunstancias económicas de su familia apenas le permitieron estudiar durante su infancia y juventud. Años más tarde escribía: “me faltaban habitualmente los libros más necesarios; hice todos mis estudios de latín sin diccionario”.


Como muy bien apunta Jorge Cagiao y Conde en la introducción de los Escritos federalistas de Proudhon, gran parte de la obra de nuestro protagonista “se explica por la condición y medio social en los que nace y se desenvuelve”. Como el mismo Proudhon nos cuenta, la primera lección de “filosofía práctica” le fue impartida por la pobreza, que si algo consigue es hacer parecer “ridículo” a quien la padece. A diferencia de otros teóricos socialistas de su época, que tuvieron la suerte de nacer bajo el amparo de una posición económicamente solvente, Proudhon se vio obligado a afrontar desde su más tierna infancia los horrores de esa pobreza que tanto le enseñó pero que, a la vez, tantas ilusiones le robó.

Por su importancia, debemos citar las palabras que nuestro autor dejó escritas en uno de sus cuadernos (Cahier XII): “¿Qué he necesitado para buscar las leyes y las fórmulas? El aguijón de la pobreza, el sentimiento continuo de injusticia, la contemplación de un egoísmo por el que yo sufría y que, si hubiera sido mío, me habría impedido como a cualquier otro hombre entender… ¡La felicidad! Es hermana de la pereza, del sueño, del entumecimiento”. Finalmente, Proudhon se pregunta: “¿Qué hombre verdaderamente feliz ha hecho grandes cosas, contribuido al progreso de las ciencias, poseído una vasta razón, un espíritu fuerte y poderoso? El hombre feliz se vuelve pronto cobarde, débil, inerte, indolente, poco curioso, estúpido”.

Contra la propiedad

Aunque la primera obra que publicó Proudhon (Essai de grammaire generale) fue de corte filológico y académico, debido al influjo de su mentor y amigo Gustave Fallot (eminente filólogo que aseguró a su pupilo que llegaría a convertirse en una de las “luces del siglo”), la fama llegaría con la aparición en 1840 de uno de los textos más importantes del socialismo decimonónico: ¿Qué es la propiedad?


Antigua y elegante edición española de “¿Qué es la propiedad?”

Proudhon ataca sin miramientos el concepto de propiedad privada, lo que no solo le sirvió para obtener la atención de los teóricos políticos del momento, sino también para levantar la sospecha sobre una supuesta “peligrosa radicalidad”. Proudhon se muestra tajante:


El hombre todo lo ha creado, menos la materia misma. Y respecto a esta materia sostengo que no puede tenerse más que la posesión y el uso, con la condición permanente del trabajo, por el cual únicamente se adquiere la propiedad de los frutos.

Como indica el profesor Carlos Díaz, en esta primera obra quedan apuntados los senderos que más tarde transitará Proudhon: “su dedicación a la clase más numerosa y más pobre, y su oposición a cualquier forma de Estado”. La idea de Pierre-Joseph queda expresada de manera sentenciosa: “Nuestra idea del anarquismo es doble: ¡No al gobierno, tras decir no a la propiedad!”.

A pesar de este fugaz éxito, que mantiene su nombre en el candelero, Proudhon no consigue deshacerse de la precaria situación económica que le acompañaba desde el nacimiento. Obligado a buscarse la vida, en sus primeros años de juventud ejerció como corrector de pruebas y tipógrafo: “al salir del colegio -relata Proudhon- mi suerte fue encontrarme en la necesidad de trabajar para vivir y conquistar la independencia aprendiendo un oficio”. Sin embargo, cuando apenas cuenta veintiséis años de edad, adquiere una pequeña imprenta, un negocio que termina por fracasar fatalmente y le conduce a un pozo de deudas del que difícilmente podrá salir en los años venideros.

Pensar entre rejas

Tras algunos desencuentros con Karl Marx, suceden algunos importantes acontecimientos en la vida de Proudhon: sus padres mueren en años seguidos y consolida su relación con la que se convertirá en su mujer y madre de sus hijos, Eufrasie Piégard. Funda entonces una serie de publicaciones periódicas que tendrán muy buena acogida en los entornos revolucionarios, aunque, a su vez, la funesta máquina de la censura comienza a hacer estragos.

A pesar de lo que pudiera parecer, la primera estancia de Proudhon en la cárcel (1849-1852, a causa de dos instigadores artículos contra Luis Bonaparte) no fue todo lo desagradable que pudiera esperarse, pues, como asegura Jorge Cagiao y Conde, esta eventualidad se convierte en una “experiencia particularmente favorable y provechosa”, un período en el que no debe preocuparse de su manutención y puede dedicarse con total dedicación a sus estudios e investigaciones. Proudhon describiría esta etapa de su vida en los siguientes términos: “Aunque mis ideas sobre la Providencia no sean las del vulgo, a veces me parece que fui encerrado directamente en Sainte-Pélagie por una fuerza desconocida, por un hado, para trabajar por la revolución por medio de la ciencia y las ideas”.

Por otro lado, esta incursión en presidio convenció a nuestro protagonista de que la completa eliminación de la autoridad es una condición más que necesaria para alcanzar la independencia y la autonomía, tanto individual como social. En términos absolutos, pensaba Proudhon, la dependencia supone la más pura presencia del mal. El Estado, ente artificial, es un peso con el que el individuo carga y del que hay que desembarazarse para reconquistar la libertad.


Hegel, siempre Hegel

Fue Marx -o eso quiere mostrarnos el autor de El Capital- quien enseñó a Proudhon el camino hegeliano que debería marcar las líneas maestras del pensamiento socialista del francés. Sin embargo, aunque patente, la relación de Proudhon con Hegel fue siempre problemática, pues si bien tomará del egregio alemán el mecanismo dialéctico para explicar el desarrollo histórico y político, tal despliegue dialéctico no encontrará el mismo desenlace en ambos autores.

El pensamiento que en este sentido va a desarrollar Proudhon tomará el nombre de “dialéctica serial”, el cual derivará, a fin de cuentas, en un equilibrio de las fuerzas en liza. El objetivo de nuestro autor es “encontrar un estado de igualdad social que no sea ni comunismo, ni despotismo, ni división, ni anarquía, sino libertad en el orden e independencia en la unidad”. Si tenemos presente que cualquier idea o cosa en el mundo tiene, a su vez, su contrario, observaremos cómo la tan anhelada paz consiste básicamente en una puesta común de cada par en conflicto (o “antinómico”), de manera que, finalmente, se llegue a un equilibrio en el que la tensión no desaparece nunca. En palabras de Proudhon, “el orden implica necesariamente división, distinción, diferencia. Algo indiviso, indistinto, no diferenciado no puede ser considerado ordenado, nociones ambas excluyentes”. O también: “la serie es al mismo tiempo unidad y multiplicidad, particular y general, verdaderos polos de la percepción y que no pueden existir el uno sin el otro”.

Así, mientras Hegel concebía la dialéctica como un movimiento anacrónico de tesis-antítesis y síntesis integradora, para Proudhon, por el contrario, la síntesis no contendrá más que una tensión de fuerzas e intereses opuestos, que no pueden sino convivir… En ocasiones, con las armas en la mano. Como leemos en la introducción de sus Escritos federalistas, “se trata de encontrar el equilibrio u orden (justicia) que reclama el pluralismo inmanente de lo social y que crea una relación pacificada del hombre consigo mismo, con sus otros yos y con la sociedad de la que es parte”.

Sin ningún tipo de reparo, y sin que le temblara el pulso (lo que Marx le recriminará más tarde), Proudhon da carpetazo al asunto con una de sus agudas sentencias en Teoría de la propiedad: “La antinomia [la oposición de contrarios] no se resuelve: ese es el vicio de toda la filosofía hegeliana. Los dos términos de que se compone se equilibran, ya sea entre sí, ya con otros términos antinómicos”.

Tender a la utopía… sin alcanzarla

Esta “dialéctica serial”, como cabe esperar, no conduce a fórmulas mágicas que hagan aparecen ante nosotros la sociedad o el gobierno perfectos. Sin embargo, y en contra de los pensadores netamente utopistas -tan en boga en el siglo XIX-, Proudhon asegura que, precisamente, cuando se ha creído alcanzar la perfección del Estado, es cuando este ha llegado a su más funesta degeneración.

Para que la sociedad avance es necesario un continuo y perpetuo movimiento de negación de lo que pensamos como adecuado. Eso sí, siempre posibilitado por la libertad. De ahí la importancia que cobrará la idea federalista en Proudhon, que siempre recogerá su preferencia por una unidad en la diferencia y la diversidad, porque, a fin de cuentas, no existiría una federación si, por separado, no se dieran independientemente sociedades que deciden libremente federarse. Pues “para expresar el porvenir, para realizar promesas -escribe Proudhon en Del principio federativo– hacen falta principios, un derecho, una ciencia y una política”.

Marx y Proudhon: amistades peligrosas

A pesar de que el más joven Karl Marx reconoció en Proudhon el más límpido ideal del socialismo, la relación entre ambos acabó debilitándose después de varios desencuentros conceptuales y personales.

Sin duda, Marx quedó admirado tras la lectura de la primera obra proudhoniana, ¿Qué es la propiedad?, que le llevó a considerarle como el verdadero y único “autor del manifiesto científico del proletariado francés”. Pero el conflicto entre ambos no tarda en aparecer. Es en 1846 cuando la ruptura parece certificarse, tan solo dos años después del primer encuentro entre Marx y Proudhon en París. “En 1844, Marx es todavía un joven desconocido, mientras que a Proudhon le precede ya la celebridad y gloria obtenidas por sus escritos sobre la propiedad”, explica Jorge Cagiao y Conde.

El propio Marx describe, casi literariamente, que en aquellos encuentros parisinos se daban “largas discusiones, a menudo prolongadas durante toda la noche, en las que le infecté, con gran prejuicio suyo, de hegelianismo, el cual, por no saber alemán, no pudo entender a fondo”.


Tras la publicación de Filosofía de la miseria, una de las obras más importantes de Proudhon, este le envía un ejemplar a Marx acompañado de una nota: “espero tu palmetazo crítico”. Y Marx continúa su ácida crónica de los hechos: “Bien pronto cayó el palmetazo sobre él, en mi libro Miseria de la filosofía, de modo que rompió para siempre nuestra amistad”.

Ni Proudhon perdonaría nunca la altivez de Marx, ni este permitiría sentirse aleccionado por quien solo había comenzado a estudiar “tras la publicación de su primer libro”. Aunque aquel primero sí intentaría rebajar la dimensión de tamaña contienda intelectual a través de una carta dirigida a Marx, que este no aceptaría por el carácter moralizante del documento. En él, Proudhon aconsejaba a Karl en los siguientes términos: “hagamos una polémica buena y leal; demos al mundo el ejemplo de una polémica sabia y previsora, pero, precisamente porque estamos a la cabeza del movimiento, no nos hagamos los jefes de una nueva intolerancia, no seamos los apóstoles de una nueva religión, aunque sea la religión de la lógica, la religión de la razón”.

El asunto termina francamente mal. Recién fallecido Proudhon, en 1865, un dolido y orgulloso Marx se referiría (en una carta dirigida a J. B. Schweitzer) al que otrora fuera su inspirador como un “pequeñoburgués” dispuesto a hacer “juegos malabares con sus contradicciones y elaborarlas según las circunstancias en paradojas sorprendentes, ruidosas, mitad escandalosas, mitad brillantes”. Por su parte, en las anotaciones marginales de sus cuadernos, Proudhon dejó escrito: “El verdadero sentido de la obra de Marx es que, por desgracia para él, he pensado como él, y antes que él. Marx está celoso”.

En síntesis: las ideas de Proudhon

“La propiedad es el robo”. Proudhon se convirtió en toda una celebridad del pensamiento político gracias a su primer escrito sobre la propiedad privada, referida siempre a lo que no se deriva del trabajo propio, o lo que es lo mismo, a la propiedad de los medios de producción. Estos deben ser comunes, aunque lo que resulte de su uso sí pueda constituir, en rigor, propiedad. Tal manera de pensar distanció definitivamente a Proudhon de la ortodoxia comunista y del más férreo socialismo, lo que le procuró no pocos enemigos. Cualquier propiedad que no derive del trabajo propio debe ser eliminada. La autonomía e independencia solo pueden alcanzarse en libertad, una libertad que conduce a la eliminación del Estado, y por tanto, al anarquismo.


Anarquismo y el “no” rotundo al Estado. Cuando oímos la palabra “anarquismo” enseguida pensamos en un sistema político y social en el que reina el más absoluto caos. Sin embargo, Proudhon no lo ve de igual manera: su anarquía, lejos de resultar un sueño utópico inalcanzable, se nutre de la necesidad de que el Estado responda a las necesidades de la sociedad, y que no sea esta la que sirva a aquel. Que la autoridad desaparezca es la condición necesaria para que exista la independencia. En palabras de Ferrater Mora, “la base de esta organización es la idea mutualista, que no solo sustituye a todo orden autoritario, sino también todo individualismo caótico. La asociación según la mutualidad es un sistema de fuerzas libres donde hay derechos iguales, obligaciones iguales, ventajas iguales y servicios iguales”.

Federalismo. Como Proudhon explicaba, el sistema federativo que siempre defendió “es el opuesto a la jerarquía o centralización administrativa y gubernamental […]. Su ley fundamental es esta: en la federación los atributos de la autoridad central se especializan y restringen, disminuyen de número, de inmediatez y de intensidad, a medida que la confederación se desarrolla por el acceso a nuevos Estados”. Es decir, y a juicio de Proudhon, cualquier tipo de Estado o Gobierno, incluso cualquier constitución, debe ser destruido por pecar de centralismo, lo que, a sus ojos, da al traste con cualquier atisbo de feliz convivencia entre autonomías individuales. Y es que, opina Proudhon, “el primer efecto del centralismo es hacer que desaparezca en las diversas localidades de un país toda especie de carácter indígena”. O en otro lado: “La Autoridad encargada de ejecutar las decisiones de la federación no puede en ningún momento prevalecer sobre los que la han creado”.

Derecho a la fuerza: este concepto, que facilitó la aparición de auténticas hordas de detractores que despotricaban contra Proudhon, ha sido tradicionalmente mal entendido. La idea de Proudhon es que podremos emplear la fuerza, precisamente, para luchar por la libertad robada por el Estado, a cuyo imperio nos vemos sometidos bajo la más vil de las máscaras: la apariencia de la justicia. Como nos explica Cagiao y Conde, en opinión de Proudhon “todo aquel que deja de luchar deja, en definitiva, de ser hombre, pierde su dignidad de persona para convertirse en individuo, mónada o cosa”. El hombre real, de carne y hueso, es aquel en el que todo es lucha.

Proudhon en sus citas

El carácter en ocasiones sentencioso de la prosa de Proudhon permite entresacar de sus obras algunas citas que cobran sentido por sí mismas, aun desgajadas de su contexto original.




“Para transformar la posesión en propiedad es necesario algo más que el trabajo”.

“Quien dice libertad, dice federación o nada; quien dice socialismo, dice federalismo o nada”.

“Yo no quiero ser gobernante ni gobernado. Yo no quiero cuentas con el Gobierno”.

“Si fuera interrogado para responder a la pregunta ¿qué es la esclavitud?, yo respondería con una sola palabra: ¡crimen!”.

“La conciencia democrática está vacía: se trata de un globo deshinchado que algunas sectas, algunos intrigantes políticos se arrojan unos a otros, pero que nadie puede devolver a su tersura prístina. Nada de ideas: en su lugar, fantasías novelescas, mitos, ídolos”.

“Me considero como la más completa expresión de la Revolución”.

“¡Escribir, escribir y mil veces escribir! Esa es mi miseria. ¿Quién me librará de este infierno?”

“¡Ah, si todos fuéramos millonarios!, las cosas nos irían mucho mejor; seríamos santos y ángeles. Pero hay que vivir”.

“En el sistema de libertad pura no hay realmente sociedad”.

“El trabajo no tiene por sí mismo, sobre las cosas de la Naturaleza, ninguna facultad de apropiación”.

“Seamos nosotros mismos si queremos ser algo; formemos, si ha lugar, con nuestros adversarios y nuestros rivales, federaciones”.

“Esa unidad del Estado por la que sienten tan vivo entusiasmo tantos supuestos amigos del pueblo y del progreso no es más que un negocio, un gran negocio, mitad dinástico y mitad bancocrático, barnizado de liberalismo, salpicado de conspiración”.