La guerra contra la Judería ocurrió porque un pueblo ajeno en suelo alemán se atribuyó el liderazgo político y espiritual del país, y, creyéndose triunfante, alardeó de ello descaradamente. Hoy, sin embargo, la mera protesta contra tal fenómeno coloca, a cualquiera que exija una diferenciación bien definida entre estos campos contrarios, bajo tanta sospecha que nadie se atreve a plantear el asunto sin ser acusado de preparar otro Auschwitz. Y sin embargo, la Historia no se está quieta. Las fuerzas de la vida y de la sangre existen y serán eficaces.
El Nacionalsocialismo fue la respuesta europea a una antiquísima cuestión. Fue la más noble de las ideas a la cual un alemán podía dar toda su fuerza. Él hizo a la nación alemana un regalo de unidad, dio al Reich alemán un nuevo contenido. Fue una filosofía social y un ideal de limpieza cultural condicionada por la sangre.
El Nacionalsocialismo fue mal empleado, y al final desmoralizado, por hombres a quienes su creador había dado muy fatalmente su confianza. El colapso del Reich está históricamente vinculado con esto. Pero la idea misma era acción y vida, y no puede ser y no será olvidada.
Así como otras grandes ideas conocieron alturas y profundidades, del mismo modo el Nacionalsocialismo también renacerá un día en una nueva generación endurecida por los quebrantos, y creará en una nueva forma un nuevo Reich para los alemanes.
Históricamente madurado, habrá fundido entonces el poder de la creencia con la precaución política. En su suelo campesino crecerá desde raíces sanas como un árbol fuerte que dará un fruto sano. El Nacionalsocialismo fue el contenido de mi vida activa. Lo serví fielmente, aunque cometiendo errores e insuficiencias humanas, permaneceré leal a él mientras todavía yo viva.