En este mundo de locura liberal.. todo lo que sea degradación.. decadencia..degeneración o envilecimiento en el hombre esta permitido y es fomentado...pero el verdadero pensamiento independiente que se salga de lo que dicta el sistema.. es severamente penado por todas las cortes del mundo...el "delito de opinión" es el peor crimen que se puede cometer en este mundo de pensamiento totalitario...Oder

lunes, 15 de junio de 2015

25 principios de la moral

Alain de Benoist

No me gusta gran cosa la “moral”. Conozco demasiado su genealogía que considero suficientemente esclarecida por Nietzsche. Por otra parte, tiendo a considerar que hay tantas “morales” como niveles de humanidad posibles, lo que supone un número bastante respetable.

En cambio, sí creo mucho en los "principios", que pueden ser también reglas de vida. Todo devenir histórico va del mito al principio, por el rodeo de una idea.

1/. EL HOMBRE ES EL COMPAÑERO DE DIOS. 

Su socio para lo bueno y lo malo. Ambos crean en común. Dios no está por encima ni fuera de noso­tros. Tampoco se encuentra más allá de nuestras sensaciones. Lo importante no es creer en Dios, sino obrar de tal modo que él pueda creer en nosotros.

Encontrarlo e identificarlo en nosotros, desvelarnos como él. Cuerpo y alma son una sola y misma cosa. Someter el uno a la otra, contraponer ambas nociones, son actitudes procedentes de una misma enfermedad del espíritu.

Un Dios que no se comporta como tenemos derecho a esperar merece ser repudiado, a condi­ción de que quien lo repudia haya dado lo me­jor de si mismo.

2/. NO BASTA CON HABER NACIDO, HACE FALTA TAMBIÉN “SER CREADO”. 
La creación es posterior al nacimiento; sólo podemos ser “creados” por nosotros mismos. Así es como uno se da un alma.

El maestro Eckhart habla de “autocreación” (Selbstschöpfung): Fui causa de mí mismo, pues quise ser yo y no fui ninguna otra cosa.

Fui lo que quise, y lo que quise, eso fui”.

En los Eddas (Hávamál, V) hay una imagen de Odín en la que se ofrece en sacrificio a sí mismo. Un pueblo instaura una cultura cuando se convierte en causa de sí mismo, cuando sólo en sí mismo (en su tradición) encuentra la fuente de una perpetua novedad.

Otro tanto ocurre con el hombre: debe hallar en sí mismo las causas de sí y los medios para superarse (un Jefe de Estado es decadente cuando tiene su autoridad de otro, de algo distinto a la trascendencia de su propio principio).

3/. LA VIRTUD NO ES UN MEDIO REFERIDO A ALGÚN FIN ÚLTIMO. 
Es en sí misma su propio fin, su propia recompensa.

La reconquista interior o reconquista de uno mismo es el punto de partida tanto de toda búsqueda como de toda conquista. Y, para empezar, el reconocimiento y redescubrimien­to mutuo del animus y el anima. Establecer sobre nosotros mismos un imperio soberano.

Ser para uno mismo su propio objeto. Obedecer al Señor que hay en nosotros. Búsqueda del justo medio.

4/. SER UNO MISMO NO BASTA COMO CONSIGNA. 
Es preciso también llegar a ser lo que uno puede ser, construirse en función de la idea que uno se hace de sí mismo. No estar nunca satisfecho de sí. Querer cambiarse an­tes de querer cambiar el mundo, estar más dispuesto a aceptar el mundo como es que aceptarme como soy.

Desarrollar entre nuestras potencialida­des, aquellas que nos hacen específicamente humanos. Y, entre éstas, las que nos hacen ser nosotros mismos. Una VOLUNTAD fuerte nos permite ser lo que queremos, sin que im­porte lo que éramos. La voluntad prima sobre cualquier determinismo, incluso el del na­cimiento, a condición de ser capaces de querer.

Y, ante todo, cultivar la energía interior, esa energía de la que “puede dar tantas pruebas la hormiga como el elefante” (Stendhal), y que nos permite ser en invierno aquello por lo que retorna la primavera.

5/. FIJAR NUESTRA PROPIA NORMA, Y ATENERNOS A ELLA.
Tomarnos como ley, a condición de no luchar contra esa ley (lo que no impide dar nuevas di­mensiones a la perspectiva elegida). No ceder.

No plegarse. Continuar cuando no hay razo­nes para hacerlo. Ser fieles a las causas traicionadas, serlo por quienes no lo han sido. Ser también fieles a quienes ya no lo son.

Defender contra todos y aun contra uno mis­mo la idea que uno se hace de las cosas y que­rría poder hacerse de sí mismo.

6/. NO TOMAR “POSESIÓN” DE LOS DEMÁS HASTA NO HABER TOMADO “POSESIÓN” DE UNO MISMO. 
Obligar­se a sí mismo, condición primera del derecho a obligar a los demás.

También: soportar a nuestros contemporáneos tras habernos soportado a nosotros mismos.

El hombre de calidad tiene ante todo exigencias para consigo mismo, el hombre del común no las tiene más que frente a los demás (Confucio).

El poder debe basarse en la superioridad, no la superioridad en el poder. Los que diri­gen tienen derecho a poseer, pero los que poseen no tienen por ello necesariamente derecho a dirigir.

El hombre de calidad está más allá de los despotismos; domina a los dominadores por cami­nos que le son propios. “Una nueva nobleza es necesariamente opuesta a todo lo que es popula­cho y déspota.” (Nietzsche).

Cuanto más alto se sube, más solo se camina y más debe uno contar consigo mismo. Los que están arriba son responsables de los que están abajo, y deben responder a lo que de ellos se espera. Sólo tienen “privilegios” en la medida en que es realmente posible descansar en ellos; de lo contrario, todas las rebeliones son justas.

Seguir libremente a quienes nos son supe­riores: orgullo de haber encontrado un Señor (Stefan George). La contrapartida de la sumi­sión no es el dominio, sino la protección. Se tiene el derecho de obedecer y el deber de mandar(se), no a la inversa.

Proclamar el deber de tener derechos, y el hermoso derecho a tener deberes.

7/. EL MUNDO ES TRAGEDIA INCONMENSURABLE.

Toda existencia es trágica, toda afirma­ción lo es también.

El mundo es un caos, pero podemos darle una forma. Lo que hacemos no tiene más sentido que el que nosotros le demos.

Contrapartida: todo repercute en todo. Nuestros gestos más íntimos tienen consecuencias en las partes más remotas del universo.

El mal carece de existencia positiva. Es una simple limitación de lo que deviene, una limitación de la forma que los seres dan al mundo.

Una pura, una eterna negación.

8/. MERECEMOS TODO LO QUE NOS PASA.
 Indivi­dual y colectivamente.

Pasado cierto umbral, no hay ni suerte ni azar: la fuerza de nuestros adversarios no es nunca, en último análisis, más que nuestra propia debilidad.

En consecuencia, no sólo aceptar, sino querer lo que sucede. Querer lo que sucede desde el momento en que no hemos podido impe­dir que ocurriera. No resignación, sino mantenimiento de nuestra propia libertad.

“Amor fati”: el único medio de obrar cuando no se puede ya obrar.

Estoicismo: la única conducta posible cuando las otras ya no lo son. Hacer de modo que aquello sobre lo que nada podemos tampoco pue­da nada sobre nosotros ( Julius Evola ).

9/. EN PRINCIPIO FUE LA ACCIÓN.

Las cosas grandes y fuertes no tienen razón de ser; por eso deben ser hechos (pero no todo lo inmotivado es necesariamente grande y fuerte).

Lo verdaderamente importante es la acción, no quien la emprende; la misión, no quien la cumple.

Contra el individualismo, por una “impersonalidad activa”. Lo que uno debe hacer no se explica en términos de motivación.

Nobleza calla.

10/. EL HONOR: NO FALTAR NUNCA A LAS NORMAS QUE UNO SE HA DADO.

La imagen que uno se hace de sí mismo se convierte en verdadera -cosa evidente- desde el momento en que uno se conforma a ella.

A partir de entonces, poco importa que se trate de una “imagen” o de una “realidad”: am­bos términos se confunden.

La idea se hace carne: tal es la auténtica encarnación del Logos. Toda promesa obliga, y no hay circunstancia que exima de esa obligación.

Poder estar orgulloso de uno mismo: el me­jor medio para no tener que avergonzarse de los demás.

11/. EL ESTILO ES EL HOMBRE.

La liturgia cuenta más que el dogma.

Lo bello nunca está mal. Más vale hacer bien las cosas mediocres que mal las cosas excelentes. El modo en que se hacen las cosas vale más que las cosas mismas.

El modo como uno vive sus ideas vale más que esas ideas. El modo en que se vive vale más que lo que uno vive, y a veces más que la vida.

Más sencillez que modales, dan un palur­do; más modales que sencillez, un pedante; tantos modales como sencillez, un hombre de calidad. (Confucio).

12/. NIETZSCHE: “¿QUÉ ES LO NOBLE? 
Buscar las situaciones en que se impone tomar una actitud. Dejar para la mayoría la “felicidad”, esa felicidad hecha de sosiego, virtud, comodidad y mercantilismo a la anglosajona.

Buscar instintivamente las responsabili­dades más pesadas.

Saber hacerse enemigos en todas partes, y en el peor de los casos, serlo uno mismo.”

13/. ANTEPONER EL DEBER A LAS PASIONES, Y LAS PASIONES AL INTERÉS.

Llevar a cabo “buenas acciones” para con seguir la salvación, ir al cielo, etc., es también servir a los propios intereses.

Hacer lo que uno debe, no lo que a uno le gusta. Para eso hace falta un “aprendizaje”: el hombre necesita reglas para hacerse a sí mismo, porque es infinitamente maleable.

El trabajo como servicio, el deber como destino.

14/. CONSEGUIR Y REHACER SIN DESCANSO LA ARMONÍA VITAL ENTRE LAS CONTINGENCIAS Y LOS PRINCIPIOS.

Hacer de modo que los actos sean confor­mes a las palabras.

Aquel cuyas palabras desmienten sus actos no es más dueño de si que aquel cuyos actos desmienten sus palabras.

Ser sincero no consiste en decir la ver­dad, sino en volcarse por entero, sin segundas intenciones, en cuanto uno emprende.

15/. NO ARREPENTIRSE, SINO APRENDER.

Hacer todo lo posible por no causar daño.

Si uno lo causa, no tratar de justificar­se. Las justificaciones que uno se da son otras tantas huidas frente a uno mismo.

El arrepentimiento no trata de borrar la falta, sino de tranquilizar la conciencia.

Devolver bien por bien, justicia por mal. (Si se devolviese bien por mal, ¿qué haríamos a cambio del bien, y que valor tendría?).

16/. NO PERDONAR NUNCA; OLVIDAR MUCHO. NO ODIAR NUNCA; DESPRECIAR A MENUDO.

Sentimientos plebeyos: el odio, el ren­cor, la susceptibilidad, la vanidad, la avaricia.

El odio, lo contrario del desprecio; el rencor, lo contrario del olvido; la suscep­tibilidad y la vanidad, lo contrario del orgullo; la avaricia, lo contrario de la ri­queza.

De todos estos sentimientos, el más despreciable es el resentimiento. Decía Nietzsche: “Se acerca el tiempo del más despreciable de los hombres, el que ni siquiera es ya capaz de despreciarse a sí mismo.”

17/. CONTRA EL UTILITARISMO.

Con los hombres ocurre como con los ejércitos. Los soldados que para luchar bien necesitan saber por qué luchan son ya malos soldados.

Los hay aún peores: los que necesitan estar convencidos de que su causa es la buena.

Y peores aún: los que sólo luchan cuan­do tienen posibilidades de vencer.

Cuando uno debe emprender algo, sólo de modo secundario se ocupa de saber si la empresa puede o no ser coronada con el éxito. La máxima de Taciturno es la clave del gra­bado de Durero, El caballero, la muerte y el diablo.

Pero no basta con emprender sin estar seguro de vencer. Es preciso emprender in­cluso cuando se está seguro de fracasar, y precisamente por ello: porque permanecer fiel a las normas que uno se ha dado es entonces la única manera honorable de salir del trance.

Piénsese en el “soldado de Pompeya” (Spengler), o en el ejemplo de Régulo. Querer hacer como el contrario con el pretexto de que le ha resultado bien, es convertirse en ese contrario, no ser diferente de él.

Hay bajeza desde el momento en que uno se pregunta “¿para qué sirve eso?”, “¿qué se saca con ello?”, “¿qué nos obliga a hacerlo?”.

No hay mayor absurdo que el de intentar conservar a cualquier precio una vida que vamos a perder de todos modos.

18/. TANTO LA VIRTUD COMO EL VICIO SOLO PUEDEN SER PATRIMONIO DE UNA ÉLITE.

Ambos exigen la misma capacidad de auto­dominio, y dependen menos de la “moral” que de la pura voluntad.

La libertad de hacer algo va siempre unida a la libertad frente a ese algo. En otros términos, sólo hay que querer las cosas a las que uno se siente capaz de renunciar.

Julius Evola: “Te está permitido hacer algo en la medida en que puedes también abstenerte de hacerlo (…). Te está permitido querer algo -y obtenerlo- en la medida en que eres capaz de abstenerte de ello.”

19/. NO TRATAR DE CONVENCER, SINO MÁS BIEN DE DESPERTAR.

La vida encuentra sentido en lo que es más que ella, pero no está más allá de ella.

Lo que es más que la vida no se expresa en (y por) palabras, pero “se siente” a ve­ces.

Dar preferencia al alma sobre el espíri­tu, a la vida sobre la razón, a la imagen sobre el concepto.

20/. EL LIRISMO PUEDE SERVIR DE REGLA “MO­RAL”. 
A condición de que hayamos tomado co­mo relación esencial de la existencia, no la del hombre con el hombre, sino la del hombre con el universo. (El único modo de solidarizarse con el mundo desde arriba es hacerse por analogía con él.)

Los grandes jefes de Estado son los que hacen que los pueblos puedan pensarse de una manera lírica.

21/. ELPRESENTE ACTUALIZA TODOS LOS PASADOS, POTENCIALIZA TODOS LOS FUTUROS.

Aceptar el presente, mediante la asunción jubilosa del instante, es poder gozar a un mismo tiempo de todos los instantes.

Pasado, presente y futuro son las tres perspectivas, igualmente actuales, conferidas a todo momento del acontecer histórico.

Romper definitivamente con la concepción lineal de la historia. Cuanto hace­mos compromete a lo que ha acontecido con el mismo motivo que a lo que está por ve­nir.

22/. FIN DE LA VIDA: PONER ALGO IMPORTANTE ENTRE UNO Y LA MUERTE.

Tanto la época como la sociedad pueden impedírnoslo. La sociedad tiene dos modos de volvernos locos: exigir demasiado o no proponer lo bastante.

Hay hombres para los que ambas cosas pueden ser una misma.

23/. SOLEDAD.

Saber ser del partido de la estrella polar la que sigue en su sitio mientras las demás giran. La paz reside en el centro del movimiento (Jünger), en el eje de la rueda.

Cultivar en nosotros lo que el hombre de calidad conserva, inmutable, en todas las situaciones: el “yen” confuciano, el “púrusha” de los arios y la “humanitas” de los romanos, el núcleo íntimo del ser.

24/. N0 HAY MÁS PIEDAD AUTÉNTICA QUE LA FILIAL, EXTENDIDA A LOS ANTEPASADOS, A LA ESTIRPE Y AL PUEBLO.

Cuando Jesús afirma que José no es su verdadero padre -que es el hijo de un Dios único, el hermano de todos los hombres- , inicia el proceso de negación de la paternidad.

Nuestros antepasados muertos ni están espiritualmente muertos ni han pasado a otro mundo. Están a nuestro lado, en muchedumbre invisible y ruidosa. Nos rodean mientras ven su futuro perpetuado en su descen­dencia, y el deber de hacer respetar su nombre.

25/. TODOS LOS HOMBRES DE CALIDAD SON HERMANOS.
Cualquiera que sea su país y su época.

Marco Aurelio: ¿Qué puede guiar a un hombre?..la filosofia






Hoy día se concibe la filosofía como una disciplina teórica que solo trata de cuestiones abstractas sin ninguna relación con nuestra vida diaria, como una materia que hay que estudiar obligatoriamente en el bachillerato, pero que nadie sabe muy bien cuál puede ser su verdadera utilidad. Sin embargo, para los antiguos griegos y romanos la filosofía era un saber que implica también un fuerte compromiso personal: el filósofo era aquella persona que se comprometía a llevar una vida filosófica, a vivir en todo momento de manera filosófica. La filosofía era sobre todo un modo de vida que implicaba una “conversión” profunda y que influía en todos los aspectos de la vida del filósofo, desde los más trascendentales –como la profesión, el matrimonio­– hasta los más nimios­ –la forma de vestirse, de hablar o de comer–, y todas las horas del día; desde que uno se levantaba por la mañana hasta la hora de dormir. 



Como muy bien ha explicado Pierre Hadot en sus libros, especialmente en Ejercicios espirituales y filosofía antigua (Siruela, 2006) y La filosofía como forma de vida (Alpha Decay, 2009), y Michel Foucault en La hermenéutica del sujeto (Akal, 2005), la filosofía en la Antigüedad consistía en una serie de “ejercicios espirituales” que había que practicar una y otra vez para conseguir el autodominio y la perfección. Los ejercicios eran de muchos tipos y abarcaban tanto los aspectos cognitivos como los emocionales (más adelante comentaremos algunos). Para que podamos entenderlo, podríamos decir que la filosofía en aquellos tiempos ocupaba el lugar que hoy se reserva a las psicoterapias y que hace un tiempo desarrollaban los confesores y los directores espirituales.




La filosofía era una especie de “medicina del alma” o de terapia que servía para curar las “enfermedades del espíritu” (y que hoy llamaríamos emociones negativas). Martha Nussbaum explica este fenómeno de manera magistral en su libro La terapia del deseo: Teoría y práctica en la ética helenística (Paidós, 2003): “Todas las escuelas filosóficas helenísticas de Grecia y Roma –epicúreos, escépticos y estoicos– concibieron la filosofía como un medio para afrontar las dificultades más penosas de la vida humana. Veían al filósofo como un médico compasivo cuyas artes podían curar muchos y abundantes tipos de sufrimiento humano. 

Practicaban la filosofía no como una técnica intelectual elitista, sino como un arte comprometido cuyo fin era luchar contra la desdicha humana. Centraban, por tanto, su atención en cuestiones de importancia cotidiana y urgente para el ser humano: el temor a la muerte, el amor y la sexualidad, la cólera y la agresión”. 




Un arte de vivir

Según esta autora, experta en filosofía antigua, los pensadores de aquella época “no se dedicaban tanto a mostrar cómo acabar con la injusticia como a enseñar al discípulo a ser indiferente a la injusticia que sufre”. Y recuerda a este respecto uno de los aforismos más célebres de Epicuro: “Vacío es el argumento de aquel filósofo que no permite curar ningún sufrimiento humano. Pues de la misma manera que de nada sirve un médico que no erradique la enfermedad de los cuerpos, tampoco hay utilidad ninguna en la filosofía si no erradica el sufrimiento del alma”. Entre las escuelas filosóficas de la Antigüedad más conocidas por seguir este enfoque se encuentra el estoicismo, y especialmente Epícteto, el filósofo romano que había sido esclavo.

La filosofía era “algo parecido a un arte que tomara por materia la vida de cada cual”, explica Javier Campos. O como le gustaba decir a Plotino: “haz como el escultor de una estatua que debe ser bella; […] quita lo superfluo, endereza lo que es oblicuo, limpia lo que es oscuro para hacerlo brillante, y no dejes de esculpir tu propia estatua, hasta que el resplandor divino de la virtud se manifieste”. La filosofía se convierte entonces en un arte de vivir. 

La Tradición que, a pesar de ir a contracorriente con la concepción dominante, ha pervivido en ciertos filósofos minoritarios o marginales que han hecho hincapié en esa dimensión práctica y existencial de la filosofía y a los que se les valora más como escritores que como filósofos: nos referimos a Montaigne, Pascal, Schopenhauer, Nietzsche, Kierkegaard, Thoreau o incluso Wittgenstein. Hadot, por ejemplo, ha reivindicado recientemente la figura filosófica de Goethe en No te olvides de vivir. Y Nehamas hizo algo similar con Montaigne, Nietzsche y Foucault en El arte de vivir: reflexiones socráticas de Platón a Foucault (Pre-textos, 2005).

Para sí mismo

Marco Aurelio se encuadra en esta tradición y solo desde estas coordenadas puede entenderse su pensamiento e interpretarse adecuadamente sus Meditaciones. Esa es la tesis que defiende Pierre Hadot en La citadelle intérieure: Introduction aux Pensées de Marc Aurèle (Fayard, 1992) y en Marco Aurelio (Alpha Decay, 2012 [en prensa]). Según este autor, para ser filósofo en la Antigüedad no era necesario escribir una obra filosófica original ni crear un sistema filosófico propio –a diferencia de lo que sucederá después en la época moderna–, sino que bastaba con adherirse a los principios de una de las seis tradiciones filosóficas existentes –platónicos, aristotélicos, estoicos, epicúreos, cínicos y escépticos– y esforzarse por vivir en coherencia con estas doctrinas. Por eso Marco Aurelio fue considerado en su tiempo como un filósofo, a pesar de no haber publicado nada durante su vida.
De hecho, las Meditaciones no es un libro en sentido estricto, sino que se trata más bien de los apuntes personales que Marco Aurelio tomó en los últimos diez años de su vida para su propio uso mientras guerreaba por diversas regiones del Imperio. Estas notas personales que el emperador escribió en griego (pues el griego era la lengua de la cultura y de la filosofía, a pesar de los esfuerzos titánicos de Cicerón y Séneca para que el latín se convirtiese también en lengua filosófica), tenían el propósito de recordarle las máximas fundamentes del estoicismo –especialmente los de Epícteto, al que cita continuamente–, de ayudarle a aplicarlas en su vida diaria, para no desviarse de su objetivo fundamental: ser mejor persona. Los hypomnemata (pues ése era el término griego por el que se conocían este tipo de escritos) no estaban destinados a ser publicados ni leídos por otras personas, y no eran otra cosa más que una especie de “cuadernos de ejercicios”, el resultado de un ejercicio espiritual continuado que este aprendiz de filósofo mantuvo consigo mismo durante muchos años. De ahí su carácter fragmentario, aforístico, críptico en ocasiones que se desprende del texto.
Las Meditaciones de Marco Aurelio nunca pretendieron ser un libro, por eso no tienen carácter sistemático, pero sí son uno de los mejores ejemplos del tipo de ejercicios espirituales que los filósofos debían practicar para poder vivir filosóficamente, una muestra excelente de cómo vivir la filosofía un filósofo estoico en su vida diaria y un recordatorio de que esta era en sus inicios algo muy práctico, y también –¿por qué no?– que hoy ese enfoque podría tener su sentido. Esa es la razón, por ejemplo, de que el “libro” del emperador que se entrenaba para ser filósofo –o para seguir siéndolo, o para no dejar de serlo– haya conocido tantos títulos diferentes a lo largo de la historia: Meditaciones (el más conocido en nuestro país­), Pensamientos (siguiendo el influjo de Pascal), Soliloquios (el primero que recibió en nuestra lengua), Escritos para sí mismo (como prefiere llamarlo Hadot) o A sí mismo (que es el título que ha elegido Edaf para su edición), etc.
Ejercicios filosóficos

¿Y qué tipos de ejercicios filosóficos aparecen en estos apuntes?, se preguntará el lector. Los hay de varios tipos. Según Javier Campos, los ejercicios espirituales se clasifican en ejercicios reflexivos, ejercicios preparatorios, autoexámenes, lecturas edificantes y ejercicios vitales. El más conocido es la praemediatio malorum –tal como la bautizó Séneca–, es decir, la imaginación de los males futuros –no sólo de los más frecuentes, sino también de los menos probables– para prepararse mejor frente a las futuras adversidades de la fortuna. Entre ellos se encuentra también la praemeditatio mortis, que consiste en imaginarse de diversas formas la propia muerte y la de nuestros seres queridos para perderle el miedo, convertirla en algo más manejable y ser más conscientes de nuestra finitud. 

Uno de los mejores ejemplos de este ejercicio que utiliza el emperador dice: “No desdeñes la muerte; antes bien, acógela gustosamente, en la convicción de que esta también es una de las cosas que la naturaleza quiere. Porque cual es la juventud, la vejez, el crecimiento, la plenitud de la vida, el salir los dientes, la barba, las canas, la fecundación, la preñez, el alumbramiento y las demás actividades naturales que llevan las estaciones de la vida, tal es también tu propia disolución. Por consiguiente, es propio de un hombre dotado de razón comportarse ante la muerte no con hostilidad, ni con vehemencia, ni con orgullo, sino aguardarla como una más de las actividades naturales. Y, al igual que tú aguardas el momento en que salga del vientre de tu mujer el recién nacido, así también aguarda la hora en que tu alma se desprenderá de esa envoltura” (IX, 3).

Otro de los ejercicios más conocidos consiste en mirar las cosas humanas desde una altura considerable, como si uno fuese un dios o un extraterrestre (Spinoza dirá más tarde que hay que ver las cosas sub specie aeternitatis, desde el punto de vista de la eternidad). Marco Aurelio hace uso de él varias veces a lo largo del libro. “Contempla desde lo alto el espectáculo de rebaños infinitos, de ceremonias infinitas, de viajes por mar con tempestad y con buen tiempo, de todas las variedades de seres que nacen, viven juntos y desaparecen. 

Piensa también en la vida vivida hace tiempo por otros, y de la que existirá después de ti y de la que viven hoy en día pueblos extranjeros. Piensa en cuántos ignoran tu nombre, cuántos te olvidarán pronto, cuántos de los que hoy te alaban muy pronto te denostarán. Piensa en cómo el recuerdo que se deja, la fama o cualquier otra cosa ni siquiera vale la pena mencionarlos” (IX.30).
Para Marco Aurelio, la filosofía debe servirnos para construir en nuestro interior una fortaleza, un refugio sosegado que nos proteja de las agresiones del exterior, de los vaivenes de la fortuna y de los peligros de las pasiones (ira, temor, celos, etc.).


Para el emperador, hay que “ser semejante a un promontorio contra el que se estrellan las olas ininterrumpidamente y él se mantiene inmóvil” (IV, 49). En conclusión, los estoicos, pues, han sido los primeros psicólogos de Occidente años muchos siglos antes de que Freud inventase el psicoanálisis, y ésa es la opinión también Albert Ellis, el creador de la terapia racional emotiva y autor de numerosos libros de autoayuda que se han convertido en superventas, como Usted puede ser feliz (Paidós, 2007), Cómo controlar la ansiedad (Paidós, 2000) o Controle su ira antes que ella le controle a usted (Paidós, 2007), quien considera a Epícteto como el padre fundador de su enfoque. 

Los filósofos como Séneca, Epícteto o Marco Aurelio, en contra de lo que se nos ha hecho creer, no eran personas tristes, pesimistas y deprimentes, sino grandes conocedores del alma humana que utilizaban unas técnicas muy poderosas que entonces se consideraban filosóficas pero que suelen llamarse psicológicas para modificar los aspectos más negativos de la vida cotidiana –la ansiedad, la depresión, la ira o los celos, etc.– y poder llevar así una vida más plena y satisfactoria. Así que se puede leer el último libro de autoyuda que más se esté vendiendo ahora –como El arte de no amargarse la vida (Oniro, 2011) de Rafael Santandreu– o probar con un clásico de la sabiduría que nunca pasará de moda.

Schopenhauer: ¿Por qué no te ahorcas tú?




En una discusión, ante la argumentación de tu adversario, trata de buscar en ella alguna contradicción, bien con los principios de una doctrina o ciencia admitidas, o con lo que dijo antes o lo que decían sus maestros, etc. Busca algo de ese tipo y, si no hay nada mejor, convierte en personal lo que está defendiendo. El suicidio, por ejemplo. Asáltale de inmediato ante su aserto: “¿Por qué no te ahorcas tú?". Siempre podrás encontrar algo directo para llevar la confrontación a un terreno imposible. 






Así es la estratagema 16 que Arthur Schopenhauer concibió para deshacerse o neutralizar adversarios dialécticos cuando se trata de “tener razón o llevársela siempre”. El arte de tener razón es una suerte de revólver dialéctico con cachas nacaradas que el borrascoso Schopenhauer escribió en 1830, durante su estancia en Berlín. Quizás todos lo habéis leído, y por eso hay placer en reencontrar sus pérfidas y divertidas maniobras. Basta imaginar el carácter sombrío de Schopenhauer cuando paseaba meditabundo por las avenidas de Berlín con la barbilla hundida en el pecho, el ceño fruncido, urdiendo estrategias dialécticas para superar a cualquier contrincante. “Recogí en ese catecismo todas las estratagemas de mala fe que tan frecuentemente se utilizan al discutir con el tipo de gente que suele ser la mayoría”.




Schopenhauer reflexiona sobre algo que nos pasa a todos; podemos tener razón objetiva en un asunto y sin embargo los oyentes no parecen creer en ello. ¿Os imagináis con qué humor soportaría Schopenhauer una situación así? Una cosa es la validez y verdad objetiva de una proposición y otra cosa es la aprobación de los oyentes. De esto segundo se ocupa la dialéctica, dice Schopenhauer.



Estas son las mejores estratagemas de Schopenhauer para refrescar nuestra dialéctica:

1 ❚ Caricaturizar la afirmación de nuestro adversario, interpretándola exageradamente, fuera de sus límites naturales. Cuanto más general y extensa se hace su afirmación, tanto más vulnerable resultará a nuestros ataques.

2 ❚ Recurso de valor permanente: suscitar la cólera del adversario, ya que, encolerizado, no está en condiciones de juzgar de forma serena y percibir su ventaja.

3 ❚ Uno puede utilizar premisas falsas si el adversario no admite las verdaderas en relación con la propuesta, siempre que sirvan para algo, aunque no sean el centro de la discusión.

4 ❚ No plantear las preguntas en el orden que requiere la conclusión a extraer, sino con todo tipo de desorden: en este caso, el adversario ya no sabe adónde quiere uno llegar y no puede prevenirse. Si es posible, se utilizan las respuestas confusas del adversario para alcanzar conclusiones deseadas por uno.

5 ❚ Utilizar argumentos ad hominem. Basándonos en una afirmación del adversario, busquemos una pregunta personal que le descentre: “¿Por qué no te ahorcas tú?”.

6 ❚ Si el adversario nos apremia a contestar de inmediato a su afirmación y no tenemos nada adecuado, busquemos un terreno general para rebatirlo. Pongámonos, en contra, por ejemplo, de la credulidad ante la magia.

7 ❚ Forcemos las consecuencias de las tesis de nuestro adversario, mediante falsas conclusiones y tergiversaciones para llegar donde él nunca quiso llegar.

8 ❚ Cuando uno no sabe qué objetar a las razones del adversario, declárese incompetente con ironía: “Lo que dice usted desborda mi débil comprensión. Puede ser muy acertado, pero yo no alcanzo a entenderlo y renuncio a cualquier juicio”.



Aristóteles.. Grandes respuestas para las grandes preguntas




Como todos los grandes filósofos, Aristóteles también se planteó las grandes preguntas, esas cuyas respuestas han originado el devenir de la historia de la filosofía.  
Cuestiones como qué es el hombre, si existe Dios o qué hay más allá de la muerte. Enrico Berti, una de las máximas autoridades mundiales en Aristóteles, las ha reunido en el libro Preguntas de la Filosofía antigua, editado por Gredos.
¿Qué es el ser?
“El ser se dice en muchos sentidos”, afirma Aristóteles en el libro I de la Física. Aristóteles discrepa de la respetada opinión de Parménides, quien consideraba que “el ser solo se decía en sentido absoluto” y enumera, al menos, cuatro acepciones del verbo:
❚ El ser por accidente, una forma de contingencia y un tipo de ser que se puede perder sin dejar de ser la misma cosa, sin dañar la esencia.
❚ Se entiende por ser en sí lo que tienen los seres de estable, la naturaleza o rasgos que hacen de algo lo que es y no otra cosa.
❚ El ser como verdadero, cuando el verbo califica un enunciado como verdadero al contrario.
❚ El ser en potencia y en acto, cuya diferencia es una de las aportaciones más genuinas de Aristóteles. Deriva del concepto de no-ser más que de el de ser. Según esta, habría una modalidad de no-ser absoluta, según la cual algo ni es ni puede llegar a ser otra cosa. Una piedra es una piedra y ni es ni puede llegar a ser un árbol. La piedra es un ser en acto. Sin embargo, existe un modo de no-ser (árbol en este caso) que es relativo, pues mediante un cambio o movimiento puede llegar a ser. Una semilla no es un árbol pero sí puede llegar a serlo. Se trataría de un no ser relativo y de un ser en potencia.
La existencia
de dios. En uno de los textos perdidos de Aristóteles, recuperado luego mediante autores como Filón o Cicerón, defendía que el orden cósmico y los movimientos celestes no eran obra de la casualidad, sino “de una naturaleza superior e incorruptible”: Dios. En ese mismo texto se reconocerían dos tipos de dioses:
❚ los incorpóreos, semejantes al alma, que causan el movimiento de los astros.
❚ los corpóreos, que coinciden con los astros.
Estas teorías se confirman en su tratado Del Cielo. En otros textos como Física o Metafísica expone sus famosa argumentación sobre el motor inmóvil para explicar los movimientos celestes. Según esta, debe de existir un motor eterno o inmóvil capaz de generar el resto de movimientos, una causa última que corresponda al motor eterno... La serie será adoptada casi literalmente por Tomás de Aquino, quién situó al Dios cristiano al final de cada una de las argumentaciones.
¿Qué es el hombre?
Con su afán clasificador, diseccionador de la realidad, Aristóteles busca la respuesta empírica de qué es un hombre. Un animal, se responde en primer lugar: un “bípedo implume”. Posteriormente saca el bisturí y va afinando mucho hasta llegar al rasgo diferenciador: el lenguaje. “El hombre es el único animal que posee la palabra (...). La palabra, en cambio, está hecha, para expresar lo que es placentero y lo que es nocivo y, por consiguiente, lo justo y lo injusto. Esto es algo que diferencia al hombre del resto de animales, pues es el único que posee la percepción del bien y del mal, de lo justo y lo injusto y de los otros valores. La posesión común de todo esto constituye la familia y la ciudad”.
Aristóteles es claro en este pasaje de la Política que da pie a una de las definiciones más conocidas que de el hombre da el Estagirita. El hombre como animal político (zoon politikon), hecho para vivir en la polis, algo que lo diferenciea esencialmente del resto de los animales, que se sitúan por debajo, y de los dioses, que están en un nivel superior.
La búsqueda de la felicidad. Aristóteles afirma: el fin último, el objetivo de todos los hombres, es lograr la felicidad. Y además dedica todo un libro, quizá su texto más representativo, la Ética a Nicómaco, a ese tema. El problema radica en saber en qué consiste realmente la felicidad. Tras el estudio de la naturaleza humana, Aristóteles concluye que la felicidad reside en el ejercicio de la actividad que le es propia a cada ser. Puesto que el hombre se define como animal que tiene uso de razón y de palabra, la actividad más adecuada a su naturaleza será la intelectual o contemplativa.
Pero Aristóteles, siempre con los pies en la tierra, declarará también que la felicidad precisa bienes externos, pues es imposible, o muy difícil, realizar actos bellos sin disponer de recursos. “(...) Y si no poseemos ciertas cosas como buena cuna, buena descendencia o belleza, nuestra dicha se ve afectada”.
Más allá de la muerte.
Al tratar el tema de la inmortalidad, el pensamiento de Aristóteles muestra una evolución que puede lindar con la ambigüedad. En su juventud, probablemente influido por el clima de la Academia platónica, Aristóteles se decanta por la inmortalidad del alma tras la extinción del cuerpo. Sin embargo, su pensamiento posterior –en el que admite el alma de los animales y las plantas– apuesta por una inmortalidad universal, más propia de la especie que que de cada individuo en particular. “Para todos los vivientes que han alcanzado un desarrollo pleno, no son incompletos y no han nacido por generación espontánea, lo más natural es producir otro viviente semejante a sí mismos (...) y así participan de lo eterno y lo divino”.

sábado, 6 de junio de 2015

Knut Hamsun y la causa de Europa

Después de cincuenta años confinado en el agujero de la memoria orwelliana creado por los Judios como parte de su proceso europeo de "desnazificación", la obra del autor noruego Knut Hamsun está resurgiendo para ocupar su lugar entre los más grandes la literatura europea del siglo XX.

Robert Ferguson sabiamente en 1987, hizo una pregunta debilitante para la gran y buena parte de la intelectualidad europea, siempre con ganas de saltar a las sensibilidades judías. ¿Podría el genio que había creado hermosas historias de amor... realmente haber sido un "nazi"?. 
Por desgracia para los corazones débiles de estos escritorzuelos pusilánimes, la respuesta es un rotundo "sí".

Hamsun se desarrolló pronto para convertirse en un escritor y mostró un coraje fanático y la resistencia en la búsqueda de su sueño contra tremendos obstáculos. Él estaba convencido de su propia conciencia artística y sensibilidad, y estaba imbuido de una certeza que en el intento de alcanzar niveles sin precedentes de la creatividad y la conciencia, estaba actuando de acuerdo con el propósito superior de la Naturaleza.

Estas experiencias consolidaron en Hamsun un sentido de identidad racial como la piedra angular de su misión artística y espiritual.
Una visita a un campamento indio confirmó su creencia para reconocer que Estados Unidos lleva las semillas del caos racial y condenó el hecho.


Muy influido por las obras de Friedrich Nietzsche, Hamsun se vió a sí mismo como parte de la vanguardia de una aristocracia espiritual europea que rechazaba estos falsos valores y buscaba el desarrollo de una moral y valor del sistema superior basado en la ley orgánica, natural. En un ensayo titulado "De la vida inconsciente de la mente", publicado en 1890, Hamsun expuso su creencia:
Un número creciente de personas que llevan vidas mentales de gran intensidad,  estas son las personas mas sensibles por naturaleza. Generación en generación, la cría siempre de nuevo, y cuando se muere la nueva acción continúa, ese es el sentido de la vida eterna.

Hamsun visitó Alemania en varias ocasiones durante la década de 1930, acompañado de su esposa igualmente entusiasta, y fue impresionado por lo que vio. En 1934 fue galardonado con la prestigiosa Medalla Goethe por sus escritos, pero devolvió el premio del dinero como un gesto de amistad y como contribución al proceso nacional-socialista de la reconstrucción social. 


Él desarrolló estrechos vínculos con la Sociedad Nórdica con sede en Alemania, que promovió el ideal Pan-germánico, y en enero de 1935 se envió una carta a su revista para apoyar el regreso del Sarre a Alemania. Siempre recibió saludos de cumpleaños de Rosenberg y Goebbels, y con motivo de su 80 cumpleaños del propio Hitler.

La lealtad de Hamsun al Nuevo Orden Nacional Socialista en Europa fue muy apreciada en Berlín, y mayo 1943 se invitó a Hamsun y su esposa a visitar a Joseph Goebbels, un fan devoto del escritor. Ambos hombres estaban profundamente conmovidos por la reunión y Hamsun fue tan afectada que envió a Goebbels la medalla que había recibido por ganar el Premio Nobel de literatura idealista en 1920.

jueves, 4 de junio de 2015

Nuestro Destino... Oswald Spengler

Para que el desarrollo sea un cumplimiento cada evolución debe tener un principio, y cada realización es un final, sólo se debe tener miedo a la muerte en el momento de ser asesinado, pero el hombre, que no depende de la superficialidad de su naturaleza y triunfa sobre el miedo, vencerá. 

Una antigua leyenda griega cuenta cómo un Dios  puso ante Aquiles la posibilidad de elegir entre una larga vida o una vida corta llena de hechos y fama, y cómo él escogió la segunda.

El hombre era y es, muy poco profundo y cobarde para soportar el hecho de la mortalidad de todo lo viviente. Se envuelve en el progreso-optimismo, y se arrastra detrás del refugio de los ideales a fin de no ver nada.

La vida del individuo es tan perecedera como la Cultura de los pueblos, cada creación está condenada al decaimiento, cada pensamiento, cada descubrimiento, cada acto al olvido, en todas partes estamos viendo como todo lo grandiosamente construido desde la historia esta predestinado o han desaparecido. las ruinas y las obras de culturas muertas yacen sobre nosotros.

La historia del hombre, es realmente breve, se trata de una fuerte subida y caída, que cubre unos pocos milenios, un período insignificante en la historia de la tierra, pero, para nosotros, llena de trágica grandeza, y nosotros, los seres humanos del siglo XX, vamos cuesta abajo, nuestro ojo para la historia, nuestra facultad de escribir la historia, es un signo revelador de que nuestro camino está a la baja. 

Y, lo que es más, el destino de cada una de las personas consiste en su ser, por nacimiento, no sólo por su tiempo de en la historia, criado en ella, en un siglo en particular, un país en particular, un pueblo en particular, una religión en particular.. 

No está dentro de nuestro poder de elegir si nos gustaría ser hijos de un campesino egipcio de 3.000 aC, de un rey persa, o de un vagabundo de hoy en día. Este destino es algo a lo que tenemos que adaptarnos. 

Se condena a ciertas situaciones, puntos de vista y acciones. No hay hombres como los filósofos hablan, sólo hombres de una época, de una localidad, de una raza, de un elenco personal, que viven en la batalla contra un mundo dado y ganan o pierden, esta batalla es la vida, la vida en el sentido nietzscheano, una despiadada batalla.

miércoles, 3 de junio de 2015

La naturaleza de la política..Francis Parker Yockey

La política es el dominio del poder, no es moral, no es estética, no es la economía, la política es una forma de pensar, al igual que estas otras son.

La moral distingue entre buenos y malos, la estética, entre lo hermoso y feo, la economía entre utiles y inútiles. La forma en que la política divide el mundo está en amigos y enemigos, estos expresan por ello el más alto grado posible de conexión, y el más alto grado posible de separación.

No puede existir sin ellos, el enemigo puede ser bueno, puede ser bello, puede ser económicamente util, pero si su actividad de potencias converge en la mía, es mi enemigo. 

Amigo y enemigo son concretas realidades. Ellos no son figurativos, sin mezcla de moral, estética o elementos económicos. No describen una relación privada de la antipatía. La antipatía no es parte necesaria de la disyunción política de amigo y enemigo. 

El odio es un fenómeno privado. Si los políticos inoculan su odio contra el enemigo, es sólo para darles un interés personal en la lucha pública que de otra manera no tendrían. Entre los organismos superpersonales no hay odio, aunque puede haber luchas existenciales. La disyunción amor-odio no es político y no se cruza en cualquier punto de la política de amigo-enemigo. Alianza no quiere decir amor, no más que la guerra significa odio. El pensamiento claro en el ámbito de la política exige, en primer lugar un fuerte poder de disociación de ideas.