En este mundo de locura liberal.. todo lo que sea degradación.. decadencia..degeneración o envilecimiento en el hombre esta permitido y es fomentado...pero el verdadero pensamiento independiente que se salga de lo que dicta el sistema.. es severamente penado por todas las cortes del mundo...el "delito de opinión" es el peor crimen que se puede cometer en este mundo de pensamiento totalitario...Oder

miércoles, 27 de abril de 2016

El capitalismo será derrotado por la Naturaleza







Hay un hecho indiscutible y desolador: el capitalismo como modo de producción y su ideología política, el neoliberalismo, se han sedimentado globalmente de forma tan consistente que parecen hacer inviable cualquier alternativa real. De hecho, ha ocupado todos los espacios y alineado casi todos los países a sus intereses globales. Desde que la sociedad pasó a ser de mercado y todo se volvió oportunidad de ganancia, hasta las cosas más sagradas como los órganos humanos, el agua y la capacidad de polinización de las flores, los estados, en su mayoría, se ven obligados a gestionar la macroeconomía globalmente integrada y mucho menos a servir al bien común de su pueblo.

El socialismo democrático en su versión avanzada de eco-socialismo es una opción teórica importante, pero con poca base social mundial de implementación. La tesis de Rosa Luxemburgo en su libro Reforma o Revolución de que «la teoría del colapso capitalista está en el corazón del socialismo científico» no se ha hecho realidad. Y el socialismo se ha derrumbado.

La furia de la acumulación capitalista ha alcanzado los niveles más altos de su historia. Prácticamente el 1% de la población rica mundial controla cerca del 90% de toda la riqueza. 85 opulentos, según la seria ONG Oxfam Intermón, tenían en 2014 el mismo dinero que 3,5 mil millones de pobres en el mundo. El grado de irracionalidad y también de inhumanidad hablan por sí mismos. Vivimos tiempos de barbarie explícita.

Las crisis coyunturales del sistema ocurrían hasta ahora en las economías periféricas, pero a partir de la crisis de 2007/2008 la crisis explotó en el corazón de los países centrales, en Estados Unidos y Europa. Todo parece indicar que esta no es una crisis coyuntural, siempre superable, sino que esta vez se trata de una crisis sistémica, que pone fin a la capacidad de reproducción del capitalismo. Las salidas que encuentran los países que hegemonizan el proceso global son siempre de la misma naturaleza: más de lo mismo. O sea, continuar con la explotación ilimitada de bienes y servicios naturales, orientándose por una medida claramente material (y materialista) como es el PIB. Y ay de aquellos países cuyo PIB disminuye.

Este crecimiento empeora aún más el estado de la Tierra. El precio de los intentos de reproducción del sistema es lo que sus corifeos llaman «externalidades» (lo que no entra en la contabilidad de los negocios). Estas son principalmente dos: una injusticia social degradante con altos niveles de desempleo y creciente desigualdad; y una amenazadora injusticia ecológica con la degradación de ecosistemas completos, erosión de la biodiversidad (con la desaparición de entre 30-100 mil especies de seres vivos cada año, según datos del biólogo E. Wilson), el calentamiento global creciente, la escasez de agua potable y la insostenibilidad general del sistema-vida y del sistema-Tierra.

Estos dos aspectos están poniendo de rodillas al sistema capitalista. Si quisiese universalizar el bienestar que ofrece a los países ricos, necesitaríamos por lo menos tres Tierras iguales a la que tenemos, lo que evidentemente es imposible. El nivel de explotación de las «bondades de la naturaleza», como llaman los andinos a los bienes y servicios naturales, es tal que en septiembre de este año ocurrió «el día de la sobrecarga de la Tierra» (the Earth overshoot Day). En otras palabras, la Tierra ya no tiene la capacidad, por sí misma, para satisfacer las demandas humanas. Necesita año y medio para reemplazar lo que se le quita en un año. Se ha vuelto peligrosamente insostenible. O refrenamos la voracidad de acumulación de riqueza, para permitir que ella descanse y se rehaga, o debemos prepararnos para lo peor.

Como se trata de un super-Ente vivo (Gaia), limitado, con escasez de bienes y servicios y ahora enfermo, pero combinando siempre todos los factores que garantizan las bases físicas, químicas y ecológicas para la reproducción de la vida, este proceso de degradación desmesurada puede generar un colapso ecológico-social de proporciones dantescas.

La consecuencia sería que la Tierra derrotaría definitivamente al sistema del capital, incapaz de reproducirse con su cultura materialista de consumo ilimitado e individualista. Lo que no hemos conseguido históricamente por procesos alternativos (era el propósito del socialismo), lo conseguirían la naturaleza y la Tierra. Esta, en realidad, se libraría de una célula cancerígena que amenaza con metástasis en todo el organismo de Gaia.

Entre tanto, nuestra tarea está dentro del sistema, ampliando las brechas, explorando todas sus contradicciones para garantizar especialmente a los más humildes de la Tierra lo esencial para su subsistencia: alimentación, trabajo, vivienda, educación, servicios básicos y un poco de tiempo libre. Es lo que se está haciendo en Brasil y en muchos otros países. Del mal sacar el mínimo necesario para la continuidad de la vida y de la civilización.

Y, además, rezar y prepararse para lo peor.

Auto-destrucción del capitalismo

martes, 26 de abril de 2016

Dominique Venner: un maestro para el euroculturalismo



Con buen criterio, Áltera ha publicado el excelente ensayo histórico “Europa y su destino” de Dominique Venner, que viene a cubrir un vacío en el mundo editorial español, si exceptuamos la edición de “Baltikum” (la historia de los cuerpos francos). Venner es seguramente, junto a Thiriart, el padre de un nuevo europeísmo revolucionario y uno de los primeros maestros de la “Nouvelle Droite” francesa, y del pensador galo Alain de Benoist. Pero echemos un vistazo a su vida y su obra.

Miembro del movimiento “Jeune Nation”, Venner abogó desde el principio por la creación de una organización nacionalista europea y revolucionaria. En 1962 escribe su famoso ensayo “Pour une crítique positive” (1962) y se convierte en uno de los principales inspiradores de la “Féderation d´Etudiants Nationalistes” (FEN), organización en la que un joven Alain de Benoist publica sus primeros ensayos filosóficos. En 1963 Venner funda el grupo “Europe Action” que Alain empieza a frecuentar. El encuentro entre el veterano y la joven promesa será decisivo y se materializará en un nacionalismo europeísta, antiliberal y anticristiano.

El impacto de este ensayo en el ámbito del nacional-europeísmo francés, limitado hasta entonces al nacional-comunitarismo de Jean Thiriart- debió ser tremendo. La reflexión intelectual y filosófica, hasta el momento despreciada por el nacionalismo europeo, más proclive a la acción que a la meditación, será la fuente de inspiración para la creación del GRECE (Groupement de recherche et d'études pour la civilisation européenne). El nacional-europeísmo de Venner será determinante en la formación –y posterior evolución– de toda una generación de pensadores europeístas, cuyos tempranos escritos se mueven entre la ética nacionalista y la identidad étnica pero, gracias al influjo de Venner, este nuevo nacionalismo europeo se desprende del romanticismo decimonónico, del historicismo eurocéntrico y del universalismo modernista, para reclamar la prioridad identitaria de una Europa superior –en términos civilizatorios- etnoculturalmente.

En el citado ensayo, Venner establece los principios básicos de una nueva estrategia metapolítica: la necesidad de una nueva elaboración doctrinal y el desplazamiento del combate hacia la lucha ideológica y cultural. Algunos cronistas han comparado la obra de Venner con el “¿Qué hacer?” de Lenin, afirmando que en determinados aspectos de autocrítica, estrategia política y doctrina, supone un auténtico “giro leninista”, que los neo-revolucionario-conservadores europeos adoptará en lo sucesivo. ¿No son conocidos los autores de la “Konservative Revolution” alemana como los “trotskistas” del totalitarismo de entreguerras?

Dentro de esta dinámica, Venner constituye en 1966 el “Mouvement Européen de la Liberté”. El fracaso de todas estas iniciativas políticas impulsó el movimiento de “Europe Action”, ya planteado como una fracción intelectual nacida de la derrota política, que no ideológica. A principios de la década de los 70 del siglo pasado, Venner abandona toda actividad política, centrándose en la elaboración ensayística, especialmente en la investigación histórica.

La estrategia de “purificación doctrinal y cultural”, siguiendo las pautas de un “gramscismo de derecha”, resituará el centralismo nacionalista en un nuevo proyecto revolucionario-conservador europeo. Frases como “la unidad revolucionaria es imposible sin unidad de doctrina” o “la revolución es menos la toma de poder que su uso en la construcción de una nueva sociedad”, serán las aspiraciones metapolíticas de esta corriente de pensamiento, cuya estrategia asumirá la vía de la lucha de las ideas para conseguir, primero, el poder cultural, y, posteriormente, la hegemonía política y la transformación social.

El pensador francés lanzará en su famoso “Manifeste” una serie de consignas anticapitalistas, anticomunistas y anti-igualitarias, en las que expresa la trascendencia y la necesidad de retomar una perspectiva europea del nacionalismo francés, con el objetivo de alcanzar “la reconstrucción de Francia y Europa”. Esa idea de regeneración europea estará presente en toda su obra posterior, como lo demuestra la publicación en 2002 de “Histoire et tradition des Européens: 30.000 ans d´identité” y en 2006 del compendio “Le Siécle de 1914. Utopies, guerres et révolutions en Europe au Xxe siécle”. Desde 2002 Venner dirige la “Nouvelle Reveu d´Histoire”.

Venner coincidirá –en vínculos y objetivos- con Jean Mabire en la realización de una síntesis del oxímoron “revolución-conservación”. Mabire dirá que “toda revolución es, antes que nada, revisión de las ideas recibidas”, en la creencia de “que los reaccionarios, es decir, aquellos que reaccionan, son obligatoriamente revolucionarios”. Es, en definitiva, el segundo acto de una “Revolución Conservadora Europea”. Y a ello consagrarán su vida y su obra una serie de pensadores europeos para quienes Venner ha sido un referente ideológico fundamental. Paganismo, europeismo, socialismo, tradicionalismo y etnoculturalismo, consignas para una transmodernidad del siglo XXI.

La primera y agradable impresión al leer el libro “Europa y su destino”es el sorprendente conocimiento que Venner tiene de la historia de España y, en especial, de la obra filosófica de nuestro Ortega y Gasset. El documento parte de una idea temporal: el siglo del 14, símbolo de la catástrofe europea derivada del primer acto de la gran guerra civil europea, fecha que marca a toda una “generación de combate” –como las califica el propio Ortega- o Frontgeneration. En España la “generación de la re-generación” será la del 98, con Miguel de Unamuno como máximo exponente, un grupo de intelectuales que pretendían salvar el declive de España a través de Europa, y a este movimiento le sucedería la llamada “generación del 14”, en la que se encuadra el propio Ortega -como señaló Robert Wohl-, el cual tuvo una especial relación y vinculación con los autores de la Konservative Revolution alemana. 

La gran guerra provocó el deseo de crear nuevos valores y derribar y abandonar los ya caducos entre los inútiles escombros del conflicto bélico (la modernidad). El viejo continente había perdido su “orden europeo” (Venner), la “capacidad de mando civilizadora” (Ortega), dejando un tremendo vacío, pero resurgiendo con fuerza una nueva idea, la recuperación de la identidad europea. Y a ello se dedica Venner en su libro, pero ya no cuento nada más, hay que comprarlo y leerlo.
Fuente:  sebastianjlorenz@gmail.com

Las razones de una muerte voluntaria

Dominique Venner, historiador y ensayista francés que estuvo en los orígenes de la corriente de pensamiento mal llamada “Nueva Derecha”, se ha suicidado este 21 de mayo a los 78 años de edad. Lo ha hecho, además, de la forma más simbólica y espectacular posible: ante el altar mayor de la catedral Notre-Dame de París.
“Su muerte no es la de Drieu-la-Rochelle, no es la de Montherlant. Es la de Mishima”, decía alguien comentando en Radio Courtoisie el acto sacrificial del pensador francés, bien conocido por nuestros lectores.
Un acto sacrificial, en efecto. Un acto destinado a dar testimonio, a sacudir las conciencias. “Serán necesarios, escribía esta misma mañana en su página web,  gestos nuevos, espectaculares y simbólicos, para conmover las somnolencias, sacudir las conciencias anestesiadas y despertar la memoria de nuestros orígenes. 

Entramos en unos tiempos en los que las palabras tienen que ser autentificadas con actos”. Y éste es el acto que tú, amigo, camarada, has realizado, ante el mundo, esta mañana.
Mientras tanto braman las hienas en el desierto. Escupen al pasado de quien sufrió cárcel por haber defendido la Argelia francesa. Se olvidan de tu crucial aportación, es la primera vez que te tuteo, tú, tan “vieille France” al mundo del pensamiento, de las ideas y de la acción. Olvidemos las hienas. Resbalan sus escupitajos al lado de la grandeza de tu gesto.
Como decimos en esta España a la que tanto querías y para la que escribiste expresamente uno de tus libros: Dominique Venner, ¡presente!

Declaración de Dominique Venner


Estoy sano de cuerpo y de espíritu, y estoy lleno de amor hacia mi mujer y mis hijos. Quiero la vida y no espero nada más allá de ella, salvo la perpetuación de mi raza y de mi espíritu. Sin embargo, en el ocaso de esta vida, ante peligros ingentes que se alzan para mi patria francesa y europea, siento el deber de actuar hasta que aún tenga fuerzas para ello. Juzgo necesario sacrificarme para romper el letargo que nos agobia. Ofrezco lo que me queda de vida con intención de protesta y de fundación. 

Escojo un lugar altamente simbólico, la catedral Notre-Dame de París que respeto y admiro, esa catedral edificada por el genio de mis antepasados en sitios de culto más antiguos que recuerdan nuestros orígenes inmemoriales.
Cuando tantos hombres se hacen esclavos de su vida, mi gesto encarna una ética de la voluntad. Me doy la muerte con el fin de despertar las conciencias adormecidas. Me sublevo contra la fatalidad. Me sublevo contra los venenos del alma y contra los deseos individuales que, invadiéndolo todo, destruyen nuestros anclajes identitarios y especialmente la familia, base íntima de nuestra civilización multimilenaria. Al tiempo que defiendo la identidad de todos los pueblos en su propia patria, me sublevo también contra el crimen encaminado a remplazar nuestras poblaciones.

Como el discurso dominante no puede abandonar sus ambigüedades tóxicas, les corresponde a los europeos sacar las consecuencias que de ello se imponen. No poseyendo una religión identitaria a la cual amarrarnos, compartimos desde Homero una memoria propia, depósito de todos los valores en los cuales podremos volver a fundar nuestro futuro renacimiento rompiendo con la metafísica de lo ilimitado, origen nefasto de todas las derivas modernas.
Pido de antemano perdón a todos aquellos a quienes mi muerte causará dolor, y en primer lugar a mi mujer, a mis hijos y nietos, así como a mis amigos y fieles. Pero, una vez desvanecido el choque del dolor, estoy convencido de que unos y otros comprenderán el sentido de mi gesto y trascenderán, transformándolo en orgullo, su pesar. Deseo que éstos se concierten para durar. Encontrarán en mis escritos recientes la prefiguración y la explicación de mi gesto.

jueves, 21 de abril de 2016

Ideólogo anarquista: Mihail Bakunin



Ahora, todo este mundo Judío, que constituye una secta explotadora, un pueblo de sanguijuelas, un parásito voraz, cercanos e íntimamente conectados el uno con el otro, sin importar no sólo las fronteras sino tampoco las diferencias políticas. Este mundo Judío está hoy a disposición de Marx o de Rothschild. Estoy seguro que, por un lado, los Rothschild aprecian los méritos de Marx y por el otro lado, Marx siente una inclinación instintiva y un gran respeto por los Rothschild. Esto puede parecer extraño. ¿Que podrían tener en común el comunismo y la Alta Finanza? ¡oh, oh! El comunismo de Marx busca un fuerte estado centralizado, y donde ello exista debe, inevitablemente, existir un Banco Central estatal, y dónde esto exista allí la parasitaria Nación Judía -que especula con el trabajo del pueblo- encontrará el medio para su propia existencia.

Contra los Judíos, Paris, 1872.

miércoles, 20 de abril de 2016

Mein Kampf..extractos...



Mientras estaba en prisión Hitler escribió acerca de su motivación en una forma que sugería el alcance de su visión.





«Aquello por lo que debemos luchar es por la seguridad de la existencia y la reproducción de nuestra raza y nuestro pueblo, el sustento de nuestros hijos y el mantenimiento de la pureza de nuestra sangre... de modo que nuestra gente pueda madurar para la realización de la misión asignada a ella por el Creador del universo.


«Cada pensamiento y cada idea, cada doctrina y todo conocimiento, deben servir a este objetivo. Y todo debe ser examinado desde este punto de vista y usado o rechazado según su utilidad. Por lo tanto ninguna teoría se pondrá rígida como una doctrina muerta, ya que es sólo a la vida a la que todas las cosas deben servir...


«...La filosofía nacionalsocialista encuentra la importancia de la Humanidad en sus elementos raciales básicos. En el Estado ve por principio un medio para conseguir un fin, e interpreta aquel fin como la preservación de la existencia racial del hombre...


«Y de esa manera la filosofía nacionalsocialista de la vida corresponde a la voluntad íntima de la Naturaleza, ya que restaura aquel libre juego de fuerzas que debe conducir a una continua y mutua crianza superior, hasta que finalmente lo mejor de la Humanidad, habiendo conseguido la posesión de esta Tierra, tendrá libertad para la actividad en esferas que estarán en parte por sobre ella y en parte fuera de ella.



«Todos sentimos que en el futuro distante la Humanidad deberá enfrentar problemas que sólo la raza más alta, convertida en el pueblo superior y apoyada por los medios y las posibilidades de un globo entero, estará equipada para vencer...


«Así, el objetivo más alto de un Estado Nacionalsocialista es su preocupación por la preservación de aquellos elementos raciales originales que proporcionan la cultura y crean la belleza y la dignidad de una Humanidad superior. Como arios, podemos concebir el Estado sólo como el organismo vivo de una nacionalidad que no sólo asegura la preservación de esa nacionalidad, sino que mediante el desarrollo de sus capacidades espirituales e ideales la conduce a la más alta libertad...


«Un Estado nacionalsocialista debe comenzar elevando el matrimonio desde el nivel de un ensuciamiento continuo de la raza y dándole la consagración de una institución que está llamada a producir imágenes del Señor y no monstruosidades a mitad de camino entre el hombre y el mono...


«Debe poner la raza en el centro de toda vida. Debe preocuparse de mantenerla pura. Debe declarar que el niño es el tesoro más precioso del pueblo. Debe procurar que sólo los sanos procreen hijos...


«El Estado nacionalsocialista debe asegurar que por medio de una adecuada educación de la juventud obtendrá un día una raza madura para las últimas y mayores decisiones en esta Tierra...


«...Cualquiera que desee curar esta época, que está interiormente enferma y putrefacta, debe primero reunir el coraje para aclarar las causas de esta enfermedad. Y ésta debería ser la preocupación del movimiento nacionalsocialista: apartar toda estrechez de mente, para congregar y organizar desde las filas de nuestra nación a aquellas fuerzas capaces de convertirse en los luchadores de vanguardia para una nueva filosofía de vida...


«No somos lo bastante simples para creer que podría ser alguna vez posible originar una época perfecta. Pero esto no releva a nadie de la obligación de combatir los errores reconocidos, vencer debilidades, y esforzarse por el ideal. La dura realidad espontáneamente creará demasiadas limitaciones. Por aquella misma razón, sin embargo, el hombre debe tratar de servir al objetivo último, y los fracasos no deben desalentarlo hasta el punto de que él pueda abandonar un sistema de justicia porque los errores se propagan en aquél, o de que la medicina sea desechada porque siempre habrá enfermedad a pesar de ella.


«Nosotros los nacionalsocialistas sabemos que con esta concepción estamos como revolucionarios en el mundo de hoy y somos etiquetados como tales. Pero nuestros pensamientos y acciones no deben estar de ninguna manera determinados por la aprobación o desaprobación de nuestra época sino por el obligatorio compromiso con una verdad que hemos reconocido» 

viernes, 15 de abril de 2016

Schopenhauer acerca de los periodistas

Los escritos de Schopenhauer acerca de los periodistas y el público lector son curiosos:

Todos los escritores de periódicos son, por el bien de su negocio, alarmistas.


Finalmente, está la crítica brillante y mordaz de Schopenhauer de la demagogia utópica y el proyecto entero del "progreso" materialista e igualitario:


La gente siempre ha estado muy descontenta con los gobiernos, las leyes y los organismos públicos; en su mayor parte, sin embargo, esto ha sido sólo porque ella ha estado dispuesta a culparlos por la miseria que es inherente a la existencia humana como tal. Pero esta tergiversación nunca ha sido propuesta en una forma más engañosa e impúdica que por los demagogos del día presente. Como enemigos del cristianismo, ellos son optimistas, y según ellos el mundo es un fin en sí mismo y, por ello, en su constitución natural, es una estructura totalmente espléndida, un domicilio regular de la felicidad.

El mal colosal del mundo que grita contra esa idea, ellos lo atribuyen completamente a los gobiernos: Si éstos sólo cumplieran su deber, sería el Cielo en la Tierra, es decir, podríamos todos, sin trabajo o esfuerzo, hartarnos de comida y bebida, propagarnos y caernos muertos: porque ésta es una paráfrasis de su fin en sí mismo y del objetivo del progreso interminable de la Humanidad que en frases pomposas ellos nunca se cansan de proclamar.


La Crítica de Schopenhauer de la Democracia

Las opiniones políticas de Schopenhauer estaban basadas en su valoración extremadamente baja de la calidad intelectual y moral de la gran mayoría de la Humanidad. Uno no podía gobernar contra la voluntad de la gente, por lo tanto:

El pueblo es el soberano. Pero esa soberanía nunca llega a su edad madura y por lo tanto tiene que permanecer bajo el cuidado permanente de un guardián: nunca puede ejercer sus derechos por sí mismo sin dar ocasión a peligros ilimitados, especialmente ya que, como todos los menores, es fácilmente engañado por la astutos impostores, los que son llamados por lo tanto demagogos.


Schopenhauer argumentó sobre razones en favor de un monarca hereditario, autocrático, que gobierne como un padre nacional, en la medida en que Schopenhauer consideraba al Estado como como un mal necesario, como un reflejo de los corazones oscuros de los hombres:


La necesidad del Estado en último término depende de la injusticia reconocida de la raza humana... Desde este punto de vista es fácil ver la ignorancia y la trivialidad de aquellos filosofastros quienes, en frases pomposas, describen al Estado como el objetivo supremo y el mayor logro de la Humanidad, y de ese modo consiguen una apoteosis de incultura materialista



Schopenhauer escribió:


Una Constitución que encarnara solamente la justicia abstracta sería una cosa maravillosa, pero no sería adecuada para seres tales como los hombres. Como la gran mayoría de los hombres son egoístas en el más alto grado, injustos, desconsiderados, engañosos, a veces incluso malévolos, y equipados además con una inteligencia muy mediocre, existe la necesidad de un poder completamente no sujeto a control, concentrado en un solo hombre y que esté incluso por encima de la justicia y la ley, ante el cual todo se inclina y que es considerado como de un orden superior, un soberano por la gracia de Dios. Sólo así puede la Humanidad a largo plazo ser refrenada y gobernada.



Schopenhauer se opuso a la libertad de prensa por las mismas razones. Mientras ella podría aliviar ciertas tensiones sociales y permitir que un gobierno se auto-corrigiera, las oportunidades para corromper a la gente eran demasiado grandes:


La libertad de prensa es a la maquinaria del Estado lo que la válvula de seguridad es al motor a vapor: Cada descontento por medio de ella es inmediatamente aliviado en palabras; en efecto, a menos que ese descontento sea muy considerable, se agota de esa manera. Si, sin embargo, es muy considerable, debe saber también de ello a tiempo, para repararlo. Por otra parte, sin embargo, la libertad de prensa debe ser considerada como un permiso para vender veneno: veneno de la mente y veneno del corazón. Porque ¿qué no puede ser puesto en las cabezas de las masas ignorantes y crédulas? sobre todo si usted sostiene ante ellos la perspectiva de ganancia y ventajas. ¿Y de qué fechorías no es capaz un hombre una vez que algo ha sido puesto en su cabeza? Me temo muchísimo, por lo tanto, que los peligros de la libertad de prensa pesan más que su utilidad, especialmente donde hay remedios legales disponibles para todos los agravios. En cualquier caso, sin embargo, la libertad de prensa debería estar condicionada a la prohibición más estricta de cualquier clase de anonimato.





Olvidamos cuán poco digna de respeto ha sido la noción misma de democracia durante la mayor parte de la Historia humana y para la mayoría aplastante de nuestras mejores mentes.


Schopenhauer se mofó de la ilusión liberal o engaño, de que el Derecho podría sustituír al Poder, ya que la Fuerza nunca puede ser anulada o realmente abolida del mundo: siempre hay que apelar a ella, y lo más que uno puede esperar es que ella esté en el lado de la justicia.


Quizá, si uno fuera afortunado, el Poder a lo sumo podría ser convencido de servir al Derecho. Éste era para Schopenhauer "el problema del arte de gobernar, y éste es ciertamente uno difícil: con qué dificultad usted comprenderá si usted considera que el egoísmo ilimitado reposa en casi cada pecho humano. Él ofrece, y uno está inseguro de cuán seriamente, una gran solución eugenésica:


Si usted quiere proyectos utópicos, yo diría: La única solución al problema es el despotismo de los sabios y de los miembros nobles de una aristocracia genuina, una genuina nobleza, conseguida apareando a los hombres más magnánimos con las mujeres más inteligentes y más dotadas. Esta propuesta constituye mi Utopía y mi República platónica.

El Doble Filo de la "Voluntad de Vivir"

El mundo sólo puede existir, si hay un ser que lo perciba, y ese ser sólo puede surgir y existir mediante una implacable voluntad de vivir. Schopenhauer creía que todos los seres eran definidos por su voluntad de vivir, es decir, que se habían adaptado para el propósito específico de supervivencia y reproducción, citando el impulso sexual como el ejemplo más obvio de esto.


El método filosófico básico de Schopenhauer recuerda las técnicas meditativas budistas: Simplemente sea, contemple su propia existencia, el sentimiento de sus funciones corporales, sus fluctuantes pensamientos, el vórtice caótico de su conciencia. 

A partir de esto, y de sus propias lecturas filosóficas y dialéctica de alto nivel, Schopenhauer produce, casi intuitivamente, asombrosas apreciaciones.


La esperanza de un resultado positivo en este mundo era vana y los hombres deberían dar la bienvenida a su reincorporación, a su estado original como parte de la voluntad universal: Cuando morimos, nos convertimos en lo que éramos antes de haber nacido.

Schopenhauer se opuso tanto al judaísmo, una religión verdaderamente y miserablemente cruel y materialista, en su opinión, como al paganismo greco-romano, demasiado práctico, demasiado ingenuo, demasiado mundano. 

Él por lo tanto también consideró la aparición del cristianismo, una religión rechazadora del mundo, como algo beneficioso, aunque él fuera también muy crítico de aquella fe. Estos puntos de vista también llevaron a Schopenhauer a hacer algunos de los más famosos argumentos en defensa de la anti-natalidad y el suicidio. Los hombres son cosas débiles, miserables, desiguales, de modo que deberíamos ser sobre todo indulgentes unos con otros.

jueves, 14 de abril de 2016

Schopenhauer era un buen europeo.

Los juicios de Schopenhauer tienen mucho más que ver con Europa que con Alemania: los efectos positivos y negativos del cristianismo en Europa, el mal del feminismo europeo, el equilibrio de fuerzas europeo como evidencia del salvajismo del hombre, etcétera. Él elogia el uso de la lengua latina por crear "un público culto europeo universal y por permitir a los europeos comunicarse directamente con la Antigüedad romana y toda la Edad Media de cada tierra europea y los tiempos modernos hasta la mitad del siglo pasado. Él lamenta el surgimiento de las lenguas nacionales, ya que en toda Europa el número de cabezas capaces de pensar y de formar juicios es además tan pequeño ya, que si su reunión es rota y separada por barreras de idiomáticas, su efecto beneficioso se ve infinitamente debilitado. Schopenhauer era un buen europeo.


Escritos de Arthur Schopenhauer titulada Ensayos y Aforismos. Realmente es una maravillosa materia, despiadadamente realista, profunda, y a menudo muy entretenida. En temas tan diversos como vanidad, mujeres, periodismo, libros, y muchos más, Schopenhauer proporciona una corriente interminable de ingenio y sabiduría. Una muestra:

El arte de la no-lectura es muy importante. Usted debería recordar que el que escribe para tontos siempre encuentra un público grande. Una condición previa para leer buenos libros es no leer malos libros, ya que la vida es corta.




Schopenhauer es considerado uno de los más grandes filósofos alemanes, pero en contraste con la mayor parte de éstos, su escritura tiene el mérito de ser en gran parte muy comprensible y clara. 

Schopenhauer no escribió mucho sobre política, y parece haber relativamente pocos comentarios de sus opiniones políticas. Sin embargo, él era muy obviamente un hombre de Derecha, aunque no fuera por ninguna otra razón sino que él estaba íntimamente convencido de la desigualdad fundamental entre los hombres. Schopenhauer repetidamente enfatiza, a menudo de modo muy divertido, la mediocridad intelectual y cultural del ser humano promedio. 

Un ejemplo: "El juicio, una cualidad que la mayoría de las personas posee, tanto como un castrado posee el poder de procrear hijos".


Si bien Schopenhauer vitupera contra las falsas pretensiones de igualdad, él también aconseja la indulgencia y la generosidad para los inferiores, y en realidad para todas las criaturas. Por consiguiente, él es desdeñoso con respecto a la democracia e incluso cuestionador de la libertad de prensa. 

Él argumenta muy elocuentemente en favor de lo que hoy es llamado la Reacción y, en particular, en favor de un gobierno de un autócrata nacional paternalista y una aristocracia ilustrada. En este artículo me gustaría destacar las citas más relevantes para la Derecha hoy.

En cualquier caso, Schopenhauer reconoció que como un asunto práctico la voluntad debe estar involucrada en los esfuerzos diarios, incluyendo la política:

En asuntos de Estado, en la guerra, en finanzas y negocios, en intrigas de toda clase, etcétera, la voluntad debe en primer lugar, mediante la vehemencia de su deseo, obligar al intelecto a ejercer todas sus energías para detectar todos los motivos y las consecuencias del asunto en cuestión. En efecto, es asombroso cuán lejos más allá de la medida normal de sus energías el acicate de la voluntad puede conducir a un intelecto dado en tal caso.

miércoles, 6 de abril de 2016

Hay dos clases de ignorancia..

Hay dos clases de ignorancia, dice Sócrates: una consiste en creer saber lo que no se sabe y otra, en no saber algo y darse cuenta de ello. Esta última es la nos permite avanzar en el conocimiento de uno mismo y de las cosas y la primera nos transforma en necios.

El no saber y creer que se sabe es lo que produce el error y la equivocación, mientras que el no saber algo y darse cuenta lo evita pues preguntamos al que sabe.

La hegemonía que ejercen sobre nuestras conciencias los mensajes mass mediáticos nos han transformado en necios, pues a diario, veinticuatro horas sobre veinticuatro, nos convencen de cómo se piensa, qué se piensa, dónde se piensa, quiénes piensan y para qué se piensa.

Hoy el hombre cree saber lo que no sabe e ignora lo que debe saber. Así, cree saber que fueron seis millones los muertos en los campos de concentración, cuando esa cantidad de judíos no había en toda Europa e ignora el holodomor ucraniano del 33 al 35 que dejó diez millones de muertos cristianos. Claro está, ningún mass media nacional e internacional lo afirma.

Es que existe un discurso mediático en donde los buenos son los negros, los maricones, los judíos, los indios, las mujeres delgadas, el relativismo de los valores y los malos todos los otros.

La producción de sentido de los mass media radica en la selección e interpretación de las noticias que realizan a diario.

El círculo mediático de producción de sentido funciona así: se lanza una idea, por ejemplo en estos últimos años, se condena al asesinato de las mujeres e  inventan una palabra nueva, femicidio, que luego es recogida por el discurso de los políticos como un topos insoslayable, posteriormente se crean Ongs y organismos del Estado reivindicando ese objetivo, que terminan recaudando dinero público y privado, parte del cual será invertido como propaganda en los propios medios.

De modo tal que hoy y desde hace más de medio siglo, el discurso político es el producido por los medios de comunicación y no por aquellos que dicen gobernarnos. Se ha producido una subordinación del discurso político al discurso mediático, de los políticos a los periodistas y de estos, verdaderos presstitutes, a los medios donde trabajan.

La educación y la crisis de la modernidad


Este artículo fue publicado por la revista Hespérides, en su número 20.



Expresiones como postmodernidad, modernización, o crisis de la modernidad son, hoy en día, relativamente frecuentes en los discursos políticos o intelectuales. Sigue habiendo, sin embargo, equívocos y contradicciones en torno al término modernidad, el cual pensamos que hay que intentar definir previamente antes de poder diagnosticar su crisis y estudiar sus relaciones con los problemas educativos.

Para Esparza la modernidad es una noción sumamente ambigua, pero por convención la definimos como el marco cultural que ha dado lugar a la civilización técnica, nacida de una sobrevaloración del espíritu humano respecto a su entorno natural y representada en un marco histórico de carácter lineal y progresista. Individualismo, materialismo y progresismo, entendido como finalismo histórico y como fe en el carácter lineal de la historia, son los rasgos fundamentales de la modernidad.

Para de Benoist y Champetier la modernidad designa el movimiento político y filosófico de los tres últimos siglos de la historia occidental. Se caracteriza principalmente por cinco procesos convergentes: la individualización, por la destrucción de las antiguas comunidades de pertenencia; la masificación, por la adopción de comportamientos y modos de vida estandarizados; la desacralización, por el reflujo de los grandes relatos religiosos en provecho de una interpretación científica del mundo; la racionalización, por el imperio de la razón instrumental a través del intercambio mercantil y de la eficacia técnica, y la universalización, por la difusión planetaria de un modelo de sociedad implícitamente presentado como el único racionalmente posible y, por tanto, como un modelo superior.

Para nosotros la modernidad es ante todo un programa de transformación social que se ejerce fundamentalmente en cuatro frentes: el político, el social, el epistemológico y el pedagógico. Al igual que los programas de investigación definidos por Lakatos, el programa de la modernidad presentas unos invariables, pero presenta también una serie de elementos en transformación que le permiten adaptarse a los grandes cambios sociopolíticos que el mismo programa provoca.



El frente político de la modernidad viene definido por las revoluciones francesa y americana. El frente social por la reforma protestante y la revolución industrial, fenómenos que autores como Merton y Weber han relacionado. El frente epistemológico por la adopción de un método privilegiado para la obtención del conocimiento, el método científico, asociado a la inducción; el proceso hunde sus raíces en el pensamiento de Bacon, Kant y Descartes y llega a su máxima expresión con el positivismo de Comte y el neopositivismo. Finalmente el frente pedagógico de la modernidad se fundamenta en el programa de la Ilustración, como un proceso educativo hacia la autonomía moral que conecta definitivamente emancipación, razón y educación, a través de la legitimación de una filosofía progresiva de la historia, como eje del binomio educación- felicidad.

Queremos insistir en el carácter dinámico de la modernidad, como proceso que se readapta a los propios cambios que provoca en el modelo social.

lunes, 4 de abril de 2016

Reflexiones de un ermitaño

Nunca duerme la luna. Es la noche continua, siempre despierta. Gran piedra dueña de hechicerías y puertas secretas. Bajo las sedas opalinas de la luna, lo celeste se acerca a los valles de la tierra.Hace ya muchos años un sabio anciano buscador de la sabiduría, siendo joven, dedicó muchos años a la lectura de hondos teólogos. Una vez, leyó las últimas líneas de la obra de uno que aquellos ilustres sabios. El esclarecido autor aseguraba que todos sus libros no albergaban más que frágiles hojas resecas. 

El ahora Anciano sintió que soñados castillos se desmoronaban sobre su aliento. Entonces, buscó la soledad. Encontró una cueva. Allí fundó su hogar; allí, olvidó los mares de colores de su entorno y buscó la caricia de la sabiduría en la noche de su alma.
Cuando la gente aún sabía que los ángeles y los demonios existen, vivía en un bosque lejano, rodeado de montañas, un piadoso ermitaño. En su juventud había estado perdidamente enamorado de una dama a la que todos consideraban un dechado de virtudes y de belleza. Ambos se había jurado fidelidad y amor eternos, pero un día antes de la boda su prometida rompió su juramento y huyó con otro hombre.


Es posible que la huida de la dama tuviera algo que ver con el hecho de que el padre del joven, un rico mercader, había perdido todos sus barcos en una tempestad y se había convertido en un mendigo de la noche a la mañana. Sea como fuere, ambos infortunios convencieron al muchacho de que las cosas terrenales no son más que apariencia y vanidad, de manera que decidió retirarse del mundo y dedicarse por entero al estudio de libros edificantes. 

Así pasó muchos años, consagrado a la lectura de los escritos de san Agustín y de san Jerónimo, de san Dionisio y de aquel san Alberto al que se conoce como Magno. Ya había estudiado casi todas las obras de santo Tomás de Aquino (y quien las conozca no podrá por menos que admirar el afán del joven), cuando llegó a la descripción de la muerte del santo y leyó sus últimas palabras, en las que él mismo manifestaba que todos sus libros no contenían más que paja y nada de grano.

El joven sintió un escalofrío. Le pareció que la tierra se abría bajo sus pies y que una ráfaga de viento surgida del abismo le helaba la sangre en las venas. Aquella misma noche abandonó para siempre su casa y sus libros.




 Durante mucho tiempo vagó por el mundo, hasta que llego a cierto valle apartado, donde hallé una cueva excavada en la roca y oculta en medio de un bosque. Se echó a dormir en el suelo y soñó con un torbellino de fuego del que surgía una voz que le decía: «Quédate ahí, yo iré a tu encuentro».

Así pues, se quedó y esperó.

Ni él mismo sabía cuánto tiempo había pasado desde aquello, porque ahora su espíritu se había consagrado a la eternidad. Su cuerpo mortal, ya viejo y consumido, apenas si advertía los días y las noches, que se sucedían como un juego inacabable de luz y oscuridad. Sus cabellos y su barba se habían vuelto completamente blancos, y habían crecido tanto que le cubrían el cuerpo como un manto. 

De vez en cuando se adentraba en el bosque para recoger bayas, frutos, tallos y raíces, de los que se alimentaba; pero pasaba la mayor parte del tiempo sentado a la entrada de la cueva con los ojos cerrados, absorto e inmóvil. Iban los osos y se echaban a su lado, las serpientes venenosas se le enroscaban en el regazo, los pájaros anidaban entre sus cabellos y las arañas tejían sus redes entre sus piernas, pero él ni tan sólo se daba cuenta. Su espíritu vagaba por otros mundos, unos mundos tan elevados y sublimes que no pueden compararse con los que nosotros conocemos, ni siquiera con los de nuestros sueños. 

La lluvia lo empapaba, el sol lo abrasaba y el viento lo azotaba, pero nada había que fuera capaz de apartarlo de su diálogo con la eternidad. La paz de su alma era tan profunda que en las proximidades de la cueva incluso las fieras del bosque dejaban de atacarse; al contrario, jugueteaban unas con otras como antaño en el Paraíso.
Pero el ermitaño no había olvidado la promesa que recibiera en sueños aquella primera noche y guardaba su cumplimiento.

 

 Un día, el destino quiso que llegara a aquel lejano valle otro ser humano cuya vida no era menos solitaria que la del piadoso anciano, si bien por razones completamente distintas. Era un hombre que había sido expulsado de la sociedad, un hombretón fiero, de hirsuto pelo rojo, fuerte como un toro y tozudo como un mulo. No temía nada, pero tampoco había nada que fuera capaz de inspirarle respeto.

De muy joven, y en un arranque de ira, había matado a otro joven que había deshonrado a su amada. Su víctima pertenecía a una familia noble. Como él y su amada eran de origen humilde, los jueces no consideraron que tuviera derecho a defender su orgullo ni honor y lo condenaron a morir mediante el suplicio de la rueda. Sin embargo, él logró huir la víspera de la ejecución. Encontró refugio en el bosque, donde se unió a una partida de salteadores de caminos que eran todos proscritos como él.

Con ellos robaba cálices de oro e incensarios de plata de las iglesias, desvalijaba a los comerciantes que iban de viaje, incendiaba monasterios y tomaba a cualquier mujer que le apeteciera, sin que le importara que fuera dama de alcurnia o campesina, monja o gitana. En poco tiempo se convirtió en un blasfemo y un borracho, y aprendió a olvidarse de Dios.

Cada vez que conseguían un botín, él y sus compañeros se lo jugaban a los dados. Nuestro héroe perdía siempre porque, como no era tramposo, no advertía las trampas que hacían los demás. Hasta que un día se dio cuenta, y entonces propinó tal bofetón al compinche que se reía de él en sus barbas que éste oyó cantar a los ángeles para el resto de sus días.

Ahora bien, para su desgracia, el que había tratado de engañarlo era nada menos que el cabecilla de la banda, quien, por otra parte, no estaba para músicas celestiales. Así que ordenó que su agresor fuera colgado de un árbol sin dilación, por aquello de que es necesario mantener la disciplina incluso en una banda de facinerosos. Todos se le arrojaron encima, pero él logró escapar una vez más, no sin antes haberle roto un brazo a un compañero y dislocado el pescuezo a otro.

A partir de ese momento empezó a actuar en solitario y a evitar la compañía de otros hombres, ya que ahora lo perseguían todos, tanto los que estaban del lado de la ley y el orden, como los que estaban en contra. Robaba por su cuenta, pero como no pretendía amasar una fortuna, que de bien poco le hubiera servido en el bosque, sólo tomaba lo necesario para vivir. Así, obligó a un artesano ambulante a entregarle las botas; a un carretero le quitó los pantalones, y a un cura, el sombrero. 

De vez en cuando irrumpía en una taberna para agenciarse una botella de aguardiente o una jarra de cerveza. Después de esto se guarecía entre la raíces de un árbol arrancado por el viento y pasaba el día entero tan satisfecho, cantando y riendo a sus anchas. Porque, aunque casi se había olvidado de cómo hablar; en cambio había aprendido a identificar los sonidos de los pájaros y de otros animales y sabía imitarlos a la perfección. 

Sus únicas armas eran un cuchillo, un arco de madera de fresno y un par de flechas que había tallado él mismo y que le bastaban para cazar lo que necesitaba para comer. Bebía el agua de los riachuelos a cuatro patas, como los animales, y comía la carne cruda. Muy pocas veces se tomaba la molestia de encender un fuego frotando dos trozos de madera seca, pues los restos de una hoguera hubieran delatado su presencia, y no sabía si todavía lo buscaban o no. Una profunda inquietud lo impulsaba a cambiar constantemente de escondrijo.

 

 Nadie le había dicho jamás que también él poseía un alma inmortal, de la que algún día el Creador le pediría cuentas, y a él mismo nunca se le había ocurrido semejante idea. Sin embargo, el destino ya había decidido que esto u podía seguir así, de manera que se hizo inevitable que el bandido fuera a parar al lejano valle donde habitaba el ermitaño.

Fue un día al atardecer, la hora en que los animales del bosque salen de la espesura para pacer. El salteador de caminos había descubierto un joven ciervo y empezó a perseguirlo. Era un corredor rápido e infatigable, por lo que cada vez se iba acercando más a su presa. De pronto, el animal se detuvo y lo miró de frente. El puso una flecha en el arco y avanzó lentamente para asegurar la diana. Con cierto asombro, advirtió que el ciervo no temblaba, ni siquiera resoplaba. No parecía asustado ni cansado, sólo lo miraba atentamente con sus grandes ojos, y no tuvo valor para disparar la flecha.

Se incorporó, se rascó la hirsuta cabellera pelirroja y rezongo una maldición. Empuñando el cuchillo, se acerco más al ciervo. Pero éste no hizo ningún intento de huir, ni siquiera cuando él levantó la mano. El animal permaneció inmóvil y se dejó tocar el cuello. De pronto el bandido se dio cuenta de que hacía tiempo que no acariciaba el cuello a nadie, y mucho menos a un animal. Confuso, miró a su alrededor. Entonces descubrió la entrada de la cueva y, sentado en el umbral, al ermitaño, todo piel y huesos, cubierto de pelo blanco. Tenía los ojos cerrados, y en los labios, una sonrisa que no era de este mundo.

 

 El bandido se acercó al anciano y lo observó durante un buen rato, incapaz de adivinar qué o quién demonios era aquel ser que tenía delante. Se inclinó sobre la extraña figura y exclamó con voz ronca:
-¡Eh, amigo! ¿Eres un hombre o qué?
El ermitaño siguió sonriendo sin hacerle caso.

El bandido le pegó un puntapié y, levantando la voz, lo conmino de nuevo:
-¡Vamos, esqueleto ambulante, habla de una vez!
El anciano seguía inmóvil, pero su respiración era tranquila y profunda, lo que demostraba que no estaba muerto. El bandido alzó el puño para despertarlo de un buen golpe, pero al cabo de un rato volvió a bajarlo. De pronto ya no sentía deseos de andar pegando puñetazos, y no entendía nada.

Aún no se había recobrado de su sorpresa cuando sintió que la espina que tenía clavada en su interior y que lo había impulsado a ir de un lado a otro sin descanso, se disolvía súbitamente; tan súbitamente que lo invadió un sueño irresistible. Al cabo de unas horas, cuando el ermitaño volvió desde el reino de lo sublime a su pobre y frágil cuerpo terrenal y abrió los ojos, descubrió, a la luz de la luna, que a sus pies yacía un hombre pelirrojo de aspecto fiero que dormía como un niño.


El anciano miró con afecto paternal a aquel extraño que Dios le enviaba y decidió convertirlo en su discípulo para instruirlo en los asuntos de la eternidad.

Aunque parezca raro, al bandido le gustó el ermitaño y lo escuchaba con placer. A veces pasaban algunos días, a veces algunas semanas, pero nunca transcurría mucho tiempo sin que fuera a visitarlo. Entonces, el ermitaño le hablaba de los nuevos coros de los ejércitos celestiales, del triplemente enrevesado misterio de Dios, del origen del mundo, de su evolución y de su final glorioso y terrible o del Verbo que se hizo hombre, que murió y resucitó y que rompió para siempre las puertas del infierno. También le hablaba del demonio, de sus huestes y del fuego del abismo, donde las almas de los pecadores que no se arrepentían habían de sufrir torturas eternas. 

Y al final el maestro nunca olvidaba exhortar a su discípulo a arrepentirse de la vida pecadora que llevaba y a rogar a Dios que se apiadara de él.

El bandido lo escuchaba atentamente y de ven en cuando asentía con la cabeza como si comprendiera. En realidad, no entendía nada, pero admiraba profundamente a su maestro, que era capaz de pensar y recordar todas aquellas cosas. No ponía en duda que todo aquello era cierto, mas para él era demasiado sublime y elevado. Estaba admirado de que un hombre tan sabio e inteligente se tomara tantas molestias con él, y le estaba agradecido porque era la primera vez en su vida que le sucedía algo semejante. 

Por este motivo, respetaba la paz que reinaba en los alrededores de la cueva como la respetaban los animales. También él se sentía extrañamente seguro en aquel valle. Nunca antes había conocido lo que es un hogar; ahora creía haberlo encontrado. A su manera, trataba de demostrar la gratitud que sentía por su maestro trayéndole presentes. Así, en una ocasión le llevó un par de botellas de vino de misa que había robado; otra vez fue el libro de oraciones de un fraile y, más adelante, un pastel de bodas. Pero, invariablemente, el ermitaño rechazaba sus regalos y lo aleccionaba pacientemente.

 

 -No es eso, hijo mío. No debes tratar de cambiar mi vida. Eres tú quien debe cambiar de vida si no quieres ser presa de Satanás. Si de verdad quieres hacerme feliz, conviértete a la doctrina de la salvación y arrepiéntete de tus pecados. Entrégate a la oración, modifica tu carne y ejercítate en la vida del espíritu. Entonces, tal vez algún día pueda llevarte conmigo a los mundos sublimes de los que te he hablado. Pero antes tienes que hacer penitencia.

El bandido callaba entristecido, porque le resultaba imposible cumplir el deseo del ermitaño. Aunque ponía el mayor empeño en ello, no podía arrepentirse, y de ninguna manera quería mentir a su amigo, por el que sentía un profundo respeto. Lo hecho, hecho estaba, y si por ello merecía un castigo de Dios, no sería él quien protestara. 

La bondad y la paciencia del eremita eran tan grandes como la tenacidad y la oposición de su discípulo. En sus oraciones, el anciano rogaba a Dios fervientemente que obrara un milagro que quebrara la obstinación de aquel pobre pecador y que iluminara la noche de su espíritu. Mas o bien ésta era una tarea demasiado difícil incluso para Dios, o bien Dios había borrado desde hacía tiempo el nombre de aquel hijo pródigo del libro de los que habían sido llamados a la vida eterna, y ambas posibilidades apenaban por igual el corazón del piadoso ermitaño. Pero entonces sucedió algo que lo llenó de consuelo y que hizo cambiar la situación, aunque ese algo nada tenía que ver con el discípulo díscolo, sino con el sueño que había tenido años atrás y con la promesa que le había sido hecha en aquel sueño.

En la siguiente visita del bandido, el ermitaño le advirtió:
-Hijo mío, a partir de ahora nunca deberás visitarme en una noche de luna llena. Prométeme que me obedecerás.
-Está bien -respondió éste-, pero ¿por qué?
-Me ha sido concedida una gracia -contestó el ermitaño-, pero tu entendimiento está demasiado obstinado como para que pueda confiarte mi secreto; por lo tanto, no me preguntes más.
-De acuerdo -dijo el bandido, asintiendo con la cabeza.
Se pusieron a hablar de otras cosas; como de costumbre, el eremita hablaba y el salteador escuchaba. Al despedirse, el maestro volvió a recordar a su discípulo la promesa de que no volvería a visitarlo en una noche de luna llena, y añadió:
-Espero que cumplas tu palabra. De lo contrario, causarías un gran mal, y a fe mía que ya has causado bastante desgracia, hijo mío.

 

 -No te preocupes -repuso el bandido, y se marchó.
Durante mucho tiempo, la vida de ambos siguió como antes. Sin embargo, si bien el bandido era ciertamente inútil como discípulo de la sagrada doctrina, poseía una capacidad imprescindible para el género de vida que llevaba: nada, ni siquiera el detalle más insignificante, escapaba a sus dotes de observador. 

Así, se dio cuenta de que el ermitaño empezaba a cambiar poco a poco. Al principio no fue un cambio visible: su aspecto y su comportamiento eran los de siempre; pero, no obstante, advirtió que el espíritu de su venerado maestro se alejaba cada vez más de él. Sus exhortaciones para que se arrepintiera de su vida pasada eran cada vez menos frecuentes y menos insistentes. A menudo permanecía en silencio y en sus ojos había un brillo distinto, como una pequeña llama inquieta.

A cada visita aumentaba la confusión del bandido, ya que no sabía cómo interpretar la actitud de su maestro. Por eso se devanaba los sesos pensando en que podía haberlo molestado, o si era que por su tozudez había agotado del todo la paciencia del anciano. Pero al cabo de un momento se decía que forzosamente debía de tratarse de algo más importante que su persona, algo que tenía que estar relacionado con aquella prohibición que él no podía comprender. Estos pensamientos lo llenaban de inquietud, pero no se atrevía a hacer preguntas. 

Esperaba que el ermitaño hablara cuando lo creyera oportuno, y a éste, ciertamente, no le pasaba inadvertido el interrogante que se dibujaba en el rostro de su discípulo. Con todo, transcurrieron siete meses antes de que el maestro se decidiera a revelarle su secreto.
-Hijo mío -le dijo-, no creas que te hice prometer que no vendrías en las noches de luna llena para castigarte. La razón es que me sucedió algo maravilloso, algo que me sucede todavía. Has de saber, hijo, que en el reino de los espíritus celestiales el arcángel Gabriel es el señor de la luna. Pues bien, en las noches de plenilunio, el arcángel Gabriel en persona desciende del cielo y me visita.


-Que me lleve... -balbuceé el bandido, abriendo unos ojos como platos, y se interrumpió justo a tiempo-. ¿Cómo es? -preguntó.

-Más bello y noble de lo que puedo describir con palabras. Viaja en un carro tirado por grifos; en la mano lleva un lirio, símbolo del amor sin mácula y de la pureza, y viene por el aire desde aquel extremo del bosque, porque pasa su carro la luz de la luna es como un camino sobre tierra firme.

-¿ Y qué hace aquí? -inquirió el salteador.
-La primera vez pasó de largo sin yerme porque yo no osaba levantar la cabeza. Pero a la siguiente noche de plenilunio, después de mi prohibición, me vio, se detuvo y me dijo que me había estado buscando. ¡Irnagínate, me buscaba a mí, el más humilde servidor de Dios! Tuve el privilegio de escuchar la voz que por primera vez dijo: «Ave María» a la madre de Nuestro Señor.

El bandido permaneció un momento en silencio, pensativo, y le respondió:
-Si hay alguien que merezca algo así, ése eres tú. ¿Qué más te dijo?
El anciano tragó saliva un par de veces, bajó los ojos y le contestó con voz apenas audible:
-Me anunció que muy pronto será el Señor en persona quien vendrá a visitarme.

Al decir estas palabras, el anciano enrojeció de forma visible y enseguida se puso intensamente pálido. El bandido lo miró con admiración y masculló:
-Pues vaya con la noticia, ¡que Dios me confunda!
El ermitaño le lanzó una mirada apesadumbrada y exclamó:
-¡Ah, hijo mío! Si por lo menos pudieras dejar de maldecir. Pero ya ves tú mismo por qué tuve que prohibirte que vinieras en las noches de luna llena. ¡Imagina qué podría suceder!
El bandido asintió una vez más.
-Claro, claro, no puede ser.

En las siguientes visitas, el ermitaño no se refirió al maravilloso acontecimiento y el bandido respetó el silencio de su maestro durante un tiempo. Pero al final no pudo contenerse más y cpn voz vacilante preguntó:
-Aquella visita..., ya sabes..., ¿ha venido alguna otra vez?
-Viene a menudo- respondió el ermitaño evasivamente.
-Escucha -le dijo el bandido bajando la voz sin darse cuenta, como si tuviera miedo de que alguien pudiese oír sus palabras-, ¿qué te parece si me escondiera? ¿No podría verlo yo también? Te aseguro que soy capaz de pasar completamente inadvertido.

El rostro del ermitaño adoptó una expresión severa.
-¿Acaso crees que estoy dispuesto a engañar al arcángel? ¡Si él quisiera manifestarse a ti, ya te hubiera encontrado! Pero te diré que tengo mis dudas de que pudieras llegar a verlo, ofuscado como estás. Sí, estoy seguro de que tus ojos serían ciegos ante esta visión celestial. Olvida tu deseo, hijo mío. No vuelvas a hablarme de ello.
Estas palabras impresionaron profundamente al bandido; su maestro no se había mostrado nunca tan severo con él. Sin embargo, no fue la dureza de su tono lo que logró convencerlo de que tenía razón, sino la verdad que descubrió en aquel momento: sólo los santos pueden ver las cosas santas. Estaba claro como la luz del día.

El bandido hubiera podido darse por satisfecho con este descubrimiento, de no haber sido porque había una cosa que lo tenía preocupado. Desde hacía un tiempo, los animales ya no se acercaban a la cueva de ermitaño. Si alguno se extraviaba por aquellos parajes, huía tan pronto como él se acercaba. Incluso, un día sucedió que un azor se apoderó de una cría conejo junto a la entrada de la cueva, justo al lado del anciano, que estaba sumido en una profunda meditación.

 

 El bandido comunicó su preocupación a su maestro, pero advirtió que éste no se había dado cuenta de rada. Entonces empezó a preocuparse por él. Intuía oscuramente que algo malo se fraguaba alrededor de aquel buen hombre, y él no estaba dispuesto a permitirlo. Por primera vez en su vida había encontrado un amigo, y estaba decidido a defenderlo de quien fuera, incluso de un arcángel si hiciera falta.

Cuando llegó la siguiente noche de luna llena, ya había tomado su decisión. Tan pronto como oscureció, cogió el arco y las flechas y, haciendo caso omiso de su promesa, se dirigió sigilosamente a la cueva. Esta vez se acercó desde otra dirección, se ocultó entre unos matorrales y se dispuso a esperar.

En aquel momento la luna llena empezó a elevarse majestuosamente por encima de las ramas de los árboles e inundó el mundo con su luz plateada. Una brisa suave agitaba levemente las hojas y traía consigo un extraño y embriagador aroma. Los grillos cantaban por doquier. En alguna parte del bosque ululó una lechuza, y otra respondió. De pronto se hizo la calma, incluso la brisa dejó de soplar y, en el profundo silencio que lo invadía todo, apareció a lo lejos, más allá de las copas de los árboles, un fuerte resplandor. Era como una nube de luz plateada, al principio muy pequeña, que fue creciendo rápidamente. Pero no parecía que se acercara a través del espacio, sino como si se reflejara desde otro mundo.

La aparición fue creciendo y creciendo, y al fin se detuvo delante de la cueva, a unos cuantos palmos del suelo. La luz de la nube fluctuaba sin cesar y formaba figuras. Primero surgieron los dos grifos, unos grandes seres alados con cabeza de águila y cuerpo de león. Su ojos y sus garras lanzaban destellos de rubí, y sus alas eran de un color azul profundo. Después se vio el carro del que tiraban. Parecía hecho de zafiro. En el carro iba un personaje rodeado de un halo de luz suave y poderosa a la vez. Llevaba una túnica blanca como la nieve recién caída, y sus alas extendidas brillaban con todos los colores, desde el violeta de la amatista hasta el frío azul del aguamarina. El lirio que llevaba en la mano irradiaba tal resplandor que oscurecía la luz de la luna.

El ermitaño se había inclinado profundamente y permanecía con la frente en el suelo. El bandido, que se había quedado boquiabierto contemplando aquella aparición, hizo un esfuerzo por salir de su asombro. Ahora estaba seguro de que allí había algo raro. Oía que el personaje hablaba con el ermitaño y que éste respondía, pero no podía entender sus palabras. Muy despacio puso una flecha en el arco, apuntó cuidadosamente y disparó.

La flecha silbó en el aire y se clavó en el cuello de la figura luminosa.

El personaje se tambaleó y se llevó ambas manos a la garganta. Los grifos se encabritaron, batieron sus poderosas alas y, profiriendo pavorosos rugidos, se levaron rápidamente, arrastrando el carro tras de sí. Al cabo de unos instantes se oyó el crujir de unas ramas y el estrépito de una caída, y de algún lugar del bosque surgió un destello de luz roja que se apagó
inmediatamente.
El ermitaño, que se había incorporado al oír el silbido de la flecha, había contemplado la escena horrorizado. Cuando se dio la vuelta y advirtió la presencia del bandido lo increpó duramente:
-¡Hijo de Satanás! -exclamó el hombre fuera de sí, mientras las lágrimas rodaban por sus hundidas mejillas11-. ¿Qué has hecho, desgraciado perjuro? ¿Acaso no ha oías cometido ya suficientes pecados? ¿Te faltaba esta fechoría para asegurarte la condenación eterna?
-Calma, calma, amigo mío -lo atajó el bandido-, éste no era el arcángel Gabriel.
-¡Cuánto orgullo, cuánta presunción! -gritó nuevamente el ermitaño-. ¡Tú, un hijo de las tinieblas y de la ceguera, qué sabes tú de las cosas santas! ¿Es así corno agradeces todos los esfuerzos que he hecho para salvar tu alma? La ingratitud y la soberbia arrojaron a Lucifer al infierno, y tú eres como él. ¡Vete! ¡Apártate de mí, Satanás, y no vuelvas nunca más!

-Escucha -repuso el bandido-, antes de enviarme al infierno directamente y para siempre, ven conmigo a ver qué ha pasado.
El anciano gimió y se cubrió el rostro con las manos, pero no opuso resistencia cuando el bandido lo cogió en brazos como a un niño y se adentró en el bosque.
A la luz de la luna le era muy fácil seguir el rastro de sangre. No tuvo que buscar mucho: debajo de un arbusto de espino encontró un tejón muerto con una flecha clavada en el cuello. Allí no había nada más; ni rastro del carro de zafiro, ni rastro de los grifos, ni rastro del lirio.
-¿Lo ves? -dijo el bandido con una sonrisa bonachona-. Tu mismo me habías advertido que hay espíritus malignos que se introducen el cuerpo de un animal y causan toda clase de daños. Ese era uno de ellos. Vete a saber adónde habrá ido.
El ermitaño miraba absorto el cadáver del tejón. Por fin susurro:
-¿Cómo gas podido adivinar la verdad, hijo mío, si ni yo mismo he sido capaz de descubrir el engaño?
-Muy sencillo -explicó el bandido-, tú me habías dicho que sólo los santos pueden ver las cosas santas. Así pues, no tiene nada de extraño que tú, un hombre sabio que lleva una vida de santidad, pueda ver al arcángel Gabriel. Pero yo, que soy un pecador y un ignorante, lo he visto igual que tú. Entonces me he dicho que aquí había un gato encerrado. Por eso he disparado.

El ermitao se quedo silencioso durante un buen rato. Estaba en la oscuridad, de manera que el bandido no podía verle el rostro, pero al cabo de un rato lo oyó sollozar quedamente.
-¿Qué te pasa? -preguntó el bandido, solícito.
- Estoy avergonzado -contestó él ermitaño, con voz entrecortada.
- ¿Por qué? -preguntó el bandido, sorprendido. Porque, en mi presunción, pensaba que tenía que salvar tu alma -respondió el ermitaño-, pero has sido tú quien ha salvado la mía. Se ha cumplido la promesa que recibí en sueños, pero de una manera muy distinta de como yo esperaba. Se ha cumplido a través de ti, ¿no te das cuenta?

-No-dijo el bandido con toda franqueza-, no entiendo ni una palabra.

-No importa-dijo el ermitaño secándose las lágrimas y sonriendo-. En cualquier caso, me he dado cuenta de que tengo que volver a empezar por el principio y quisiera que tú me ayudaras.