Todos los escritores de periódicos son, por el bien de su negocio, alarmistas.
Finalmente, está la crítica brillante y mordaz de Schopenhauer de la demagogia utópica y el proyecto entero del "progreso" materialista e igualitario:
La gente siempre ha estado muy descontenta con los gobiernos, las leyes y los organismos públicos; en su mayor parte, sin embargo, esto ha sido sólo porque ella ha estado dispuesta a culparlos por la miseria que es inherente a la existencia humana como tal. Pero esta tergiversación nunca ha sido propuesta en una forma más engañosa e impúdica que por los demagogos del día presente. Como enemigos del cristianismo, ellos son optimistas, y según ellos el mundo es un fin en sí mismo y, por ello, en su constitución natural, es una estructura totalmente espléndida, un domicilio regular de la felicidad.
El mal colosal del mundo que grita contra esa idea, ellos lo atribuyen completamente a los gobiernos: Si éstos sólo cumplieran su deber, sería el Cielo en la Tierra, es decir, podríamos todos, sin trabajo o esfuerzo, hartarnos de comida y bebida, propagarnos y caernos muertos: porque ésta es una paráfrasis de su fin en sí mismo y del objetivo del progreso interminable de la Humanidad que en frases pomposas ellos nunca se cansan de proclamar.