El mundo sólo puede existir, si hay un ser que lo perciba, y ese ser sólo puede surgir y existir mediante una implacable voluntad de vivir. Schopenhauer creía que todos los seres eran definidos por su voluntad de vivir, es decir, que se habían adaptado para el propósito específico de supervivencia y reproducción, citando el impulso sexual como el ejemplo más obvio de esto.
A partir de esto, y de sus propias lecturas filosóficas y dialéctica de alto nivel, Schopenhauer produce, casi intuitivamente, asombrosas apreciaciones.
La esperanza de un resultado positivo en este mundo era vana y los hombres deberían dar la bienvenida a su reincorporación, a su estado original como parte de la voluntad universal: Cuando morimos, nos convertimos en lo que éramos antes de haber nacido.
Él por lo tanto también consideró la aparición del cristianismo, una religión rechazadora del mundo, como algo beneficioso, aunque él fuera también muy crítico de aquella fe. Estos puntos de vista también llevaron a Schopenhauer a hacer algunos de los más famosos argumentos en defensa de la anti-natalidad y el suicidio. Los hombres son cosas débiles, miserables, desiguales, de modo que deberíamos ser sobre todo indulgentes unos con otros.