Habría, según Spengler, un sedimento profundamente idealista en la filosofía europea, un poso que ni siquiera Nietzsche pudo evitar. Hay un humanismo que, de Derecha o de Izquierda, anhela un retorno a la candidez y al Edén perdido, y ese humanismo pretende orillar por completo una realidad: una realidad basada en el conflicto. El mundo es guerra, y la paz sólo se disfruta velando las armas.
El autor de La Decadencia de Occidente sentía una profunda emoción ante los artefactos técnicos en la medida en que éstos revelaban voluntad de poder, prolongaciones y sofisticaciones de las garras, colmillos, cuernos y fauces con que la Naturaleza había dotado a los seres superiores, vale decir, a los depredadores.
En esto debe pensar el filósofo de la Historia cuando piensa en profundidad y se hace una imagen del mundo y de sus civilizaciones en pugna.
Spengler decía admirarse más por las líneas de un transatlántico o de una nueva máquina industrial que por todos los cachivaches verbales que se traen y se llevan los "literatos", los "intelectuales" al uso. No hay, pues, aliento ni mucho rincón para el humanismo, para la cultura en el sentido sublime, en el sentido de ocio y superestructura volátil.
Spengler decía admirarse más por las líneas de un transatlántico o de una nueva máquina industrial que por todos los cachivaches verbales que se traen y se llevan los "literatos", los "intelectuales" al uso. No hay, pues, aliento ni mucho rincón para el humanismo, para la cultura en el sentido sublime, en el sentido de ocio y superestructura volátil.
Hay inventos que sólo la cultura fáustica ha elevado a su máxima expresión y que están pensados y llevados a cabo para el dominio. Dominio: si no se trata del dominio sobre potencias extranjeras, al menos el dominio sobre el espacio, el tiempo, la energía y cualquier otra posible limitación a las posibilidades humanas.