En este mundo de locura liberal.. todo lo que sea degradación.. decadencia..degeneración o envilecimiento en el hombre esta permitido y es fomentado...pero el verdadero pensamiento independiente que se salga de lo que dicta el sistema.. es severamente penado por todas las cortes del mundo...el "delito de opinión" es el peor crimen que se puede cometer en este mundo de pensamiento totalitario...Oder

domingo, 27 de julio de 2014

Parasitismo Cultural por FRANCIS PARKER YOCKEY








En el capítulo en que tratamos de la pespectiva política, dijimos que la condición en la cual las personas que pensaban privadamente afectando a los asuntos públicos se llamaba política parásita. Citamos el ejemplo de la Pompadour, arrojando a Francia a una guerra contra Federico el Grande porque éste la había descrito con un apodo poco galante ante toda Europa. En esa guerra, Francia perdió todo su imperio de Ultramar, que cayó en manos de Inglaterra, porque estaba luchando en Europa y dedicó menos esfuerzo a la gran guerra imperial que a la local guerra europea. Este es el resultado usual de la política-parásita. 

Una nación es una Idea, pero es una simple parte de la Idea más grande de la Cultura que la crea en el proceso de su propia realización. Pero precisamente, si una nación, puede ser el anfitrión de grupos y de poderosos individuos que piensan en completa independencia de la realización de la Idea nacional, también puede sucederle a una Cultura. 

Todos saben lo que es la política parasitaria en una nación, y todos lo comprenden cuando se dan cuenta de ello. Cuando el griego Capodistria era Ministro de Asuntos Exteriores en Rusia, nadie esperaba de él que llevara a cabo una política anti-griega. Durante la revuelta Boxer en China ninguna potencia Occidental pensó en otorgar mando alguno a un general chino. En la guerra de América contra el Japón, 1941-1945, los americanos no usaron a sus reclutas japoneses, del mismo modo que Europa descubrió en las dos primera guerras mundiales que no podía emplear a los eslavos bohemios contra Rusia. Los generales americanos no se atreverían a enrolar a sus mejicanos contra Méjico, o a sus negros contra Abisinia. Tampoco en un periodo de preparación de guerra contra Rusia; un conocido simpatizante de los rusos podría ejercitar un poder público en América. Y menos aún colocarían los americanos a todo su gobierno en manos de conocidos inmigrantes rusos. 

Los fenómenos de está clase reflejan el hecho general de que un hombre o grupo continúa siendo lo que es aún cuando conviva con otro grupo, a menos que sea asimilado. La asimilación es la muerte de un grupo corno tal. La corriente de la sangre de los individuos que lo componen continúa, pero el grupo ha desaparecido. Mientras fue un grupo, fue extranjero. 

En nuestro examen de la raza vimos que las diferencias físicas no constituyen una barrera a la asimilación, pero sí las diferencias Culturales. Son ejemplos de ello los alemanes del Báltico y los del Volga, aislados en la Rusia primitiva, los chinos y japoneses en América, los negros en América y Sudáfrica, los británicos en la India, los Parsis en la India, los judíos en la Civilización Occidental y en Rusia; los hindúes en Natal. 

El parasitismo Cultural surge de la misma manera que el parasitismo político. Un parásito es simplemente una forma de vida que vive en, o sobre, el cuerpo de otra forma de vida y a sus expensas. Significa pues, la canalización de una parte de la energía del anfritión en una dirección ajena a sus intereses. Esto es completamente inevitable: si la energía de un organismo se gasta en algo que no tiene nada que ver con su propio desarrollo, está siendo derrochada. El parasitismo es inevitablemente dañino para el anfitrión. El daño aumenta proporcionalmente al crecimento y a la expansión del parásito. 

Todo grupo que no toma parte en el sentimiento de la Cultura, pero que vive dentro del cuerpo Cultural, necesariamente implica una pérdida para la Cultura. Tales grupos, forman zonas de tejido anestésico, por así decirlo, en el cuerpo Cultural. Al permanecer fuera de la necesidad histórica del Destino de la Cultura, inevitablemente militan contra ese Destino. Ese fenómeno no depende, en manera alguna, de la voluntad humana. El parásito está espiritualmente fuera, pero fisicamente dentro. Los efectos sobre el organismo anfitrión son deletéreos, tanto física como espiritualmente. 

El primer efecto físico de los grupos no participantes en el cuerpo de una Cultura consiste en que la población de la Cultura se reduce a causa de ello. Los miembros del grupo extraño ocupan el lugar de individuos pertenecientes a la Cultura, que así nunca llegan a nacer. Reduce artificilamente la población de la Cultura en la misma proporción que la importancia numérica del grupo parasitario. En el parasitismo animal y humano, uno de los numerosos efectos sobre el anfitrión es la pérdida de alimentación, y el parasitismo Cultural es análogo. Al reducir el número de los individuos de una Cultura, un parásito Cultural priva a la Idea Cultural de la única clase de alimento físico que necesita: el suministro constante de material humano adecuado a su tarea vital. 

Este efecto anti-reproductivo de los grupos inmigratorias ha sido establecido a la luz de recientes estudios de tendencias de la población. Así, de un estudio comparativo de la población americana y sus tendencias, resulta que los 40.000.000 de inmigrantes que llegaron a América desde 1790 hasta ahora no sirvieron para incrementar la población de América en absoluto, sino simplemente para cambiar la calidad de la misma. Una idea supra-personal, ataviada con la fuerza del Destino debe realizar su tarea vital, y si ello implica poblaciones de un determinado tamaño aumentado en una cierta proporción, esas circunstancias externas se manifiestan. 

El Materialimo se encontró con los datos de las tendencias de población en sus manos, pero sin explicación para ellos. Estos datos evidenciaron aumentos graduales en las naciones de Occidente, llegando rápidamente a una cumbre, estabilizándose entonces y luego empezando a decaer lentamente. La curva que describe este movimento de población de las naciones es la misma curva, aproximadamente en cada caso. Se verá que describe igualmente el movimiento de la población de una Gran Cultura. En la etapa que marca el paso de una Gran Cultura a la Civilización — la etapa que marcó para nosotros Napoleón — el aumento de la población es rápido y alcanza cifras que empequeñecen todo lo anterior. El mismo Espíritu de la Epoca que patentizó externamente toda la energía de la Cultura en un industrialismo y una técnica masivas, en grandes revoluciones, guerras gigantescas e imperialismo ilimitado, trajo también este aumento de la población. La tarea vital de la Civilización Occidental es la más grandiosa que el mundo ha visto jamás y necesita a esas poblaciones para ser llevada a cabo. 

Grupos Culturalmente parásitos no son aprovechables para la idea. Utilizan la energía de la Cultura hacia dentro y hacia abajo. Tales grupos constituyen puntos débiles en el cuerpo de la Cultura. El peligro de esta debilidad interna aumenta en proporción directa cuando la Cultura está amenazada desde fuera. En el siglo XVI, cuando Occidente estaba amenazada por los turcos, hubiera sido perfectamente evidente para cualquier Occidental que grandes grupos internos de turcos — si los hubiera habido — constituían una seria amenaza. 

Una segunda manera en que el parasitismo Cultural desperdicia la sustancia de una Cultura consiste en la fricción interna que su presencia crea necesariamente. En el cuerpo de la Cultura Arabe, en los tiempos de Cristo, se hallaba presente un importante número de romanos. Su etapa cultural era la de la última Civilización, en su completa exteriorización, y la etapa cultural de la población aramea que allí se encontraba en su casa era la de los inicios de la Cultura. La tensión que naturalmente se engendró; racial, nacional, y cultural, culminó finalmente en la matanza de 80.000 romanos en el año 88 antes de Cristo. Esto fué causa de las guerras con Mitrídates, en las cuales cientos de miles de personas perecieron en veintidós años de lucha. 

Otro fenómeno, más cercano a nuestros tiempos, es el de los chinos de California. La tensión racial entre las poblaciones blancas y chinas en el curso de los siglos XIX y XX fué causa de mutuas persecuciones, odios, alborotos y sangrientos excesos. 

La población negra, tanto en América como en Sudáfrica ha dado ocasión a similares estallidos de violencia y odio por ambas partes. 
Todos estos incidentes son manifestaciones de parasitismo Cultural, es decir, de la presencia de un grupo totalmente ajeno a la Cultura. 

Estos fenómenos no tienen nada que ver, como pensó un analítico planteamiento racionalista, con el odio o la malicia de uno de los bandos. El Racionalismo siempre mira hacia abajo; simplemente vio un grupo de individuos en ambos bandos. Si esos individuos se mataban los unos a los otros, era a causa del deseo de esos individuos en ese particular momento de matarse entre sí. El Racionalismo no comprendió siquiera el simple fenómeno orgánico de una multitud, y menos aún las más elevadas formas de pueblo, raza, nación, Cultura. Nunca se les ocurrió a los liberales que ya que esas tensiones se habían manifestado siempre a través de 5.000 años de historia, debía haber una necesidad que actuaba. Los liberales no podían comprender el instinto, el ritmo cósmico, el latido racial. Para ellos, un alboroto racial era una manifestación de falta de "educación", de "tolerancia". Un pájaro volando por encima de un disturbio callejero lo hubiera comprendido mejor que los materialistas, porque éstos voluntariamente adoptaron el punto de vista del gusano de tierra y se aferraron a él con determinación. 

Esos excesos no sólo no son el resultado de la malicia o el odio, sino que lo contrario es lo verdadero: las manifestaciones de "buena voluntad" y "tolerancia" sólo aumentan en realidad la tensión entre grupos totalmente ajenos, y lo hacen más mortal. Al enfocar la atención sobre las diferencias entre grupos marcadamente ajenos, estas diferencias se convierten en contrastes y se aceleran los disturbios. Cuanto más íntimo sea el contacto entre los dos grupos, más insidioso y peligroso se hace el odio mutuo. 

Teóricamente, suena perfecto decir que si cada individuo es "educado" en la "tolerancia" no pueden haber tensiones raciales o culturales. Pero los individuos no son el sujeto de esta clase de acontecimientos; los individuos no provocan estas cosas; quien lo hace son las unidades orgánicas que incitan a los simples individuos. El proceso, en sus comienzos, no tiene nada que ver con la conciencia, el intelecto, la voluntad, ni siquiera con los sentimientos. Todos ellos entran en juego únicamente como una manifestación de defensa de la Cultura contra la forma vital extranjera. Ni el odio inicia el proceso, ni la "tolerancia" lo detiene. Esta especie de raciocinio aplica la lógica de la mesa de billar a los organismos supra-personales. Pero la lógica está, aquí, fuera de lugar. La Vida es irracional, e igualmente lo son cada una de sus manifestaciones: nacimiento, crecimento, enfermedad, resistencia, auto-expresión, Destino, Historia, Muerte. Si deseamos mantener la palabra lógica debemos distinguir entre lógica inorgánica y lógica orgánica. Lógica inorgánica es pensamiento de causalidad; lógica orgánica es pensamiento del Destino. La primera es iluminada, conocedora, consciente; la segunda es rítmica e inconsciente. La primera es la lógica de laboratorio de los experimentos físicos; la segunda es la lógica viviente de los seres humanos que llevan a cabo esta actividad, y que de ninguna manera son asequibles, en sus vidas, a la lógica que aplican en sus talleres. 

- II - 

El más trágico ejemplo de parasitismo Cultural na sido, en Occidente, la presencia de una parte de una nación de la Cultura Arabe, esparcida a través de todo su territorio. Ya hemos visto el contenido enteramente diferente de la idea de nación en esa otra Cultura. Para ella, las naciones eran Estado, Iglesia y Pueblo, todo en uno. La idea del hogar territorial era desconocida. El hogar estaba donde estaban los creyentes. Perteneciente y creyente eran ideas intercambiables. Esta Cultura había llegado a su fase de Ultima Civilización mientras que nuestro Occidente Gótico apenas emergía de la fase primitiva. 

Dentro de los pequeños vilorrios — no habían ciudades — de un Occidente que se despertaba, esos cosmopolitas de los pies a la cabeza construyeron sus ghettos. El pensamiento financiero, que le parecía diabólico a un Occidente profundamente religioso, era el punto fuerte de estos supercivilizados extranjeros. El préstamo a interés estaba prohibido por la Iglesia a los cristianos, y ello permitió que los extranjeros alcanzaran un monopolio: el del dinero. La Judengasse llevaba un adelanto de un milenio en su desarrollo cultural respecto de su entorno. 


La leyenda del Judío-Errante surgió por este tiempo, expresando el sentimiento de inseguridad que el Occidental experimentaba en presencia de este extranjero sin tierra, que se encontraba en casa en cualquier parte, aún cuando a Occidente le parecía que no se sentía en casa en parte alguna. Occidente comprendía tan poco de su Torah, Mishnah, Talmud, Kabalismo y Yesirah, como el judío de su Cristiandad y su Filosofía Escolástica. Esta mutua incapacidad para comprenderse generó sentimientos de extranjería, temor y odio. 

El odio del Occidental por el Judío tuvo una, motivación religiosa, no racial. El Judío era el pagano, y con su vida civilizada e intelectualizada le parecía mefistofélico, satánico, al Occidental. Las crónicas de esos tiempos nos hablan de los horrores producidos por esos dos grupos radicalmente extraños entre sí. Hubo una matanza de judíos en Londres en el día de la Coronación de Ricardo I en 1189. El año siguiente, 500 judíos fueron asediados en el castillo de York por el populacho, y para escapar de su furia, resolvieron degollarse los unos a los otros. El Rey Juan encarceló a los judíos, les arrancó los ojos o los dientes y mató a centenares de ellos en 1204. Cuando un judío londinense obligó a un cristiano a pagarle más de dos chelines semanales por un préstamo de veinte chelines [47] las turbas se soliviantaron y 700 judíos perdieron la vida. Los cruzados, durante siglos, mataron a poblaciones enteras de judíos cuando se detenían en su camino hacia Palestina y Asia Menor. En 1278, 267 judíos fueron ahorcados en Londres, acusados de falsificar moneda. La epidemia de la Muerte Negra, en 1348, [48] fue atribuida a los judíos y el resultado fueron matanzas de judíos en toda Europa. Durante 370 años, los judíos no pudieron residir en Inglaterra, hasta ser readmitidos por Cromwell. 


Aunque la motivación de esos excesos no era racial, el caso es que era creadora de raza. Lo que no destruyó a los judíos los hizo más fuertes, alejándolos aún más de los pueblos anfitriones, tanto física como espiritualmente. Durante varios siglos, en nuestra historia Occidental, los problemas y aconcimientos que originaron una excitación fundamental en Occidente no afectaron al judío, hombre sin problemas, cuya vida interior había llegado a la fosilización con la consumación de la Cultura que creó la Iglesia-Estado-Pueblo-Nación Judíos. Vacíos eran, para él, los conflictos del Imperio con el Papado, la Reforma, la Epoca de los Descubrimientos. Sólo se ocupó de ellos como espectador. Lo único que le preocupaba era en qué podían afectarle a él. Nunca se le ocurrió la idea de tomar parte en ellos, o de sacrificarse por un bando determinado. Los ingleses en la India adoptaban la misma actitud con respecto a las diferencias entre la población indígena. 

En los ghettos esparcidos por toda Europa, todo era uniforme: las regulaciones alimenticias; la dualista ética talmúdica, una para los goyim y otra para para los judíos; el sistema legal; los secretos; los filacterios; el ritual; el sentimiento. Sus sectas Sufitas y Hasiditas, su Kabalismo, sus líderes religiosos como Baal Shem, su Zaddikismo, son completamente ininteligible para los Occidentales. Y no sólo ininteligibles sino desprovistos de interés. El Occidental estaba absorbido por los intensos conflictos de su propia Cultura, y no observó — excepto en aquello que le concernía directamente — la vida del judío que moraba en sus tierras. 

La Cultura Occidental no se ocupó del Judío como un fenómeno Cultural hasta que llegó el siglo XX, extrovertido y sensible a los hechos. En los tiempos Góticos, hasta la Reforma, lo vio como un pagano y un usurero; en la Contra-Reforma como un taimado negociante; en la Ilustración como un civilizado hombre del mundo; en la Epoca del Racionalismo, como un luchador en la vanguardia de la liberación intelectual contra las limitaciones impuestas por la Cultura y sus tradiciones. 

El siglo XX se apercibió, por primera vez, de que el Judío tenía su propia vida pública, su propio mundo hasta sus más nimios detalles. Se dió cuenta de que la extensión de perspectiva era equivalente a la suya en amplitud y en profundidad, y por consiguiente extranjera en un sentido total; algo que nunca se había sospechado hasta entonces. En los siglos precedentes el punto de vista de Occidente con respecto al Judío había estado limitado por su etapa de desarrollo en un momento determinado, pero con la llegada el siglo XX y su perspectiva universal, la totalidad de lo que ha sido llamado "el problema judío" es observado por vez primera. No se trata de raza, ni de religión, ni de ética, ni de nacionalidad, ni de lealtad política, sino de algo que incluye a todo esto, algo que separa al Judío de Occidente: la Cultura. 

La Cultura abraza la totalidad de la perspectiva mundial: ciencia, arte, filosofía, religión, técnica, economía, erótica, derecho, sociedad, política. En cada rama de la Cultura Occidental el Judío ha desarrollado sus propios gustos y preferencias, y cuando interviene en la vida pública de los pueblos Occidentales, se conduce de una manera diferente, es decir, actúa con el estilo de la Iglesia-Estado-Nación-Pueblo-Raza Judíos. Esta vida pública fué invisible para Occidente hasta el siglo XX. 


Como todas las naciones que se encuentran al final de su Civilización — como los hidúes, chinos, árabes — la nación Judía adoptó el sistema de castas. Los brahamanes en la India, los Mandarines en China, el Rabinato en el Judaísmo, son tres fenómenos correspondientes. Los Rabinos eran los custodios del Destino de la unidad judía. Cuando los librepensadores aparecieron entre los judíos, fue deber de los Rabinatos locales impedir la eclosión de un cisma. En el caso de Uriel da Costa, un librepensador judío de Amsterdam, la Sinagoga local lo encarceló y lo sometió a tan extremas torturas que finalmente se suicidó. Spinoza fué excomulgado por la misma Sinagoga, e incluso se llegó a atentar contra su vida. Se intentó sobornarle para que retornara al Judaísmo, y cuando rehusó fue maldecido y se pronunció anatema contra él. En 1799, el líder de la secta Hasidim en la Judería Oriental, Salman, fué entregado por el Rabinato al Gobierno de los Romanoff después de haber sido juzgado por su propio pueblo, de la misma manera en que la Inquisición Occidental entregaba a los herejes convictos al brazo secular para que dispusiera de ellos. 

El Occidente contemporáneo no se dio cuenta de esos fenómenos, y tampoco los hubiera comprendido, en cualquier caso. Vió a todo lo que era judío con sus propios prejuicios, de la misma manera en que los judíos vieron lo Occidental en términos de su adelantada perspectiva. 

Los Parsis en la India son otro fragmento de la Cultura Arabe esparcido entre un grupo extranjero. Los Parsis poseían, con relación a sus circundantes humanos la misma superior perspicacia para los negocios que los judíos en el primitivo Occidente. Su vida interna era totalmente diferente de la de los pueblos que les rodeaban. Sus intereses eran totalmente diferentes en todos los aspectos. En los alborotos y revueltas ocurridos durante la dominación británica, los Parsis se inhibieron por completo. 

De la misma manera, la Guerra de los Treinta Años, las Guerras de Sucesión, el conflicto entre los Borbón y los Haubsburgo, no afectaron en modo alguno al Judío. Las diferencias en la fase de las Culturas crean un aislamiento Cultural completo. La actitud del Judío con respecto a las tensiones Occidetales fué idéntica a la de Pilatos en el proceso contra Jesús. Para Pilatos, la alternativa religiosa que allí se ventilaba resultaba completamente incomprensible. Él pertenecía a una Civilización que se hallaba en su última fase, mil años alejada de la excitación religiosa de su propia Cultura. 

No obstante, con los escarceos del Racionalismo en Occidente, se produce una ruptura en la vida colectiva de la fracción del Judaísmo instalada en la Cultura Occidental. 

- III - 
Hacia 1750 empezaron a producirse nuevas corrientes espirituales en Occidente. La Filosofía sensualista asume la ascendencia sobre el alma europea. Razón, empirismo, análisis, inducción; este es el nuevo espíritu. Pero todo se convierte en locura cuando se examina a la luz de la razón divorciada de la fe y el instinto. Erasmo había demostrado en su malicioso libro "El elogio de la Locura" que todo es locura, y no solamente la codicia, la ambición, el orgullo y la guerra, sino la Iglesia, el Estado, el matrimonio, el tener hijos y la filosofía. La supremacía de la Razón es hostil a la Vida, y provoca una crisis en todo organismo que sucumbe ante ella. 


La crisis Cultural del Racionalismo fue un aspecto del Destino de Occidente. Todas las Culturas precedentes la habían sufrido. Marca el punto culminante que señala el tránsito de lo interno de la Cultura a la vida exteriorizada del alma de la Civilización. La idea focal del Racionalismo es la libertad; lo que significa libertad contra las trabas de la Cultura. Napoleón liberó a la guerra del estilo de Fontenoy, en 1745, donde cada bando invitó cortesmente al otro a disparar el primer tiro. Beethoven liberó a la Música de la perfección de las formas de Bach y Mozart. El Terror de 1793 liberó a Occidente de la idea de la sacralidad de la Dinastía. La filosofía materialista lo liberó del espíritu de la religión, y entonces el ultra-Racionalismo procedió a liberar a la ciencia de la filosofía. Las olas de la revolución liberaron a la Civilización de la dignidad del Estado y sus altas tradiciones. La guerra de clases representó la liberación del orden social y la jerarquía. La nueva idea de la "humanidad" y los "derechos del hombre" liberaron a la Cultura de su viejo orgullo de la exclusividad y el sentimiento de inconsciente superioridad. El Feminismo liberó a las mujeres de la natural dignidad de su sexo y las convirtió en hombres inferiores. 

Anarchais Cloots organizó una delegación de "representantes de la raza humana" que presentó sus respetos al Terror revolucionario en Francia. Había chinos con coleta, negros etíopes, turcos, judíos, griegos, tártaros, mongoles, indios, barbudos caldeos. No obstante, en realidad no eran más que parisienses disfrazados. Este desfile tuvo, pues, en los comienzos del Racionalismo, una doble significación simbólica. Primeramente simbolizó la idea de Occidente que ahora deseaba abrazar a toda la "humanidad", y en segundo lugar, el hecho de que se tratara de Occidentales disfrazados dio un índice exacto del éxito que este entusiasmo intelectualizador podía alcanzar. 


El Judío, naturalmente, había previsto estas cosas. La persecución no disminuye la inteligencia ni la percepción de lo circundante. Ya en 1723 los judíos habían adquirido el derecho de poseer tierras en Inglaterra, y en 1753 obtuvieron la ciudadanía británica, que les fué revocada al año siguiente año a petición de todas las ciudades. En 179I fueron emancipados en Francia, y en 1806 el Gran Sanedrín fue convocado por el Emperador Napoleón que reconoció, así, oficialmente, la existencia de la Nación-Estado-Pueblo Judíos en Occidente. 


Sólo una cosa impidió que la nueva situación fuera tan idílica como lo hubiera deseado el nuevo sentimiento liberal. Ochocientos años de robos, odios, matanzas y persecuciones por ambas partes habían generado entre los judíos tradiciones de odio contra Occidente, más fuertes aún que el viejo odio Occidental contra el Judío. En su nuevo estallido de generosidad y magnanimidad, Occidente renunció a sus viejos sentimientos, pero el Judío fué incapaz de adoptar una actitud recíproca. Ochocientos años de resentimiento no iban a ser olvidados ni liquidados por una resolución de buenos augurios de año nuevo formulada por Occidente. Se hallaban opuestas unidades orgánicas suprapersonales, y esas unidades superiores no comparten con los seres humanos cosas como la razón y el sentimiento. Su tarea vital es dura y colosal, y excluye sentimientos de "tolerancia" excepto como un síntoma de crisis. En una gran batalla de esta índole, los seres humanos son, en última instancia, meros espectadores, aún cuando jueguen un papel activo. La malicia humana y el deseo de revancha juegan el papel más pequeño y superficial en tales conflictos, y cuando aparecen, son la simple expresión, en lo individual, de la superior incompatibilidad, profunda y total, entre las ideas suprapersonales. 


Los nuevos movimientos — capitalismo, revolución industrial, democracia, materialismo — fueron tremendamente excitantes para el Judío. Ya a mediados del siglo XVIII, se había dado cuenta de sus potencialidades y había promocionado el crecimiento de las mismas por todos los medios. Su posición de intruso le obligó a actuar en secreto y las sociedades secretas de los Iluminados y sus derivados fueron creaciones suyas, tal como demuestran su terminología cabalística y su bagage ritualista. Más de las dos terceras partes de los miembros de los Estados Generales que prepararon el camino de la Revolución Francesa en 1789 eran miembros de esas sociedades secretos, cuya misión era minar la autoridad del Estado e introducir la idea de la democracia. El Judío aceptó la invitación de Occidente a participar en su vida pública, pero no pudo renunciar a su identidad de la noche a la mañana, de manera que a partir de entonces tuvo dos vidas públicas, una ante Occidente y otra ante su propia Nación-Estado-Pueblo-Iglesia-Raza. 

Con el hundimiento de las viejas tradiciones Occidentales ante el asalto de las nuevas ideas, el Judío avanzó lentamente. Los Rothschild llegaron a ser — lo que hubiera parecido simplemente fantástico a ambas partes un siglo antes — barones del imperio austríaco en 1822. Los judíos lograron acceso a los tribunales ingleses en 1833, y un judío fué ennoblecido por la Reina — el primero — en 1837. Occidente accedió a la dualidad del Judío y un estatuto concedido en el noveno año del reinado de Victoria permitió que los judíos elegidos para cargos municipales pudieran ser exceptuados de la obligación del juramento. A partir de los años 1840 los judíos fueron apareciendo a menudo como miembros del Parlamento y un Judío llegó a ser Lord Mayor de Londres en 1855. En cada ocasión los elementos tradicionales de Occidente se opusieron, pero cada vez el Judío alcanzó el triunfo. El experimento de la "tolerancia" estaba fracasando visiblemente por ambas partes. 


El poder e importancia que el Judío iba ganando fue claramente demostrado por el incidente del niño Mortara. Este niño fué arrebatado por la fuerza a sus padres judíos por el arzobispo de Bolonia en 1858, amparándose en que había sido bautizada por una sirviente. Ese mismo año el Gobierno Francés, oficialmente, exigió la devolución del niño a sus padres. El año siguiente, el arzobispo de Canterbury, y diversos obispos, nobles y caballeros de Inglaterra firmaron una petición, presentada por Lord Russell pidiendo la devolución de la custodia del niño. 


Las persecuciones continuaron. Hubo alborotos en Bucarest, en 1866; en Roma, en 1864; en Berlín, en 1880; y en Rusia a lo largo de todo el siglo XIX e incluso del siglo XX. Las persecuciones en Rusia fueron un indicativo de la fuerza del Judío en las naciones Occidentales. Protestas peticiones, comités, se multiplicaron con el objeto de aliviar la situación de los judíos de Rusia. El pogrom de Ucrania, tras la guerra Ruso-Japonesa, en 1905, fué causa de que el gobierno americano rompiera las relaciones diplomáticas con Rusia. 

El odio o la intolerancia no explican en manera alguna los desafortunados resultados producidas por la dispersión de los judíos entre las naciones Occidentales. El odio por ambas partes fue un mero resultado. Cuanto más se hablaba de tolerancia, más se llamaba la atención sobre las diferencias, agudizándolas hasta convertirlas en contrastes. Los contrastes condujeron a la oposición y a la acción, por ambas partes. 

Tampoco constituye una explicación reprochar al Judío por no haber logrado asimilarse. Esto es culpar a un hombre por ser él mismo, y la noción de ética no abarca lo que uno es, sino lo que uno hace. El "problema judío" no puede explicarse éticamente, racialmente, nacionalmente, religiosamente, socialmente, sino sólo totalmente, culturalmente. Si antes, en cada fase de su vida Cultural, el hombre de Occidente sólo había podido ver el aspecto del problema judío que le permitía su propio desarrollo, ahora puede ver la relación completa, puesto que su propia unidad Cultural es predominante en el hombre Occidental. En los tiempos Góticos, vió al Judío diferente sólo en la religión, porque Occidente se hallaba entonces en una fase religiosa. En la Ilustración, con sus ideas de "humanidad", el Judío fué contemplado como un ser socialmente diferente. En el materialista siglo XIX, con su racismo vertical, el Judío fué considerado como un ser racialmente diferente, y nada más. En este siglo, cuando Occidente pasa a ser una unidad de Cultura, nación, raza, sociedad, economía, Estado, el Judío aparece claramente en su propia unidad total, un extranjero interno, total, al alma de Occidente. 


- IV - 

El materialista siglo XIX vió este fenómeno del parasitismo Cultural solo como un parasitismo nacional, y así fué mal comprendido en cada nación como una simple condición local. Por esa razón, el fenómeno llamado, en cada país, antisemitismo, fué sólo una reacción parcial contra lo que era una condición Cultural y no meramente nacional. 


El antisemitismo es precisamente análogo en la Patología Cultural a la formación de anticuerpos en la corriente sanguínea en la patología humana. En ambos casos, el organismo está resistiendo a la Vida extranjera. Ambas son expresiones del Destino, inevitable, orgánicamente necesarias. Al desarrollar lo que le es propio, el Destino combate a lo ajeno, extranjero. No se repetirá nunca demasiado que el odio y la malevolencia, la tolerancia y la buena voluntad no tienen nada que ver en absoluto con este proceso fundamental. Una Cultura es un organismo, un organismo de una clase diferente del humano, de la misma manera que el hombre constituye un organismo de una clase diferente de los animales. Pero los fundamentos de la vida orgánica se hallan presentes en todos los organismos, de cualquier clase, planta, animal, hombre, Cultura. Esta jerarquía de los organismos es, obviamente, una parte del plan divino, y no se puede ser modificada por un proceso de propaganda, por continuada y machacona, por "tolerante", auto-renunciante o auto-engañadora, por completa que sea. 


Un tratamiento del antisemitismo suscita cuestiones que pertenecen más a la Distorsión Cultural que al Parasitismo Cultural, de manera que debe bastar con decir aquí que el antisemitismo — repetimos: de la misma manera que los fenómenos patológicos humanos de la formación de los anticuerpos en la sangre — es el otro aspecto de la existencia del parasitismo Cultural, y sólo puede ser comprendido como uno de sus efectos. El antisemitismo es completamente orgánico e irracional, igual que la reacción contra las enfermedades. El parasitismo Cultural es el fenómeno de lo totalmente extranjero en coexistencia con un anfitrión, y es también enteramente irracional. No hay ninguna razón para el parasitismo Cultural. 


Al contrario, la Razón parecería dictar que el grupo extraño se disolviera y circulara entre la vida que le rodea. Esto terminaría con todas las amargas persecuciones, el odio estéril, la inútil lucha. Pero la Vida es irracional, incluso en la Edad del Racionalismo. De hecho, la única manera en que el Racionalismo puede aparecer en escena es en la forma de una religión, una Fe, una Irracionalidad. 


El fenómeno del parasitismo Cultural no queda confinado en una Gran Cultura, al solar patrio de la Cultura. Esto aparece muy claramente en la historia de América. 

América se originó como una colonia de la Cultura Occidental. Esta frase encierra en sí misma todo el Destino de América. Fija anticipadamente los límites de sus potencialidades. La idea de Colonia debe ser examinada. ¿Qué es una Colonia? Es la creación de una Cultura, es una tarea; por su mera implantación afortunada es algo espiritualmente completo. Esto es otro modo de decir que no posee necesidad interna, ni misión. Depende, así, para su nutrición espiritual, de la Cultura Madre. Esto es tan verdadero para América en la Cultura Occidental como lo fue para Siracusa y Alejandría en la Clásica, o para Granada y Sevilla en la Arabe. Si bien es cierto que impulsos fructíferos pueden, aunque raramennte, surgir en la periferia del Cuerpo Cultural, es en el Centro Cultural en dónde encuentran su significación y su desarrollo. Esta dependencia espiritual de las colonias es debilidad. Esta debilidad queda reflejada en la falta de resistencia al extranjero Cultural, y es lógico esperar encontrar menos resistencia orgánica al extraño Cultural en una colonia porque el sentido de la misión Cultural no se halla generalmente presente, sino que existe únicamente en individuos aislados o, como máximo, en pequeños grupos. La historia de las colonias nos demuestra — Siracusa es un ejemplo de ello — que las crisis Culturales, incluso las autopáticas como la aparición del Racionalismo, producen mayores efectos en ellas. Una colonia puede ser más fácilmente desintegrada, porque le falta la articulación que tiene la Cultura. No hay, no puede haber, un estrato portador de Cultura en una Colonia. Este estrato es un órgano de la Gran Cultura enraizada en el suelo patrio. La Cultura no puede ser transplantada, aún cuando sus poblaciones emigren y permanezcan en contacto con el cuerpo de la Cultura. Las colonias son producto de una Cultura y representan la Vida a un nivel menos complejo y articulado que la Cultura creadora. 

La comprensión de este hecho elemental ha sido siempre, aunque de manera inconciente, totalmente completa en América, y en el siglo XX ha sido, de manera igualmente vehemente, concientemente negada. Los escritores americanos del siglo XIX asimilaron internamente la Cultura Occidental, y fueron asimilados por ella. El fenómeno de Edgar Poe ha maravillado siempre a causa de su completo dominio del pensamiento Cultural y su total independencia de su medio ambiente colonial. En sus ramas más elevadas, la literatura americana ha figurado como parte de la literatura inglesa, y además muy correctamente. La pobreza e insignificancia de las letras americanas es atribuible a su destino colonial, mientras que sus escasos grandes nombres son expresivos de la Cultura Occidental. 

En los dos últimos siglos, americanos de todas las profesiones, que eran, o deseaban ser, hombres de importancia, han tenido su centro de gravedad en Europa; Irving, Hawthorne, Emerson, WhistIer, Frank Harris, Henry James, la plutocracia financiera, Wilson, Ezra Pround. Es una tradición americana que una visita a Europa sea una parte de la educación. Europa continuaba poseyendo espiritualmente a los elementos americanos con sentimientos de Cultura o ambiciones Culturales. 

En toda generalización sobre un asunto orgánico, sólo se busca aseverar la gran regularidad. Las desviaciones siempre existen en la materia viva, pero sólo encuentran su lugar con respecto a los ritmos más amplios. El pensamiento racionalista trató de desintegrar al pensamiento orgánico concentrando en los incidentes desviatorios, en su tentativa de destruir al grandioso, arrebatador ritmo orgánico. Ni siquiera tuvo la suficiente profundidad para comprender la sabiduría que contiene el proverbio "la excepción confirma la regla". 

A pesar de que denegar su dependencia espiritual con respecto a Europa llegó a ser una moda en América después de su aparición como poder mundial tras la guerra de España, en 1898-1899, el hecho continuó existiendo. Ahora no nos sorprendemos cuando un hecho Cultural muestra su desdén por los deseos, intenciones, exigencias y declaraciones humanas. América es un sujeto que necesita ser tratado por separado, ya que la enfermedad Cultural de Occidente le ha dado una nueva significación en la política mundial. En este lugar, la presencia del parasitismo Cultural en América es el único aspecto tomado en consideración. 


- V - 

Desde principios del siglo XVII hasta comienzos del siglo XIX, la trata de esclavos introdujo millones de aborígenes africanos en América. Estos formaron, durante el siglo XVIII y la primera parte del siglo XIX, un amplio, prolífico y totalmente extranjero cuerpo parásito. Es un buen ejemplo del significado cultural del término parásito, que no se refiere al trabajo en un sentido económico. Así, los africanos, en América, eran económicamente importantes y, después de que una determinada economía fué edificada sobre ellos, o con su participación, eran necesarios en un sentido práctico. La lucha de clases convirtió en moda referirse a todas las personas que no fueran trabajadores manuales como "parásitos". Ese era un término polémico, y no tiene relación alguna con el fenómeno del parasitismo Cultural. El negro en América fué la expresión del parasitismo Cultural a pesar de su utilidad económica. 

El primer resultado de la presencia de tal cuerpo parásito Cultural nos es conocido. Quitó el puesto a hombres blancos, todavía por nacer, en América. Al llevar a cabo una parte de la tarea vital, hizo innecesario el nacimiento de millones por nacer, y así esta gran masa de africanos redujo la población de América en un diez por ciento, porque en la actualidad, — 1948 — ya hay 14.000.000 de africanos en una población total de 140.000.000. La manera materialista de moda para explicar este desplazamiento de población en América consiste en decir que los blancos no desean traer hijos al mundo para que compitan económicamente con los negros y su más bajo nivel de vida. Naturalmente, la obsesión económica lo explica todo económicamente, pero los hechos de las tendencias de población demuestran que la población de una unidad orgánica siguen un sendero vital que puede ser incluso descrito matemáticamente. Es enteramente independiente de la inmigración, de los deseos de los individuos, y de las explicaciones inorgánicas que se den a este hecho. El desplazamiento de la población por nacer es Cultural, es decir, total, y no puede ser completamente explicado mediante la economía. 

La mentalidad colonial, más profundamente desintegrada por la crisis racionalista, ha sido incapaz de oponer una defensa efectiva contra el progresivo desplazamiento de la población blanca, el vehículo de la adhesión de América a Occidente, por los africanos. Con igual incapacidad para comprender o para oponerse, América no ha resistido cuando la retaguardia de la Cultura Arabe, que se hallaba esparcida por todo el Occidente incluso en sus orígenes Culturales, ha asumido proporciones numéricamente más importantes y ha desempeñado un papel mucho más amplio que el que tuvo jamás en Europa. 

Hacia 1880, los judíos iniciaron lo que Hilaire Belloc adecuadamente calificó como una invasión de los Estados Unidos. Bastan las cifras para demostrarlo. Aún cuando no puedan ser dadas con exactitud, a causa del hecho de que las estadísticas de inmigración americanas sólo reflejan los orígenes legales, es decir: la nación de procedencia legal, podemos aproximarnos a ellas mediante un estudio de las cifras de población americanas, así como del promedio de nacimientos judíos. Esto es típico: en la total incongruencia entre dos Culturas diferentes; un movimiénto de masas de los miembros de una en el seno de la otra puede occurrir ¡sin dejar huellas estadísticas! Al inmigrante se le preguntaba dónde había nacido. Esto lo determinaba todo en el materialista siglo XIX. Se suponía que esto determinaba su lengua, que a su vez se suponía que determinaba su nacionalidad. Y finalmente se suponía que la nacionalidad predeterminaba todo lo demás. Culturas petrificadas o muertas — India, China, el Islam, el Judaísmo — eran consideradas "naciones" en el sentido Occidental de la palabra. En la forma, el Racionalismo era definidamente una religión, pero una caricatura materialista, sin sangre, de la verdadera religión. La Religión se dirige propiamente a lo más grande y más alto de la espiritualidad del hombre, pero el Racionalismo intentó convertir cosas como la economía, el Estado, la sociedad, la nación, en el sujeto de su propia incumbencia religiosa. 

América inició su existencia política independiente como una criatura del Racionalismo. Sus políticos dieron, externamente, su adquiescencia a la proposición de que "todos los hombres son creados iguales", e incluso dijeron que esto era "auto-evidente". Llamarlo auto-evidente, y evitarse así tener que demostrarlo, era más fácil, y tal vez más inteligente, que intentar una demostración. La prueba hubiera estropeado lo que era, de hecho, un dogma de Fe y se hallaba así por encima de la Razón. La religión del Racionalismo dominó América de una manera que nunca pudo dominar a Europa. Europa siempre opuso resistencia al Racionalismo — basándose en la tradición hasta mediados del siglo XIX, y después en la anticipación del futuro espíritu racionalista del siglo XX — como ejemplificaron Carlyle y Nietzsche. Pero América no tenía tradición y por otra parte los impulsos Culturales y los fenómenos impulsores de la Cultura de donde irradian hacia afuera, de la misma manera que la religión racionalista de América vino de Inglaterra, a través de Francia. 

América adquirió incluso su propia sección del Judaísmo desde Europa, donde había obtenido su filosofía materialista, y sucumbió ante ella. Esto no era una coincidencia. Se esparció rápidamente entre la población judía de Europa la noticia de que el antisemitismo no podía amenazarles en América, y que otras oportunidades, tales como la económica, eran iguales a las que podía ofrecer Europa al Judío. Esto era perfectamente correcto y constituía un tributo de perspicacia al instinto colectivo judío. América representaba, indudablemente, a finales del siglo XIX, las mejores posibilidades para el Judío. Desde 1880 hasta 1950, aproximadamente — recuérdese, no existen cifras exactas — de cinco a siete millones de judíos llegaron a América. Procedían, mayoritariamente, de la sección Oriental, o Askenazi, de la Judería. 


En la actualidad, los judíos en América deben llegar a una cifra que oscila entre ocho y doce millones. No puede darse una cifra exacta, porque no queda reflejada en ninguna estadística y debe deducirse de las estadísticas religiosas y del estudio del promedio de nacimientos. En todo caso, es una cifra considerable y desplaza de la existencia a su propio número de americanos. El escritor americano Madison Grant, en 1916, describió la manera en que el americano de pura cepa estaba siendo expulsado de las calles de Nueva York por las hordas de judíos. Los llamaba judíos "polacos", de acuerdo con la vieja costumbre de atribuir a los judíos una nacionalidad Occidental. Así, los Occidentales solían distinguir entre judíos ingleses, judíos alemanes, y demás. Era forzoso que la Civilización Occidental en esa etapa viera a las gentes externas a la Civilización de acuerdo con su propia imagen. 

América, que era el país más completamente desintegrado por el Racionalismo, fué el que menos comprendió la naturaleza del judío, mientras que en Europa, incluso en el Racionalista siglo XX, hubo siempre gentes que se dieron cuenta de la total extranjería del judío; hemos dicho total, no meramente política. Pero en América, con su completa ausencia de tradición, no había hombres como Carlyle, como de Lagarde. Así América decidió, a mediados de siglo XIX, que un chino nacido en los Estados Unidos adquiría exactamente la misma ciudadanía americana que un nativo blanco de origen europeo. Como es característico, la decisión no fué tomada de una manera responsable, sino a consecuencia de un pleito. Esto era la continuación de la costumbre americana de decidir las cuestiones políticas en una forma pseudo-legal. Resulta obvio que un régimen que no establecía diferencias entre chinos y americanos nativos no iba a oponer barreras al Judío. Y así, en 1928, el escritor francés André Siegfried, especialista en temas históricos y de política mundial, pudo decir que la ciudad de Nueva York tenía una catadura semítica. A mediados del siglo XX todavía se había ido más lejos, y Nueva York, la mayor ciudad de América, y tal vez del mundo, era casi medio judía por su población. 

- VI - 

América, con su falta total de resistencia espiritual, derivada de la ingerente debilidad espiritual de una colonia, se convirtió en el anfitrión de otros grandes grupos culturalmente parásitos. El período de densa inmigración, que se había iniciado poco antes de comienzos del siglo XX, y en el cual empezaron a llegar los judíos, trajo también muchos millones de eslavos balcánicos. Sólo entre 1900 y 1915, llegaron a América 15.000.000 de inmigrantes procedentes de Asia, Africa y Europa. Venían sobre todo de Rusia, el Levante Mediterráneo y los países balcánicos. De la Civilización Occidental llegó un buen número de italianos, pero el resto del material humano no procedía de Occidente. Estas millones de personas, precisamente por su importancia numérica; crearon fenómenos de parasitismo Cultural. Individualmente, algunos miembros de esos grupos se integraron en el sentimiento americano, pero los grupos continuaron existiendo como tales. Esto quedó demostrado por la existencia de una prensa diaria para cada grupo en su propia lengua, en la unidad de los grupos para finalidades políticas, en su centralización geográfica, y en la exclusividad social de dichos grupos. 

Cuando examinamos la naturaleza de la Raza, vimos que los Eslavos podían ser, y han sido, asimilados por las poblaciones Culturales de Europa. Dos rasgos distinguen la relación americana con los Eslavos, y explican por qué estos han retenido su existencia de grupo, aún cuando se hallaran rodeados por una población americana bajo la influencia de la Civilización Occidental. Primeramente, el hecho de su estilo colonial de existencia significaba que América no podía imprimir a los pueblos huéspedes la profunda huella de la idea Cultural, como hubieran podido hacerlo las naciones Occidentales en el suelo patrio. En segundo lugar, las enormes masas, alcanzando varios millones, crearon por su mismo volumen, una condición patológica en el organismo americano. Incluso si estos millones hubieran tenido antecedentes Occidentales, tales como franceses o españoles, hubieran igualmente creado un grupo políticamente parásito. Naturalmente, tal grupo se hubiera eventualmente disuelto, pero en el proceso de su integración hubiera ejercido un efecto distorsionador sobre la política americana. Los grupos eslavos, por otra parte, en masas de millones a cuyos líderes se les concedieron facilidades para soldar el grupo en una firme unidad, sólo se disolverán muy lentamente, y aún ello no puede asegurarse totalmente, en la masa de la población americana, en las presentes condiciones. 

América tiene otros grupos parásitos menores, cada uno de los cuales desplaza a americanos por nacer, y provoca el desafortunado despliegue de odio y resentimiento que desperdician y tuercen la vida suprapersonal. Hay un grupo japonés, varios grupos levantinos y el grupo ruso. 

Superficialmente, podría parecer que el caso de América milita contra la visión del siglo XX sobre la Raza, ya expuesta, pero realmente ello no es así. El ejemplo americano no sirve de criterio para Europa, ya que, siendo una colonia, es un área de baja sensibilidad Cultural, y, paralelamente, con menos fuerza Cultural y poder de asimilación. En otras palabras, su poder de adaptación es más pequeño que el del suelo patrio. 

El caso de América no es un caso de asimilar demasiado: es un caso de asimilar demasiado poco. Los grupos extranjeros, ya se trate de grupos políticamente extranjeros, tales como el de un grupo Occidental dentro de otra nación Occidental, o totalmente extranjeraos, como el Judío dentro de un anfitrión Occidental, sólo son parásitos mientras continúan siendo grupos. Cuando se disuelven, la totalidad de la población asimiladora ha aumentado. El hecho de que este aumento proceda de una inmigración y no de un incremento del promedio de nacimientos de la población nativa carece de importacia. El simple hecho de que podían asimilarse nuestra que no eran extranjeros en un sentido parasitario. 

Tampoco debe ignorarse al examinar el parasitismo Cultural en América que la población americana asimiló durante el siglo XIX muchos millones de alemanes, irlandeses, ingleses y escandinavos. La inmigración del siglo XX no procedía principalmente de esos países europeos, pero los que inmigraron de tales países se integraron por completo. En el caso de los inmigrantes alemanes e irlandeses, podemos decir que los ejércitos Yankis los emplearon en gran número, y con notable éxito, en la Guerra de Secesión; algo que nunca hubiera sido llevarse a cabo con grupos culturalmente extranjeros, Judíos o Eslavos, por ejemplo. 

América ha sido descrita como un crisol. Esto no es verdad, ya que los grupos masivos de procedencia Culturalmente extranjera no se han "fundido", sino que han permanecido distintos. Los grupos no extranjeros culturalmente hablando se han asimilado enseguida — es decir, en una generación — y así, la visión del siglo XX sobre la Raza se aplica también a los hechos de la escena americana. 

Estos grupos no asimilados comprenden entre un tercio y la mitad de la población de América. Parece que los grupos eslavos se van integrando lentamente, pero aún cuando desaparecieran por completo, los restantes grupos culturalmente parásitos presentarían aún una condición patológica de la máxima gravedad para América. 

La anticuada visión del racismo vertical no puede deducir conclusiones del caso de América, porque lo que allí vemos no es una mezcla de razas, sino su no-mezcla. Todos los grupos parasitarios han perdido el contacto con sus antiguas patrias, pero no han adquirido nuevas conexiones espirituales. Sólo el Judío apátrida, que lleva consigo la Nación, la Iglesia, el Estado, el Pueblo, la Raza y la Cultura ha preservado sus antiguas raíces. 

El fenómeno del parasitismo Cultural, aún cuando divorciado de la Etica, no está fuera del reino de la Política. No sirve de nada hablar de grupos culturalmente extranjeros en términos de elogio o crítica, odio o "tolerancia". 
Guerras, disturbios, matanzas, destrucción, todo el despilfarro de los conflictos domésticos sin sentido, todos los fenómenos que inevitablemente surgen cuando un anfitrión soporta a un parásito Cultural, persisten mientras perdura la condición patológica. 


El parasitismo Cultural, al provocar fenómenos de resistencia, produce un efecto doblemente nocivo en el cuerpo de la Cultura y sus naciones. La fiebre es un signo de resistencia a la enfermedad, aún cuando sea la parte salvadora. Los fenómenos de resistencia como el anti-niponismo, el antisemitismo y el anti-negrismo de América son tan indiseables como las condiciones que están combatiendo. Paralelamente, el antisemitismo europeo no tiene valor positivo y puede, en caso de ser exagerado, desarrollar facilmente otro tipo de patología Cultural, esa condición agravada que puede proceder también del parasitismo Cultural bajo ciertas premisas, concretamente, la Distosión Cultural.