Lo específico de Prusia es que, históricamente, fue en ese territorio donde se plasmó de forma más acabada una simbiosis entre aristocracia y modernidad: el acceso a ésta última no se hizo por la vía clásica del aburguesamiento de las clases aristocráticas, sino que éstas permanecieron enraizadas entre las clases populares y el medio rural, definidas no por un estatus de privilegio, sino por un sentido de servicio. Prusia, en cierto modo, escapó al modelo de la sociedad burguesa.
El prusianismo de Spengler tiene, no cabe dudarlo, una dimensión política. La idea prusiana dice el autor alemán, se endereza tanto contra el liberalismo financiero como contra el socialismo obrero. Todo orden de masa y de mayoría le es sospechoso. Apunta ante todo contra la debilitación del Estado y contra el abuso del mismo en favor de intereses económicos.
Prusiana es, para Spengler, la primacía incondicional de la política exterior de la dirección afortunada del Estado en un mundo de Estados sobre la política interior, cuya única función es mantener en forma a la nación para aquella tarea y se convierte en abuso y en delito cuando persigue, independientemente, fines ideológicos propios.
Paradójicamente se trata de una sublimación del individualismo: una renuncia libre por la que un Yo fuerte se inclina ante un gran deber y una gran tarea. Es un acto de auto-gobierno. Frente a la atomización social de la civilización, lo que Spengler nos propone es una reconstrucción del vínculo social. Frente al individualismo egoísta, la recuperación de un horizonte de sentido compartido. Frente al narcisismo estéril, la alegría del servicio a los demás. Perderse uno mismo para hallarse uno mismo.
Un mensaje más revulsivo que nunca, en esta época de desconcierto y de baratillo de manuales de autoayuda. Más allá de los ídolos de la modernidad, el ideal aristocrático europeo de todos los tiempos. Prusianismo, he ahí la respuesta de Spengler a la decadencia.
En primer lugar, si es cierto que existe un determinismo global que pesa sobre nuestra cultura, la última palabra todavía no está dicha: el ciclo de Occidente aún no está agotado, y puede haber sorpresas. Pero además, es que determinismo global no equivale a determinismo individual. En uno de sus aforismos Spengler señalaba:
Cuando un ser humano tiene una gran tarea que cumplir, ninguna desgracia puede alcanzarle mientras no haya cumplido aquello a lo que estaba destinado.
Y en otro lugar afirmaba:
El pesimismo es la incapacidad de percibir nuevas tareas. ¡Y yo veo tantas, y todavía por cumplir, que temo que nos falten el tiempo y los hombres para ello!
Poner un objetivo entre uno y la muerte; o, como decía Ortega, el valor supremo de la vida consiste en perderla a tiempo y con gracia. Es la vieja divisa hanseática: Navegar es necesario, vivir no. La garantía de éxito no es condición necesaria para emprender la lucha. Y cada hombre siempre tiene la opción de permanecer fiel a la idea que se ha hecho de sí mismo, sea cual fuere el resultado final. Amor fati. Ahí está la única victoria inalienable. Una ética heroica.