En este mundo de locura liberal.. todo lo que sea degradación.. decadencia..degeneración o envilecimiento en el hombre esta permitido y es fomentado...pero el verdadero pensamiento independiente que se salga de lo que dicta el sistema.. es severamente penado por todas las cortes del mundo...el "delito de opinión" es el peor crimen que se puede cometer en este mundo de pensamiento totalitario...Oder

miércoles, 1 de julio de 2015

No se hará justicia por nuestros actos

No se hará justicia por nuestros actos, ni por nuestro sacrificio, no habrá mas juez supremo que nuestra propia conciencia, ni más premio que la satisfacción personal del sacrificio anónimo, demostraciones, todas ellas, del máximo poder que un individuo puede ejercer sobre sí mismo. Debemos saber que el Sistema nos atacará, nos chillará a través de las bocas de nuestros enemigos, nos castigará con miradas de desprecio y tratará de derrumbar nuestra moral a través de sus risitas burlonas o de sus comentarios hirientes.

En lugar de dejarnos arrastrar por la corriente mayoritaria y sus absurdas modas y creencias sin sentido, debemos darnos un tiempo para escuchar nuestra propia voz y pensar por nosotros mismos; algo que debemos hacer no solo a nivel racional, sino también a nivel intuitivo…un proceso largo y tortuoso que cada uno emprende como puede y que empieza a culminar cuando ya no nos vemos a nosotros mismos como miembros de un grupo, comunidad o corriente de pensamiento; cuando detestamos ser clasificados con un número o un código o cuando somos incapaces de aplicarnos a nosotros mismos una etiqueta que nos clasifique de tal o cual manera.

Cuando nos sintamos así, significará que hemos dado un paso importante.

Llegados a este punto, empezaremos a ser conscientes de nuestra individualidad y podremos empezar a enfrentarnos a uno de los pasos más difíciles: dejar de ver a los miembros del rebaño como a simples borregos.


Consiste en dejar de ver a los demás como miembros de un grupo, una corriente, una comunidad o una raza. Dejar de aplicar sobre cada individuo una categoría o una etiqueta y empezar a considerarlo como una pieza única e irrepetible.

Y eso es algo complicado de conseguir, porque realmente hay muchas personas que no parecen individuos y que ni tan solo hacen el mínimo esfuerzo por considerarse a si mismos como tales. Son gente que, dominada por el Sistema, intentan disolverse a sí mismos en la masa informe y que son capaces de luchar a muerte contra cualquier individuo libre que les recuerde lo que son en realidad: piezas únicas.


Ese mismo monstruo, instalado en millones de mentes, utilizará todos sus resortes mecánicos para atacarnos, sabedor del peligro que representamos para él, utilizando todos los ojos, lenguas y manos de los que dispone.

Veremos entonces como las personas se transforman en anticuerpos al servicio de este macroorganismo psíquico y nuestra supervivencia como individuos dependerá en gran medida de nuestra capacidad de ocultación y adaptación a las circunstancias.

Lo más difícil alcanzado este estado es no odiar ni despreciar a las personas que nos atacan y ser capaz de comprender que están siendo utilizados por el software instalado en sus mentes, de la misma manera que lo es cualquier soldado fanatizado que lucha a muerte por una ideología, una religión o una patria. 



Y llegados aquí, si estamos dispuestos a realizar este esfuerzo de desprogramación personal y de lucha por ayudar a los demás a liberarse de sus cadenas mentales, debemos ser completamente sinceros con nosotros mismos y aceptar la cruda realidad, la dura situación a la que vamos a enfrentarnos.

Y es que nadie nos ha otorgado esta misión: somos nosotros mismos los que decidimos emprenderla con todas las consecuencias.

Eso significa que en esta lucha no formaremos parte de ninguna organización, de ninguna conspiración divina, ni seremos enviados de ningún Dios que nos proteja con su aliento celestial o con una cúpula invisible.

No se hará justicia por nuestros actos, ni por nuestro sacrificio.
No habrá medallas, honores, ni reconocimiento, ni golpecitos de aprobación en la espalda.
Ni tan solo una sonrisa cómplice o un atisbo de comprensión o solidaridad de los demás.

No bajarán ángeles tocando sus trompetas ni se levantarán escaleras de plata que nos conduzcan al paraíso al final de nuestros días.