Esto es completamente inevitable: si la energía de un organismo se gasta en algo que no tiene nada que ver con su propio desarrollo, está siendo derrochada. El parasitismo es inevitablemente dañino para el anfitrión. El daño aumenta proporcionalmente al crecimento y a la expansión del parásito.
Todo grupo que no toma parte en el sentimiento de la Cultura, pero que vive dentro del cuerpo Cultural, necesariamente implica una pérdida para la Cultura. Tales grupos, forman zonas de tejido anestésico, por así decirlo, en el cuerpo Cultural. Al permanecer fuera de la necesidad histórica del Destino de la Cultura, inevitablemente militan contra ese Destino.
Ese fenómeno no depende, en manera alguna, de la voluntad humana. El parásito está espiritualmente fuera, pero fisicamente dentro. Los efectos sobre el organismo anfitrión son deletéreos, tanto física como espiritualmente.
El primer efecto físico de los grupos no participantes en el cuerpo de una Cultura consiste en que la población de la Cultura se reduce a causa de ello. Los miembros del grupo extraño ocupan el lugar de individuos pertenecientes a la Cultura, que así nunca llegan a nacer. Reduce artificilamente la población de la Cultura en la misma proporción que la importancia numérica del grupo parasitario. En el parasitismo animal y humano, uno de los numerosos efectos sobre el anfitrión es la pérdida de alimentación, y el parasitismo Cultural es análogo. Al reducir el número de los individuos de una Cultura, un parásito Cultural priva a la Idea Cultural de la única clase de alimento físico que necesita: el suministro constante de material humano adecuado a su tarea vital.