La solución, según se dijo, sería la inmigración de extranjeros. Hubo dos bandos que se unieron bajo ese lema: por un lado, los defensores del no reconocido racismo judío de los adeptos de Kalergi que pretenden erigir un absolutismo judío sobre una masa de mestizos fácilmente gobernables, y por otro, están los líderes pragmáticos de la dominación monetaria que pretenden reemplazar a los europeos, que se están extinguiendo, por trabajadores de países subdesarrollados.
Pero los individuos condicionados por una historia étnica que los destinó a recolectar frutas y cuidar rebaños, no pueden sustituír a aquellos que por el clima despiadado se forjaron un espíritu emprendedor para luchar por cada fogón o pelear por las provisiones. Sin una educación que dura varias generaciones, los que pasan hambre en suelos ricos se sienten culturalmente sobrecargados al tener que suplantar a los que crearon riquezas en suelos pobres.
A esto se une el problema de que, en cuanto al rendimiento laboral, la selección de los forasteros que deciden ingresar en otro país pocas veces es buena. Los exitosos, por lo general, raras veces tienen la necesidad de abandonar su patria.
Si el sistema monetario a pesar de todo se derrumba, el hambre irrumpirá ante almacenes llenos, y las antiguas leyes naturales que habían sido dadas por muertas volverán a demostrar su vigencia.