En este mundo de locura liberal.. todo lo que sea degradación.. decadencia..degeneración o envilecimiento en el hombre esta permitido y es fomentado...pero el verdadero pensamiento independiente que se salga de lo que dicta el sistema.. es severamente penado por todas las cortes del mundo...el "delito de opinión" es el peor crimen que se puede cometer en este mundo de pensamiento totalitario...Oder

viernes, 25 de septiembre de 2015

Degrelle notas de paz, de guerra y de exilio

El mundo no es sino confusión y tormento. El odio destroza sus entrañas. Mata, mancha y arrastra a sus víctimas en el oleaje fangoso de su furor. 
Los hombres se buscan con maldad de chacales. Se les oye rugir en la noche iluminada por los rayos. 

Los pueblos se detestan. Los individuos se detestan. Ya no respetan nada, ni siquiera al vencido que yace en la tierra, ni a la mujer que implora, ni a Los niños de ojos abiertos a los sueños. Ha muerto el soñar.

Solo vive la bestia, la bestia salvaje que pisotea a los tímidos y a 
Los fuertes, a Los inocentes y a los culpables. Lodo titubea, el armazón de los Estados, las leyes de las relaciones sociales, el respeto a la palabra. 

Los hombres que antes, creaban la riqueza en un esfuerzo redoblado, se enfrentan ahora como fieras desencadenadas. Mentir es sólo una forma más de ser hábil. 

El honor ha perdido su sentido, el honor del juramento, el honor de servir, el honor de morir. Los que permanecen fieles a estos viejos ritos hacen sonreír a los demás. 

La virtud ha olvidado su dulce murmullo de manantial. Las sonrisas no son ya confesiones del amor sino reticencias, estafas o rictus. Se asfixian las almas. 



El denso aire está cargado de todas las abdicaciones del espíritu.

El hombre, encerrado en su concha, ha hecho de su egoísmo una barricada. Quiere gozar. La felicidad, para él, se ha convertido en un fruto que devora ávidamente, sin recrearse en él, sin repartirlo, sin dejarle, siquiera, ver a los demás. 

 ¿Para qué aguardar al fruto maduro que tendría que repartirse entre todos? 

El amor, el mismo amor, ya no se da a los demás; se huye con él entre los brazos, deprisa, deprisa. Sin embargo la única felicidad era aquello: el don, el dar, el darse; era la única felicidad consciente, completa, la única que embriagaba, como el perfume sazonado de Las frutas, de las flores, del follaje otoñal. La felicidad sólo existe en el don. 

Su desinterés de sabores de eternidad, vuelve a los labios del alma con dulzura inmortal. 


Jamás fue el universo tan rico, ni estuvo tan colmado de comodidades, gracias a una enorme y fecunda industrialización. Jamás hubo tanto oro. Pero el oro está escondido en los cofres blindados, más seguro que en las más profundas cavernas. 


 Los bienes materiales, monopolizados, sirven para matar a los hombres y no para socorrerles. Son una razón más para odiar. Han convertido en garras, las manos que los tocan, y enjaguares Los cuerpos humanos que los utilizan. Sin amor, sin fe, el mundo se está asesinando a sí mismo. 

 El siglo ha querido, ciego de orgullo, ser tan sólo el siglo de los hombres. Este orgullo insensato le ha perdido. Ha creído que sus máquinas, sus «stocks». Sus lingotes de oro, le podrían dar la felicidad. 

Y sólo le han dado alegrías, pero no la alegría, no esa alegría que es como el sol que nunca se apaga en los paisajes que antes, ha llenado de ardiente esplendor. Las tristes alegrías de la posesión se han endurecido como púas y han herido a los que, creyéndolas flores, las acercaban a su rostro. 

 El corazón de los vencedores del siglo, vencedores de un día, está lleno de melancolía, de acritud, de una horrible pasión de apoderarse de todo, enseguida, de una cólera brutal, que se eriza frente a todos los obstáculos. Millones y millones de hombres se han batido y se han odiado. 

Un huracán les arrastra, cada vez más desencadenado, a través de los aires encendidos. La lengua seca, frías las manos, adivinan ya, en medio de su delirio, el instante próximo en que su obra de locos será aniquilada. 

Desaparecerá, porque era contraria a las leyes del corazón y a las leyes de Dios. El solo, Dios, daba al mundo su equilibrio, dominaba las pasiones, señalaba el sentido de los días felices o desgraciados. ¿Para qué haber sido ambicioso, cuando el verdadero bien se ofrecía sin límites, generosamente, a todos los corazones puros y sinceros? 

 El mundo ha renegado de esta alegría, sublime y orgullosa, como los chorros de una fuente. Ha preferido hundirse en los pútridos mares del egoísmo, de la envidia y del odio. Se asfixia en la ciénaga. 

 Se debate en medio de sus guerras, de sus crisis, en medio de los lazos resbaladizos de su egoísta pasión. Aunque se reúnan todas las conferencias del mundo y se agrupen los jefes de Estado y los expertos, nada podrán cambiar. 

La enfermedad no está en el cuerpo. El cuerpo está enfermo porque lo está el alma. Es el alma la que tiene que curarse y purificarse. La verdaderamente grande y única revolución que está por hacerse es ésa: aun tan sólo las almas, llamadas por el amor del hombre y alimentadas por el amor de Dios podrá devolver al mundo él claro rostro y una mirada limpia a los ojos purificados por el agua serena de la entrega generosa. 

No hay opción: o revolución espiritual, o fracaso del siglo. La salvación del mundo está en la voluntad de las almas que tienen fe.