Hemos nacido en este tiempo, lo que nos exige recorrer valientemente el camino hasta el final.
No hay alternativa.
Es nuestro deber permanecer sin esperanza, sin salvación en el puesto ya perdido.
Permanecer como aquel soldado romano cuyo esqueleto se ha encontrado delante de una puerta en Pompeya, quien, durante la erupción del Vesubio, murió en su puesto porque nadie lo relevó. Eso es grandeza; eso es tener raza.
Ese honroso final es lo único que no se le puede quitar al hombre.